¿Cuál es el sonido de una ciudad, cual sea, sea la capital o cualquiera de un país; que en un tiempo se decía conocer y ahora apenas se puede decir de la calle en que se vive?

Estas líneas deberían ser solo de preguntas con respuesta de las caras…  de quienes lo lean. Vivimos en una ciudad que no es cada día más ajena por las maneras de convivir, pero, ¿acaso no andan todas las ciudades de igual manera, que la que no cojea de un apagón lo es por un exceso de luz de neón. De una clase

El sonido de la capital, si la memoria no me traiciona, cosa que se lo agradecería, así se llamaba un programa de décadas atrás, respecto a la buena música, jazz, bossa nova, rock no violento y toda música para apaciguar una existencia como el arroz, que quemaba por abajo, donde también abundaban los apagones y solo se hablaba de política tanto de derecha como de izquierda, de deporte y de cualquier otra cosa mirando a los lados; donde lo que se hacía llamar bachata tenía su lugar y nadie se sentía orgulloso de hablar de ella sino que se disfrutaban sus menudos exponentes y su producto y ya, a la vez que el bolero, merengue, la salsa, el son montuno y la música de protesta sobre la condición social de los “pensantes” de la nueva generación; donde los vecinos de al lado, los haitianos, no representaban ningún peligro de la “ocupación pacífica” con todo y que los bateyes estaban inundados de ellos y no se sentía en ninguna calle del país ni para vender maní o dulce de maní.

El sonido de la Capital, el metro orgullo de su traqueteo donde al desplazarse por arriba o cuando se queda en medio del puente del río Isabela, camino a Villa Mella o el Ozama rumbo a Los Mina, se piensa ¿y si se cae? que todavía el ruido que desprende al desplazarse no puede ocultar un tiroteo por un crimen como en las películas de la ciudad de Nueva York; el del tapón de las horas picos y el orgullo momentáneo que se siente de no estar en él. Una ciudad aun a oscuras daba confianza caminarla, donde el sonido de un motor no significaba, “¡Cóño!” o mirar hacia dentro del vehículo de concho a ver quiénes están montados para abordarlo. Caminar a cualquier hora por un barrio. Asalto ni pensarlo, que podían robarles. Nadie tenía nada que robarle, ahora un celular vale con lo que se compraba una casa en un barrio de los de la parte alta y ni decir de un pueblo.

El sonido… de las reformas donde toda reforma significa… hasta de los que la critican y la hicieron a su manera con las mismas consecuencias.

El sonido de quedarse sordo, evadiéndose, y deleitarse con Beethoven. Oír su 5ta Sinfonía e imaginarse cómo le resplandecían los ojos al autor al escribir su partitura para evadir el de su fuero interno, y aun así, respecto a la mía, se ama.