Un amigo, una de las víctimas del sarcasmo de este villano, me llamó temprano y me dijo: “Miguelín” te ha colocado en el banco de picar carne. Aun cuando no soy lector de sus columnas, he visto desfilar a muchos de mis amigos por el antro de Trofonio de su prosa nauseabunda. Vapuleados por sus insultos zafios, vi a Diógenes Céspedes, Andrés L. Mateo, Cándido Gerón, Orlando Inoa, entre otros  colocados en esa picota. Este señor tiene, al parecer, un paredón moral, donde tritura las reputaciones de aquellos que no comparten sus pareceres.

El estilo del señor De Mena padece de una insufrible monotonía. Casi siempre emplea la caricatura. Deforma los rasgos; se inventa circunstancias y escenas; fabula. Como se halla hambriento de aplausos, se le suele ir la mano, y entonces miente como un bellaco. He aquí un ejemplo grandilocuente:

Núñez consideró la poesía de Norberto James Rawlings no menos que stalinista, para no hablar de su degradación de la obra cuentística de René del Risco Bermúdez.

El lector puede comprobar mis opiniones sobre Norberto James y el insigne René del Risco. Los  antologué en la colección Lengua y Literatura (1999) de editorial Santillana.  De Norberto James incluí el poema “ Los inmigrantes”, ilustrado con el cuadro El Ingenio de Guillo Pérez y las estampas de los guloyas de San Pedro de Macorís, y de René del Risco, incluí un poema del libro “ El viento frío” y una muestra de su narrativa. Ahora he vuelto a incluirlo en el primer grado de Lengua Española, UCE. (2023) , de educacion secundaria. Cualquier lector puede descargarlo de la plataforma Libro Abierto. No hay, pues,  ninguna prueba escrita que confirme esta calumnia.  Puedo contar con los dedos de una mano las veces que he hablado con el señor de Mena, y debo llevar varias décadas  sin cruzar palabras . De manera  que tampoco puede afirmar que ha oído de viva voz las habladurías que me atribuye.

¿Por qué miente el señor De Mena? Lo hace para manipular y apandillar personas contra mí, para intrigar y para expandir los odios de la fiera corrupia. Una inteligencia envenenada  por el odio. Luego continúa su concierto de mentiras:

Amante de los uniformes militares, se le ha visto por la frontera con unos trajes rangers verdeolivos, cuando no marchando por el mismo centro de El Conde.

Reto al señor de Mena a que demuestre con una foto, o con un video esa murmuración mentirosa . Siento un profundo respeto por las Fuerzas Armadas, y estoy muy lejos de ponerlas en ridículo. Hay otras deliberadas ligerezas. Dice, en algún pasaje,  don Miguel que yo pedí  la cabeza de  Juan Bolívar Díaz en el Parque Independencia. Fueron palabras del presentador Darío Cubas, inmediatamente enmendadas por  el entonces diputado Pelegrín Castillo por considerarlas un exabrupto.  Dice, faltando a la verdad,  que empecé a intervenir en la vida pública en los años setenta.  Comencé en los noventa, veinte años después.  Por otra parte, debo subrayar de pasada que no se puede tildar a ningún presidente de esquizoide porque haya en su gobierno personas de ideas antagónicas . Esa es la naturaleza de la democracia. La uniformidad sólo puede hallarse en las dictaduras.

Ahora me vienen a la mente las palabras de Martí, ¡ay, ¡qué grande era Martí!, cuando escribió que los hombres se dividen en dos bandos: los que aman y fundan; y los que odian y deshacen.

Se extraña de que yo trabaje en el Estado. Según su parecer, en vista de mi forma de pensar, que él desaprueba, no tengo derecho ni siquiera al aire que respiro. Y por ello, dice que yo he sido “premiado” con un trabajo. Nunca he temido a ser evaluado en las funciones que desempeño. Debo aclararle que mi hoja de desempeño ha sido evaluada positivamente. Merced al esfuerzo extraordinario, a las interminables jornadas de trabajo que no conocieron ni pausas ni días feriados, la Unidad Editorial que dirijo logró llevar a las aulas el año pasado 8,8 millones de libros, incluyendo el nivel inicial, primario y secundario en todas las asignaturas, como puede verificarse consultando el catálogo en la plataforma impresa y digital Libro Abierto. Libros que han de contribuir a la calidad de la educación porque han sido escritos por las inteligencias de las universidades y academias. Hemos logrado, por vez primera, cobertura total. No hay  ni puede haber en las actuales circunstancias, ningún rincón del país sin acceso gratuito a los libros de textos. No hay en todo el territorio del país un solo niño desamparado, sin material con qué instruirse.  Este año  se están distribuyendo 12 millones de libros de textos. Hemos incorporado el francés, algunas disciplinas optativas y la modalidad de educacion de adultos y todas las asignaturas del currículo.  Esta inmensa colección es propiedad, por vez primera, del Minerd. Todos los derechos corresponden al Estado dominicano. Este logro inconmensurable fue obtenido de un modo transparente. La cifra de negocios de esta operación cuando se hallaba en manos de las editoriales privadas ascendía a 5.800 millones en caso de imprimirlo todo cada año.  Todo esto  se ha realizado con una proporción menor a los novecientos millones de pesos.  Le  hemos ahorrado al Estado dominicano más de 4000 millones.

Por todo ello, me parece impropio decir que yo fui ‘premiado’. No podría decir lo mismo de usted. Cuando el ministro de Cultura, José Rafael Lantigua, después de haberle asignado a una comisión de especialistas la edición de las obras completas de Pedro Henríquez Ureña, decidió desconocer su promesa y otorgársela a usted exclusivamente, acaso temiendo su lengua viperina, desconocía cuál sería el desenlace de esa decisión.

Cuando supuestamente concluyeron los trabajos, y nos entregaron los volúmenes de las obras, en un acto insólito, se los solicitaron nuevamente a los cientos de personas que ya  tenían los ejemplares de las obras porque el que dirigió ese proceso hizo una chapucería y hubo que triturar la edición entera, y pagarle a otra persona la edición y corrección de esas obras. El responsable de ese despilfarro millonario siguió siendo premiado con cargos ejercidos como sinecuras y el ministro de Cultura de entonces no dijo ni pío. En cualquier otra institución del Estado esto hubiera sido un escándalo mayúsculo. Sin embargo, todo permaneció en sordina. El responsable de esos dispendios, iba a reuniones y actos muy quitado de bulla. Aquel trueno vestido de nazareno.

Le ahorro los comentarios nada halagüeños, de amigos que fueron embajadores en las legaciones donde usted   se desempeñaba en  alguna función  diplomática. Alguno me dijo “ese señor nos hizo pasar una noche toledana”. Pero  me apartaré de ese cáliz, por ahora . La caricatura que hace de mí aparece rematada con esta majadería:

si Peña Batlle supiera que revivió en un negro se removería en su tumba como un dembowsero en delirium tremens 

Este señor no respeta ni a los muertos.  Su exposición nos lo presenta como un hombre disperso, que no logra hilvanar un pensamiento coherente. De sus continuas referencias a la raza como una especie de retruécano mental aparece: mulataje, morenaje. Una verdadera obsesión. No me parece que el dominicano se considere blanco ni que sienta la negrura de su piel como una enfermedad.  Ni que viva el ser mulato como un pecado original. En el último censo del 2022, de los casi 11 millones de dominicanos censados tres millones y medio se identificaron como negros o morenos. La mayoría se halla en la franja de los mulatos (llamados eufemísticamente indios, mestizos) y solo 1 millón seiscientos mil se consideran blancos. En esta sociedad variopinta, los dominicanos saben al vuelo quién es y quién no es dominicano, y ello no constituye un drama. En el informe de la felicidad mundial, la República Dominicana ocupa el lugar 69 en un rango de 149 países. El panorama de esquizofrenia racial imaginado por el señor De Mena  no compagina con el sentimiento de felicidad del dominicano.

La reflexión del señor De Mena se centra en el racismo, la doctrina de la superioridad de la raza, adoptada por el nazismo y que llevó al exterminio de cinco millones de judíos. Creíamos que esas formas del racismo, del desprecio y de la exclusión que produjeron las grandes tragedias de la Segunda Guerra Mundial, no podrían haber sido superadas por ningún grupo humano. El señor De Mena ha descubierto que hay un grupo humano que es peor, el dominicano.

Pocas veces se ha insultado con mayor energía a este país y lo terrible de todo ello es que hay mucha gente que le aplaude esas extravagancias.

Yo, desde luego, no tengo  esa pésima opinión de los dominicanos. Creo, en contraste, que  el  dominicano es un pueblo generoso, tolerante, inclusivo, donde nunca hubo, como ha acaecido en varios periodos de la historia haitiana matanza de blancos y de mulatos, donde nunca se le prohibió por ley constitucional a un grupo racial ser propietario o ejercer la ciudadanía por el color de la piel, como en todas las constituciones haitianas hasta las modificaciones de 1920 implantadas por Roosevelt.

El dominicano ha visto desaparecer los yacimientos de empleos, que son los mecanismos de supervivencia, por la mudanza masiva hacia su territorio de las marejadas de haitianos; ha visto la sobrecarga y la disminución brutal de los servicios sociales: escuelas, hospitales; ha sentido la suplantación demográfica y ha soportado callado los estereotipos internacionales contra su reputación, las condenas jurídicas, el relato de culpabilidad con el que se quiere provocar su rendición psicológica.  Y, sin embargo, actúa con absoluta tolerancia, sin estridencias. Se defiende en el último minuto contra sus enemigos externos y  soporta los mandobles del enemigo interior, los ramalazos de sus propios hijos sublevados contra su existencia en una empresa de autodestrucción. El proceso de desnacionalización  nos ha introducido en la circunstancia de un Estado binacional; se han roto todas las fronteras interiores: en el empleo, en los hospitales, en las escuelas, en el registro civil; vivimos en la inestabilidad y en la incertidumbre, y no sabemos si podremos renacer de ese naufragio. Se podrá hacer caricatura de la lealtad a un país que ha entrado en barrena. Pero, ¿para qué sirven la sorna, el relajo y las rechiflas  de un cantamañanas?

Ahora me vienen a la mente las palabras de Martí, ¡ay, ¡qué grande era Martí!, cuando escribió que los hombres se dividen en dos bandos: los que aman y fundan; y los que odian y deshacen.

Ortega y Gasset decía a propósito de la escritura lo siguiente: O se hace literatura o se hace erudición, o se calla uno. El personaje que describo no puede hacer literatura, carece de talento y vocación literarias; tampoco puede hacer erudición, porque sus esfuerzos no superan el choteo. Su ejercicio raya en la vacuidad, en el nihilismo y en la destrucción. No enseña, no informa, no instruye; no produce ningún placer estético. Estamos ante el ejercicio de un intelectual inútil.