Toda obra literaria y artística está relacionada con la sociedad que la produce en un determinado período de tiempo. Analizar o estudiar esa obra es obtener una imagen de dicha sociedad. Hasta las obras que por su naturaleza pretenden no estar relacionadas con la sociedad la reflejan de una u otra forma. El “arte por el arte”, por ejemplo, no se interesaba en la realidad social; sin embargo, su existencia denota un aspecto de la sociedad y el tiempo que la produjeron. El arte abstracto no describe la realidad objetiva. Pese a esto, es producto de una determinada sociedad; por lo que puede ser analizada como una manera de describir esa sociedad. La así llamada literatura “light” no tiene ningún interés en la sociedad que la produce, es puro juego o entretenimiento, arte desechable, pero nos revela lo que es la falta de valores de la sociedad actual.
La novela de Cestero, La sangre: una vida bajo la tiranía (1914), es un ejemplo de cómo la obra de arte refleja la sociedad que la produjo. Cestero no solo describe la sociedad de su tiempo, finales del siglo XIX, sino que trata de penetrar en lo que es la sicología del pueblo dominicano de ese periodo. Para él, el pueblo dominicano tiene que superar su innata tendencia a la rebeldía política, lo que produce el atraso del país, y optar por la racionalidad, algo que entiende es necesario para el progreso y la civilización.
Otro ejemplo es la novela de Billini, Baní o Engracia y Antoñita (1892). Billini describe en esa obra la característica del pensamiento liberal de su tiempo. Nos dice que el liberalismo dominicano es puramente palabrero. El resultado de esa falla es que la sociedad dominicana opta siempre por un tipo de gobierno autoritario.
Navarijo (1956), de Moscoso Puello, describe la sociedad dominicana también a finales del siglo XIX. La describe en todos sus aspectos, políticos, económicos, culturales, sociales. Llega a la misma conclusión de Billini y de Cestero; esto es, que la sociedad dominicana es una sociedad que se hunde en el atraso por causas políticas y que tiene que evolucionar para estar a la par con otras naciones.
La novelística dominicana se caracteriza por su interés en los destinos de la patria. La Mañosa (1936), de Bosch, es un buen ejemplo de esto. Es una novela en la cual este autor describe lo que era el ambiente de la montonera. Las luchas que se daban entre los diferentes caudillos rurales hacían imposible cualquier progreso en el país.
Un cuento como Camino real (1933), por ejemplo, nos dice que la única salida al atraso social se encuentra en la educación del pueblo en sentido práctico. Es un concepto que Bosch aprendió del positivismo de Hostos. Muchos otros cuentos expresan esa misma idea.
El clásico de Galván, Enriquillo: leyenda histórica dominicana (1882), es una novela histórica de carácter romántico. Se pensaría, pues, que no estaría relacionada con la sociedad que la produjo. Sin embargo, aparte de exaltar la figura del indio cuyo nombre le brinda el título, lo que forma parte de la corriente indigenista en la literatura latinoamericana, la idea de Galván era la de subrayar el carácter hispánico del pueblo dominicano, algo que lo distinguiría del pueblo haitiano, no por razones raciales, como se ha pretendido, sino culturales, por el país haberse independizado de Haití, y la novela entraba en la óptica de un país que se separó de otro país invasor.
Mucha de la poesía romántica dominicana se inspiraba en esa misma idea, como podemos observar en la obra de Salomé Ureña y la de otros poetas de la época.
Una buena manera de evidenciar la relación entre la literatura y la sociedad dominicana se encuentra en trazar la evolución de la poesía ante el poder político, y en especial, los treinta años del régimen de Trujillo y sus secuelas. En efecto, de la poesía romántica tan preocupada por el concepto de patria en términos liberales, se pasa a una poesía de carácter propagandista y de alabanza al dictador. Abundan en el período trujillista libros y antologías de poesía que ensalzan la figura del Jefe. En diferentes cancioneros se narran las supuestas proezas de Trujillo contra los diferentes jefes rurales de la montonera. Se alaba su figura como supuesto gran estadista y los miembros de su familia. La publicación de algunas de estas obras era respaldada por el mismo régimen. Otras obras se debían a la presión ejercida por el régimen sobre los poetas. Sin embargo, muchas eran expresión espontánea de los mismos poetas sea porque estaban comprometidos ideológicamente con el régimen y creían sinceramente en su legitimidad o por mera búsqueda de prebendas.
Dentro de este ambiente se destaca la poesía de Héctor Incháustegui Cabral, quien, pese a su relación estrecha con el poder político de Trujillo, logra escribir poemas de carácter social que describen el atraso y la pobreza del pueblo en los tiempos del régimen.
Pero, por lo general, los poetas dominicanos que sufrieron la dictadura de Trujillo optaron por una salida común en otros países también en lugar de la situación que se les presentaba. Es el caso de la “La Poesía Sorprendida”. Ante el apabullante poder dictatorial que podía fácilmente aplastarlos, estos poetas, como Franklin Mieses Burgos, Antonio Fernández Spencer, Freddy Gatón Arce, Aída Cartagena Portalatín y Mariano Lebrón Saviñón, se refugiaron en un tipo de poesía poco accesible al público y bastante difícil de entender que nos recuerda la poesía practicada por el ermetismo en Italia. No era la sociedad lo que les interesaba, sino el mundo interior de sus sentimientos y el marcado interés por una poesía “pura” y no contaminada por ideologías políticas. Aunque no se interesaba en la sociedad, esto no quiere decir que la “poesía sorprendida” no estuviera consciente de la realidad vivida. Su manera de retraerse en lo íntimo era, en efecto, una forma de denunciar, aunque sea indirectamente, el régimen y sus atropellos.
Esta estrategia de recogerse en lo íntimo arrojó como resultado la poesía postumista de Domingo Moreno Jimenes. Este poeta, aunque haya tenido alguna vez cierto vínculo con el régimen, entendió que la poesía no podía prescindir de la vida real y que la búsqueda de una poesía “pura” alejaba al poeta de esa vida. Escribió, entonces, poemas muy diferentes a los “sorprendidos” tanto en su contenido como en cierta dejadez formal y lingüística; o sea, Jimenes entendió que algo no encajaba en la sociedad y que, por lo tanto, alejarse de la vida real, como lo hacía la “poesía sorprendida”, algo que se entendía, no era la opción correcta.
Con la caída de Trujillo se pasó a un tipo de poesía social inspirada en la ideología marxista. Penetró en el país el concepto de la “literatura comprometida”, y los poetas se vieron en la obligación de hacer un tipo de poesía muy diferente a la que se había hecho en alabanza a Trujillo o ausentarse de la vida real, como sucedió con los “sorprendidos”. Era poesía militante, mucha de ella trataba de la experiencia de la Guerra de Abril, de las clases marginadas, los campesinos, la lucha por una justicia social y un nuevo sistema político. Un buen ejemplo de este tipo de poesía es Sobre la marcha, publicado en 1969, por Norberto James Rawlings.
Sin embargo, esta poesía de carácter social tuvo un poeta de mucho alcance en Pedro Mir. Viaje a la muchedumbre (1972), por ejemplo, publicado fuera del país, con poemas como “Hay un país en el mundo” y poemas como “Contracanto a Walt Whitman”, “Al portaviones ‘intrépido’” y “Ni un paso atrás” que cuestionaban la hegemonía yanqui en América Latina, tuvo una repercusión muy amplia.
El excesivo énfasis en lo social, siempre espoleado por la ideología marxista, empezó a ser cuestionado a mediados de los años ochenta. El poeta necesitaba regresar de cierto modo a su propia intimidad. De esta necesidad surgió la poesía de los años ochenta, poco comprometida, introspectiva y muy individualista. O sea, que a los excesos de la poesía social inspirada en el marxismo le siguió una reacción inevitable que terminó en el otro extremo, también cuestionable. La poesía de José Mármol, por ejemplo, critica y trata de alejarse de este tipo de poesía demasiado intimista. En el cambio de la poesía de carácter social jugó también un papel predominante la caída del muro de Berlín, cuando la ideología marxista perdió la fuerza que había tenido hasta ese momento.