Te extraño, no quiero perderte.” Con esas palabras retornó Antonio a la vida de Katherine dos meses después, para ese entonces sin lugar a dudas su ex, pero aún pensándola su gran amor.

La espera entre el instante de haber enviado el mensaje y la señal de que había sido leído, no fue tan angustiante e incómoda como en los días que siguieron hasta recibir respuesta.

Hola A…, espero estés bien. Gracias por tus palabras. Entiendo que algún día podremos volver a ser amigos, mientras tanto es mejor distraernos y alejarnos tanto como podamos para no obstaculizar el reinicio de nuestras vidas. Te deseo lo mejor.

Si Antonio hubiese sabido que cada palabra de ese mensaje fue escrita entre lágrimas y ansiedades amordazadas por el orgullo, quizás hubiese reaccionado cual Jerry Mcguire derrumbando ficciones morales e irrumpiendo en su espacio como sorpresa esperada con un beso apasionado, y claro, después del discurso emotivo y convincente que termina con un “te amo!” capaz hacer cerrar el telón con una ovación; o quizás no, nunca lo sabremos, pues sin más ni menos, así terminó ese capítulo de sus vidas -hasta ese episodio, como la isla de Santo Domingo: indivisible-.

Ese último mensaje fue leído, pero nunca recibió ni un guiño, y siendo así, el orgullo en Antonio se hizo cargo de su vocación para intentarlo de nuevo;  aunque implícito e involuntario, el adiós fue su mas claro mensaje.

Nueve años de noviazgo para recordar -si acaso-,  y solo eso, pues una experiencia que de poco o nada les serviría para la próxima temporada.

Ahora se estrenaban en un mundo nuevo y del que no tenían siquiera nociones para sobrevivir sin poner huevos; con mas que algunos podcasts y frasecitas de sabios de nuevo cuño que recibían del bombardeo mediático, sin dudas les tocaría aprender de sus propias andanzas, corriendo el riesgo de que algún tropezón los saque de circulación intempestivamente; dos animales repletos de civilización, pero hambrientos de estabilidad emocional, distracción y nuevos placeres, expuestos sin alternativa a cruzar por la implacable hostilidad de la soltería de los treintas post-pandemia, la selva donde les tocaba ser hasta llegar al anhelado complemento de sus vidas, según la noción de pareja ideal que de aquellos años imborrables alimentaba sus esperanzas.

Luego que se evaporara la angustia que en sus primeros días de soltería pensaban insuperable, y darse cuenta de que el mundo no se acaba tan fácil, al cabo de unos años -tres y piquito para ser exactos-, y solo con algunos días de diferencia, ambos habían llegado al punto donde pensar en el otro les resultaba súper raro, pues -abusando de su creatividad- se entendían parte de un pasado remoto y sepultado.

Aunque asimilaban esta nueva etapa de sus vidas como excitante y divertida, de felicidad plena solo tenían una ilusión. Sus días de esos días pasaban entre la conquista de pretendidas nuevas amistades, la libertad de ser sin los antiguos límites de la prudencia y la fidelidad, el entretenido flirteo perverso, el coqueteo en cada cruce de miradas con extraños, los experimentos sexuales, la búsqueda constante de placeres que hacían las noches mas largas y las jornadas laborales diarias menos agradables, las trampas del autoengaño frente al espejo con eso de que la juventud había resucitado (misma que nunca los dejó, pero bien…), las posibilidades adictivas de las redes sociales, siempre mas por hacer y menos tiempo para todo, y en fin, las ofertas que la sociedad hiperposmoderna guarda para aquellos que creen necesitar algo mas que lo que tienen a disposición para ser felices, y especialmente, que ese algo también los espera en cada nueva tentación.

A pesar de estar en las mismas, paradójicamente, en ese lapso de tiempo nunca se cruzaron sus caminos; a ese nivel habían logrado esforzarse por renacer e independizarse de su antiguo “nosotros”, y aparentemente lo habían logrado, hasta que coincidieron accidentalmente en el consultorio de la reconocida coach e influencer que ambos sin saberlo venían utilizando por meses de asesora para el mas radical cambio de imagen -que también entendían necesitar para mantenerse al día-, mismo que había empezado reemplazando sus antiguos celulares por el mas moderno IPhone 13, en gran medida una estrategia para justificarse no tener que borrar las memorias fotográficas de toda una vida, y tampoco transportarlas a sus nuevos aparatos, engavetando aquellos.

-Antonio!

-Katherine!

-Wao!

-Cuanto tiempo!

-Diantre sí, y tú aquí?, contestó ella a la par de un insípido abrazo retando sus falsas sonrisas y en disimulación de una vergüenza que hasta ese momento no imaginaban tenerse. Solo les faltó un espaldarazo para confesar el cinismo recíproco que practicaban en su máxima expresión.

-Pues imagino que igual que tú, dando mi vueltica periódica donde la doctora…

-Nuestra coach no es una doctora -si a ella te refieres-, es eso, una coach, jajaja…

-Bueno, tú entendiste… Dijo él prolongando forzosamente la sonrisa instrumental y tratando de convencerse entre dudas que del centro de sus ojos ya no irradiaba el brillo de antaño, aunque no dejaba de advertir su nuevo estilo que la hacía mas atractiva aún que la mujer en sus recuerdos.

De haber sido grabado el encuentro por algún testigo y el audio-visual colgado en las redes, bien habría podido ser etiquetado como la mas vacilante y tosca conversación de dos personas que no saben qué hacer ni decirse evitando asumir la iniciativa de olvidarse nuevamente. Parecían participar de un juego titulado “no lo diga aunque pueda”.

Algo ambos pretendían tener claro: intimar no sería una opción deseada. Pero era evidente que resultaba inevitable si continuaban apostando a que podían ser dos amigos en un reencuentro cualquiera sin mayores consecuencias.

Y de repente, justo antes de que advirtieran que despedirse no tenía sentido, pues debían permanecer en la incómoda situación del uno frente al otro esperando por su turno para ser recibidos en orden de llegada, se les informa que dada una emergencia personal la coach no podrá asistir a la oficina, por lo que se les estaría llamando en la semana para re-agendar.

“Pero pasó algo?!” -pregunta ella con cara de sorpresa-triste a la asistente-; “bueno, es que la jefa tuvo que desviarse a una entrevista en Alofoke radio, y no podrá venir”. Y como si la cancelación de la cita y el tiempo perdido no fueran causa de molestia, ni merecedoras de disculpas, Katherine sonríe diciendo: “ay que chulo! La voy a sintonizar!”

Por su parte, la correspondencia de Antonio fue distinta. Aunque con rostro de decepción, no cuestionó en nada a la asistente, sino ya en el ascensor junto a Katherine, quien permanecía entretenida con videos de tik tok, pero sin perder la atención en el silencio de Antonio, esperando otra reacción, como en efecto sucedió.

“Coño pero que cojones tú tienes”, dice Antonio de forma abrupta y mirándola de reojo desde su esquina del ascensor. “Cómo así?” responde ella.

“Oh pero te cancelan la cita, dizque por una entrevista que ni siquiera tenía en su agenda, y tú le celebras eso. Se nota que no tienes que hacer con tu tiempo”.

“¿Y este tipo?!”, reacciona Katherine ya camino al estacionamiento, uno al lado del otro pero como que tampoco es que andan juntos.

Antes de que ella volviese a expresarse, Antonio recapacita, y consciente de que de nada valía su corrección, se acerca, vuelve sobre sus palabras y se va un chin mas lejos: “es broma, mira, que te parece si aprovechamos la situación y nos sentamos a conversar tranquilos, así quizás nos ponemos al día”. (“¿Qué estoy haciendo?” pensaba él medio arrepentido de su osadía, pero solo medio…)

Ella, mirando el reloj, y como que no muy convencida de lo que debía responder, y menos de con quién estaba conversando, pues ahora presumiblemente un casi extraño, precisamente por eso último, de repente sintió curiosidad por saber que había sido de Antonio todo este tiempo, y le acepta la propuesta con la nueva sonrisa picara que había aprendido en sus andanzas, y que hasta entonces desconocía su inolvidable interlocutor. “Pues dejemos los carros aquí, y vamos caminando al barcito nuevo que abrieron en la esquina.”

“Estás muy al día”, responde él; a lo que ella le advierte con toda seguridad: “ay mi amor es que yo soy una mujer actualizada y moderna, qué tú te crees?!”. Y las risitas en común no se hicieron esperar, aunque él en su mente: “y esta de qué priva (SMH) yo te digo a tí”. Así empezó el final de la tarde para estos exnovios tan vulnerables como hipócritas, que si algo estaban decididos a no dar ni compartir en la conversación por continuar en una mesa entre tragos y música de fondo bailable para no bailar, era nobleza y sinceridad. En lo adelante, sin que se sospechara, la malicia sería el elemento común que dirigiría sus conductas, uno respecto del otro, y viceversa, ambos conscientes, pero sin querer reconocerlo, intercambiando provocaciones sutiles, el juego que tanto habían perfeccionado últimamente. Pero eso no duró mucho, por aquello de que nada más certero para caer en tentaciones, que lidiar con tentaciones.

Y así, como dos cotorras en un concurso del más parlanchín, llegaron al quinto trago, a pocos minutos de que el bar-tender les presentara la cuenta en señal de “vamos recogiendo”. De tanto que hablaron y sintieron entre cada idea, en algo coincidían sin hacer saber al otro que eso pasaba por sus mentes: “que bien me siento, no recordaba lo divertido que podías ser, extrañaba esto, y ahora que sigue, cómo sigo?…”

Esa noche no terminó cuando casi los botan del bar, y tampoco conversando recostados del vehículo de ella una hora después, donde continuaban entre sonrisas el intercambio de sus experiencias de solteros exitosos, todo esto sin dejar el echavainismo, pero ahora moderado por una jarisna de sentimientos insospechados. Y como prueba de que el interés no siempre puede con el amor, sus planes originales se habían salido de control, y por eso, esa noche nunca terminó; fue el reinicio de la vida común que se había interrumpido por lo que hoy ambos reconocían un error común: el siempre inútil orgullo entre parejas.

Hoy Katherine espera mellizos de Antonio [bueno, que son de él, eso creen ambos, y yo también, su amigo personal], precisamente concebidos esa noche que aún no termina, pues desde entonces diariamente se declaran amarse y ser más felices que nunca -aún contando los mejores episodios del período de “soltería en éxtasis”-, todo a partir de aquel accidental, pero maravilloso reencuentro que si bien el orgullo no permitió que sucediese antes sí lo hizo posible el azar, o el destino, o la tan afamada ley de la atracción y sus incomprensibles formas, al menos para la razón, que no aplica cuando se trata de amor.