Nunca fui muy adicta a seguir las predicciones del tiempo, pero hace cerca de año y medio mis ocupaciones diarias han cambiado luego de un hermoso jardín regalo de mis hijos, quienes al ver que luego de la partida de mi mamá me estaba volviendo loca viendo para arriba por la pena, me prepararon mi azotea y allí funciona. Desde muy temprano, comienza mi día.

El inventario de mi jardín es: Diez palmeras. Tres helechos colgantes. Diez tarros de pared con plantas que cuelgan. Dos pinos. Ocho lenguas de suegra, (no sé por qué se llaman así, bueno, me lo imagino, parece que las suegras tenemos la lengua larga como las pencas de esas plantas). Una mata de guayaba. Dos plantas medicinales, limoncillo y albahaca. Cuatro trinitarias. Seis crotos. Diez tocadores. Seis sábilas. Ocho suculentas. Un trébol morado. Una cuna de Moisés, (no es mía, es de mi nuera Suhail, que me la traje para salvarla ya que me he vuelto una experta). Y para debutar, una matica de orquídea, regalo de mi sobrina Yokasta que ha ido prosperando.

Como verán, el trabajo de regarlas diariamente es arduo. No tenía experiencia en jardín, por eso muchas que no se podían regar a diario no crecían. He aprendido con el tiempo y con la asesoría de mi amiga Idalia que es experta en plantas.

Ya estoy vieja y me he puesto “jaragana”. Pero creo no es eso, entre revisar el llenado de los tinacos, el darle mantenimiento diario a la piscina: cloro, bicarbonato, clarificante y comprobar el ph, la tarea no es fácil y si a esto le añadimos el regadío de mis plantas, es para tirar la toalla.

Antes tenía otra rutina, desde que me levantaba leía los periódicos, pero ya no es lo primero. Tomo mi celular y como uno puede hablar con alguien sin saber quién es, pulso un microfonito y pregunto: “¿Va a llover hoy en el Distrito Nacional?” – Sí, va a llover, hay un 100% de probabilidad o -No, no va a llover. Eso me permite subir o no a regar las plantas. Aunque debo tomar la decisión contraria a esto, porque nunca se cumple. De hecho, como mi hijo menor vive en Gascue y yo en la Zona, por la noche le digo avísame si ha llovido. Es una manera de evadir mi responsabilidad.

No obstante conversar con mi celular, busco en todos los periódicos a ver el pronóstico del tiempo y procuro creer y llevarme de sus informaciones.

Hace muchos años se decía que si pensaban salir llevaran sus paraguas por la lluvia, pero no era necesario y si decían que iba a ser un día soleado, mejor sacar el paraguas, porque de seguro iba a llover. Las predicciones meteorológicas eran motivo de burlas. Creo que esas predicciones erradas siguen vigente.

Siendo joven me fui a pasar unos días a Guananico, un municipio de Puerto Plata, a la casa de mi cuñado. Don Fello, su padre, hombre de campo, se levantaba muy temprano y con bastón en mano salía a recorrer sus predios, veía sus cultivos, sus reses, sus cerdos, caballos, etc.  miraba el cielo y con un sol radiante decía, “hoy va a llover” yo le decía, “pero Don Fello, usted no está viendo este sol?” Él se reía. Efectivamente, llovía.

Creo que para predecir el tiempo será necesario buscar a un acucioso campesino, con esa sabiduría natural y con esos conocimientos empíricos, porque tendríamos una predicción del tiempo real y creíble, o en su defecto, revivir a Freddy Beras Goico para que nos diga que “hoy podría llover o no podría” en ese personaje tan hilarante como fue el “meteorólogo”.