El término fue propuesto por Scott Adams, un graduado MBA de la Universidad de Berkeley y creador de la tira cómica Dilbert. Es un personaje muy popular entre los economistas y empresarios de Estados Unidos.
}Adams explicó el principio en un artículo del Wall Street Journal de 1996, ampliando su estudio en un libro satírico con el mismo título y convertido en uno de los personajes cómicos más conocidos del mundo empresarial a través del cual retrata con mordacidad los sistemas burocráticos empresariales, los codazos que se dan en las empresas para obtener éxito, las relaciones laborales así como otros aspectos de las organizaciones y la sociedad.
El principio de Dilbert establece la idea de que “los trabajadores más ineficientes son trasladados sistemáticamente a puestos donde pueden causar menos daño: la dirección de la empresa” . De acuerdo a este principio los puestos gerenciales en las organizaciones ejercen una relevancia mínima en los resultados de las mismas y la auténtica responsabilidad reside en los puestos claves y operativos, así como en los los escalafones más bajos de las organizaciones.
¿Cómo se aplica este principio en la vida real? Si nos damos cuenta por experiencia propia o por la difusión de noticias corporativas y empresariales a través de los medios de comunicación en torno al quehacer de algunas organizaciones públicas y privadas, estas en reiteradas ocasiones aplican el principio de Dilbert por cuestiones de compromiso político o filial.
Podríamos poner un ejemplo del principio de Dilbert cuando se asciende a un Ingeniero de software incompetente a un nivel directivo con el objetivo de dejar trabajar libremente a los especialistas en software asegurando el rendimiento y la calidad tecnológica de la mismas. De esta manera, el especialista en software incompetente promovido a un nivel de dirección dedicaría su tiempo a proyectos y reuniones intrascendentes, propias de las labores “gerenciales”.
Este principio ha tenido sus críticas ya que es muy peligroso ascender a un empleado incompetente a puestos de dirección y liderazgo pudiendo tomar decisiones e iniciativas desafortunadas que pondrían en peligro la sostenibilidad de la organización.
Sin lugar a dudas que usted y yo hemos visto a Dilbert rondando por ahí, por los pasillos u oficinas climatizadas de una organización pública o privada esparciendo el germen de autodestrucción organizativa como un narciso que se ve en un espejo sin brillo. Sin este toque humorístico quizás a esta teoría nadie le hubiera prestado atención. ¿Ha observado o tenido usted esa experiencia dilbertnesca? ¿Se recuerda de alguna persona en particular?.