Miguel Cruz, confeso matador de Orlando Jorge Mera, irrespetó la vida, traicionó al amigo y reventó el absceso escondido por años en el tejido social de una cantidad indeterminable de “personeros’ asqueante que rondan en el estado [detrás de política “comercial”] y llegan ahí con espeluznantes propuestas malsanas para nutrirse de cualquier modo como parásitos en la sangre.
Con este fallecimiento trágico de Orlando -ocurrido un lunes 6, mes 6 y de 6 impactos de balas- la fe de algunas personas comienza a afectarse deslizándose por hilos de espanto, temor, pánico y horror, tal y como lo dice el libro de San Mateo (24:12): “Por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará”.
También de alguna forma el planteamiento de Carl Max lo señala: “el estado es un medio de servicios útil para beneficiar únicamente a la población y no a particulares”. De manera, el objetivo de las personas que están en el estado y de aquellos que reciben el buen servicio que supone brindaría el estado, es de aunar esfuerzo hacia la transformación política y económica realmente en beneficio de todos y todas los ciudadanos, pero la realidad es tétrica.
Con las buenas prácticas por parte de políticos (como hizo Orlando) se demostraría que la producción y la naturaleza es posible su armonización y cristalización hacia el servicio ponderado y sostenible traducido en calidad de vida. Sin embargo, cuando del erario se dispendia, se enajena o se transgrede su repercusión sube varias líneas más el muro de pobreza a un grupo de personas imposibilitándole educación, salud, vivienda, comunicación, (…).
Por otro lado, don José –Pepe- Mujica, expresidente de Uruguay en su alocución en la Conferencia de las Naciones se refirió enérgicamente sobre el comportamiento de políticos en política, dijo: “El poder no cambia a las personas, sólo revela quiénes verdaderamente son”. En buenas partes so hizo el poder con Orlando Jorge Mera y Fausto Miguel Cruz, sacó a la luz quienes son realmente las personas buenas y malas.
A Orlando –el poder- le dio la gran oportunidad para que demostrara quién es desde el Ministerio de Medio Ambiente. Y él supo aprovechar una vida de servicio útil. Dijo su hijo en el velatorio de su padre: “Presidente [Luis Abinader] tenga por seguro, él vivió los mejores tiempos de su existencia: servir con responsabilidad en el estado’. También tuvo la oportunidad, para secar pequeños vestigios de duda al grado de que a nadie le quepa ninguna, por menor que esta fuera. De manera, Orlando termina sus días por encima de toda desaprensión incoherente del destino, conforme al pensamiento bíblico del libro de Eclesiastés 7:1: “Mejor es el buen nombre que el buen ungüento”.
De Orlando recordemos siempre esto: Orlando murió en su despacho de Medio Ambiente, con las botas puestas de Recursos Naturales, con el sello gomigrafo de la dignidad en la mano derecha y la frente en alto como un hombre egregio, comprometido, ilustrado, afable, cariñoso, indulgente y buen amigo. En cambio, Miguel Cruz, es todo lo contrario: la antítesis de la obra humanística de Orlando, el antónimo de sus cualidades y su verdugo.