A quien primero le escuché hablar de placebo fue a un médico muy cercano. Lo hizo para explicarme su técnica cada vez que le correspondía calmar al viejo Toñito.
Antonio, a quien todos en el vecindario llamaban Toñito, emitía unos quejidos que “partían al alma” al más insensible cada vez que “se le atravesaba un dolor” que, para aquel tiempo, nadie sabía explicar. Solo ese médico pudo dar con la clave para ayudar a Toñito.
“Yo tomo un algodoncito, lo humedezco con alcohol, se lo paso en uno de sus glúteos, le doy un leve pinchazo con una jeringa vacía, el hombre se tranquiliza y nos deja tranquilos a todos”, me dijo el doctor. “Se llama efecto placebo”, continuó explicándome el galeno.
Luego siguió refiriéndome que se trata de algo positivo y beneficioso producido por un elemento que por sí mismo no tiene un efecto curativo. Me explicó el doctor que, al estimular algunas áreas del cerebro, el placebo activa la producción de dopamina y (aunque en menor medida) serotonina. Concluyó indicando que esa sensación de recompensa y relajación era lo que se traducía en supuesta mejoría para Toñito.
Si revisamos bien podríamos encontrar que ahora contamos con “modalidades actualizadas” y generalizadas del efecto placebo. ¿Cómo funciona el placebo de ahora? Vivimos en un mundo donde gran parte de nuestra información proviene de la web. Usamos internet para leer noticias, aprender cosas nuevas y conectar con otras personas. Pero ¿nos fijamos en quién dice lo que nos llega como mensaje?
¿Nos preguntamos por qué y para qué lo dice? ¿Cuánta gente se detiene a analizar y a determinar criterios como verdad, utilidad y bondad en lo que recibe y –generalmente- reenvía? Por fortuna, algunos investigadores se han dedicado a estudiar cómo funciona nuestra mente y cómo interactuamos con los mensajes que nos llegan, principalmente los que circulan en línea.
Daniel Kahneman, fallecido el pasado marzo, fue un psicólogo que destacó por sus estudios sobre cómo pensamos y tomamos decisiones. Este científico, Premio Nobel, hablaba del “sesgo de confirmación”. Así llama Kahneman a esa tendencia natural de las personas a buscar, interpretar y recordar información que confirma lo que ya creen.
Esto puede parecer inofensivo, pero el problema es que nos limita. En lugar de abrirnos a nuevas ideas o cuestionar nuestras creencias, nos encerramos en lo que ya pensamos. Esto nos aleja de la realidad que, además de cambiante, suele ser más compleja de lo que creemos.
Y como si se tratará de una dupla criminal, nos encontramos con que los algoritmos de plataformas digitales personalizan el contenido que se muestra a cada usuario en función de su historial de navegación, sus intereses previos y su interacción con la plataforma.
El tema comenzó a tratarlo Eli Pariser, en su libro The Filter Bubble: What the Internet Is Hiding from You (2011). Desde ahí comenzó a hablarse sobre filtro burbuja. ¿De qué se trata? Es algo que pretenden “santificar” con los alegados propósitos de personalizar la información, ahorrar tiempo y agregar efectividad al marketing.
Pero ¿qué termina generando? Casi nada: aislamiento informativo, polarización ideológica, falsa sensación de consenso y pérdida de pensamiento crítico. Algo así como “marionetas” a las que cierto “viento” lleva a donde escoja alguien que se ha especializado en una que otra técnica para “soplar fuerte y con maña”.
Tanto “filtro burbuja” como “sesgo de confirmación” se apoyan en los programas que deciden qué contenido mostrarnos para analizar lo que nos gusta y darnos más de lo mismo. Eso explica que comiencen a “salirte” muchos videos y otras modalidades de mensajes sobre un tema. ¿No es curioso que sea el mismo tema que quizás por casualidad buscaste? Pues esa combinación se encarga de “decirle” a la plataforma que diste señales de que “te gusta”, te interesa, y ella “solita” se encarga de seguir recomendándote contenido similar.
Sencillamente, con “sesgo de confirmación” y “filtro burbuja” consiguen: reducir la diversidad de perspectivas en las personas, radicalizar las opiniones de gente que se asume dueña de la verdad y erradicar la capacidad para hacernos preguntas. Así nos aplican el placebo de ahora.