Asistimos hoy a un panorama social y cultural totalmente diferente al de décadas atrás. Las sociedades están basando sus estructuras en las capacidades que tienen de aglutinar sus decisiones a las de otros lugares, saberes, intereses y cosmovisiones de la vida. Ya no se decide de modo aislado, se busca el consenso, las opiniones, las narrativas de los que pueden hablar con el ejemplo, los recursos, o con la experiencia.
Se acusa, falsamente, una crisis de liderazgos. Ello, debido a que han desaparecido las referencias a los grandes liderazgos, llamados también liderazgos fuertes, donde las determinaciones emanaban de una especie de decreto personal o dictamen de una persona que gozaba del respeto, la admiración y sumisión de muchos otros individuos.
Nuestros liderazgos actuales se enfrentan a la disolución de su participación activa y decisiva si no toman en cuenta la nueva cultura que, aunque fomenta el individualismo o el imperio del yo personal, no quiere tomar decisiones importantes sola. No se trata del comunitarismo con el que a veces se quieren reducir los consensos, sino que hemos llegado a lo que profetizaron los filósofos de la posmodernidad en el sentido de que las dimensiones de la verdad están mediadas por la diferencia de los sujetos que conocen y es de derecho hacer que todos participen de manera abierta y así, juntos, avanzar hacia lo que es más común a todos.
El papa emérito Benedicto XVI, en su intervención en el Parlamento Europeo y foros parecidos, apeló al potencial que tienen las sociedades de hoy de buscar la verdad apuntando a las capacidades que tienen para escuchar a todos y, sobre todo, para asegurar que nadie se quede por fuera de las decisiones que atañen a todos.
Liderar hoy día es cuestión de empatía, de sentido de pertenencia y de la historia; liderar significa hoy estar juntos, escuchar, apoyar, reunir, discernir; en otras palabras, liderar es saberse unidos al nosotros de los que comparten junto el presente histórico para emprender un camino juntos.
En consecuencia, el futuro de la economía, de las corporaciones, de las instituciones y sus ciencias conexas está en la capacidad de establecer alianzas estratégicas en vistas a intereses comunes y a la resolución de grandes temas y problemas pendientes de solución a los que ya no podrán responder los entramados caducos de los llamados “liderazgos fuertes”.