La animosidad entre las poblaciones de Haití y la RD tiene muy remotas posibilidades de evaporarse, aunque los gobiernos respectivos quieran otra cosa. Las rencillas históricas han sembrado en cada pueblo una actitud de hostilidad silente que será muy difícil de eliminar con simples negaciones de racismo y xenofobia y con alegatos oficiales de buena voluntad. Afortunadamente, la solución de largo plazo a tan indeseable situación puede ser el turismo.
El caso del canal del Masacre ilustra el embrollo. A pesar de que el gobierno haitiano negó inicialmente su respaldo a ese proyecto, las circunstancias lo han llevado a reclamarlo como un ejercicio de su soberanía. Políticamente sus autoridades han cedido a las teas incendiarias del nacionalismo y ahora enarbolan su defensa. La silente hostilidad entre los pueblos ha causado que miles de haitianos hayan retornado a su país por temor a las posibles represalias de los dominicanos y la “mala leche” de estos últimos hacia los haitianos se ha visto peligrosamente atizada.
En ambos lados siempre se ha pensado que la manera de evitar un conflicto de grandes dimensiones es tener unas fuerzas armadas capaces de repeler cualquier agresión. El asesinado presidente Jovenel Moïse restableció el difunto ejercito haitiano y, aunque algunos alegan que lo hizo para afianzar su posición política, la justificación de que esa fuerza inicialmente de 500 hombres eliminaría el contrabando con la RD no parece lógica. Reforzar el cuerpo policial de 15,000 efectivos hubiese tenido mas sentido. De cualquier modo, el disuasivo militar no ofrece ninguna garantía de que habrá paz entre las dos naciones y, por el contrario, es un tenebroso alicate para exacerbar los demonios de la silente hostilidad.
Bajo las presentes circunstancias la confrontación bélica entre las dos naciones seria absurda. Aunque las autoridades haitianas conciten un respaldo monolítico de su población, la RD tiene unos 65,000 efectivos en unas fuerzas armadas que pueden repeler cualquier ataque militar. Y el desbalance entre los dos aparatos militares es tal que una vigorosa defensa de nuestra parte luciría como un abuso incalificable ante la comunidad internacional. Cualquier escaramuza bélica, por más mínima que sea, desataría una furia vesánica entre los nacionales respectivos que podría provocar grandes masacres.
Si la opción militar no ofrece una salida aceptable a la silente hostilidad, tampoco lo hacen las expectativas de desarrollo económico. Nosotros hemos absorbido miles de inmigrantes haitianos –ilegales o no—para fortalecer las perspectivas de sectores claves como la agricultura y la construcción, pero eso no ha desaparecido las subyacentes tensiones. Aun si aumentáramos dramáticamente el número de inmigrantes, eso no provocará en Haití un desarrollo económico acelerado. Como tampoco el comercio fronterizo ofrece una alternativa contundente para lograr la paz.
Ciertamente, el desarrollo económico de Haití aliviaría las tensiones entre las dos naciones. Pero aun cuando la comunidad internacional logre pacificar nuestra hermana nación, los requerimientos de inversion y know how hacen predecible que la maquinaria de desarrollo tome décadas en avanzar significativamente. Aun si hacia Haití fluyera una mayúscula inversion extranjera, yuxtapuesta a una gran cooperación internacional y apoyo de las agencias multilaterales, los vahos de la silente hostilidad no tienen por qué desaparecer. El desarrollo económico puede incubar institucionalidad, pero no necesariamente abatiría la silente hostilidad mutua.
El néctar divino de la paz entre los dos pueblos, producto de una desaparición de la silente hostilidad, solo podría ser factible si las dos naciones aúnan esfuerzos para lograr un acelerado desarrollo turístico. Seria la benéfica influencia de una masiva presencia de extranjeros, dinamizando la economía de ambas naciones, lo que promete el resultado deseado. Esto así porque la industria turística requiere paz para prosperar y sus beneficios económicos persuadirían a los mas renuentes a imbricar sus intereses con un multidestino de gran atractivo para el mercado turístico internacional.
El desarrollo turístico binacional, entonces, es el vehículo ideal para que reine la concordia entre los dos pueblos. Pero la tarea para lograr esa armonía es desafiante. El obstáculo inmediato es la actual situación de inseguridad que vive nuestra hermana nación. Mas aun si la comunidad internacional logra la pacificación y Haití se somete a un gobierno legítimo, se requerirá de un esfuerzo mancomunado de ambas naciones para vencer los obstáculos a ese desarrollo. Es preciso que los gobiernos respectivos, tal vez a través de la existente Comisión Mixta Bilateral Dominico-Haitiana, vayan dando los pasos para planificar un acelerado desarrollo turístico binacional.
En las actuales circunstancias es deseable que sea el gobierno dominicano quien de los primeros pasos. No es solo porque tenemos una industria turística próspera y madura, sino también porque las condiciones actuales en Haití no son propicias para que la iniciativa de la búsqueda de la paz entre las dos naciones provenga de allí. Debe ser posible por lo menos que la Comisión mencionada acoja la propuesta de un estudio sobre las posibilidades de desarrollo turístico binacional y sus requisitos.
Esta es una oportunidad para que la cooperación internacional, y más específicamente la proveniente de la Unión Europea, se llene de gloria proporcionando los medios para financiar tal estudio. Ayudará a si a que las dos naciones hermanas avancen hacia el logro de los objetivos del Tratado de 1929 desterrando la violencia y la guerra. Eliminar la hostilidad silente equivale a que prevalezca el néctar divino de la paz.