Luego de sobrevivir y demostrar mi resiliencia como dominicano la pasada semana, huyéndole al polvo del Sahara y a esos virus que, inexplicablemente, no solo nacen y se reproducen, sino que siguen creando primos y toda clase de parientes, desafiando las leyes biológicas y la lógica científica, no me pude escapar. Me sentí abatido, como si estuviera dentro de una lavadora, higienizando la ropa de mecánicos de camiones Hino de los años 70.

Tras este atropello salvaje, buscando alivio y humillado por el calor insoportable, decidí salir a caminar y tomar aire fresco por el malecón, ese mismo que me vio crecer. En mis 50 años de vida, cada vez que lo reparaban, aparecían unos señores con nombres de huracanes y apellidos gringos, modificándolo a su antojo.

Fue tan apacible caminar por esa senda llena de evocaciones. Recuerdo una ciudad callada, bordeada por el mar, donde cualquier problema encontraba su remedio. Los sillones de concreto que miraban hacia el austro me invitaron a sentarme. En un solo segundo, percibí la majestuosidad del inmenso mar Caribe acariciando nuestras costas. Ahora, estas están acompañadas de hermosas estructuras que se disfrutan con la bruma y los colores que el sol engendra en múltiples formas, bajo un cielo cómplice que, como una meretriz, invitaba a la tarde a un crepúsculo envidiable.

Todo se volvió tan apropiado y pacífico que me pregunté: "¿Dónde están las gaviotas? ¿Y los pelícanos? ¿Se habrán ido a Punta Cana?" No importaba. De todas formas, era un momento de plenitud que calmó todo mi ser. Empecé a dar gracias a Dios por tanta abundancia, por tanta belleza, por haberme permitido nacer en esta tierra. Profundicé en mi conversación y le di también las gracias a Tatica, haciendo una promesa porque no permitió que algunos narcisistas creativos dominicanos colocaran estos asientos al revés, mirando el skyline de Santo Domingo, asemejado a un Nueva York chiquito. ¡Pagaré caminando de aquí a Higüey para cumplir mi promesa! ¡Están invitados!

Así fue que me convertí en mar, me convertí en costa, me convertí en aire, viento, fragancia y anhelos. Sin darme cuenta, empecé a soñar despierto o entré en trance, porque en ese mágico momento me teletransporté a una gala inimaginable. En esa gala se anunciaba el estreno del merengue del cambio, y su anfitrión era el mismísimo presidente Luis Abinader. Allí estaba reunida toda la fauna política, artística y empresarial del país, y una parte muy escasa de la flora endémica en extinción de nuestra sociedad. Esta poderosa lista de invitados únicamente la podía lograr Acroarte, ya que estaban todos: los buscadores de sonido, los que buscan views y algunas especies importadas y marinas: moluscos, rémoras, pulpos, pirañas, sanguijuelas y tiburones. hipérbole del Soberano.

En el centro había una gran pista de baile, y a lo lejos, en la cabina del DJ, estaba el brillante Homero, más emocionado que el DJ Adonis. De pronto, sonó un tremendo merengón, y entonces el presidente Abinader salió a la pista con su garbo y excelente postura, invitando a sus contrapartes a bailar el paseo obligatorio que antecede nuestra identidad folclórica musical. Algunas de ellas se mostraban ansiosas y daban saltos por ser elegidas, mientras que otras, con una capacidad camaleónica, se difuminaban y confundían con las ropas de los invitados que estaban alrededor. No sé si era el miedo o tal vez que no estaban preparadas para tan elegante cortesía. Otros invitados del presidente saltaban para que este les señalara para acompañarle, como si fueran fanáticos de los Beatles.

Luego de varios minutos de frustrante ronda por el salón, sin nadie que le acompañara en el estreno del fabuloso merengue, el DJ interrumpió el desplante y cambió la música súbitamente. Entonces, el piso de madera se volvió transparente, iluminándose con luces de colores y, de inmediato, estremecieron los Bee Gees con "Saturday Night Fever". El presidente, con una agilidad formidable, empezó a bailar disco y a señalar con su dedo, superando a John Travolta, a todos los invitados en la fiesta. Estos, muy apresurados, se quitaron las chaquetas, se peinaron con vaselina y lanzaron a sus acompañantes acrobáticamente al aire como bailarines expertos. Se olvidaron del merengue, pero se mantuvieron atentos al ritmo del presidente, bailando disco a lo hustle.

Comprendí que los dominicanos sabemos bailar, y siempre tenemos los pies dispuestos; con o sin calzado, creando nuevos meneos envidiables. Y aunque estamos tímidos para llenar la pista y participar en esta gala, que hace años soñábamos, es un honor, una distinción. Sabemos que no depende solo del anfitrión o de un protagonista hacer los cambios.

En ese momento de alegría y camaradería, extendí mi mano para alcanzar una copa y celebrar con un brindis, pero lo que recibí fue un micrófono. Una presencia se apoderó de mí; no sé si fue mi padre, siempre movido por la lucha y los impulsos celestiales, o mi madre, reaccionaria por naturaleza, pero me convertí en pueblo. Y entonces, de mis labios se escuchó:

"Es justo que ya todo un país se integre y que estos cambios no permitan que otro, sin la calidad y el talaje dimensional que tiene nuestro presidente gracias a Dios, tenga la posibilidad de borrar una nación por los medios legítimos, solo porque su petulante naturaleza lo imponga. Sí, es necesario blindar y actualizar nuestra Constitución, que no es perfecta, pero que mucho nos ha costado.

Los plebiscitos, así como también los referendos, deben ser de rigor para crear y cambiar las leyes que no estén acordes con el tiempo actual. Pero debe ser el pueblo junto a los legisladores, el presidente y los gobiernos municipales quienes establezcan quiénes somos para la aprobación de lo que se haga o deje de hacer.

Queremos opinar sobre las causales, queremos apoyar las reformas fiscales, penales, espaciales u otras tan necesarias y que deben ser aplicadas ya.

Es tiempo de que los que nos dirigen cuenten no solo con su conciencia y con Dios en sus aposentos. Después de Dios, lo único sagrado y su homólogo somos nosotros, el pueblo.

De nada sirven los ejemplos y legados que ustedes pregonan si valemos para votar, pero no para opinar. Dejen de ser pusilánimes y pónganse las pilas, que así acabaremos con la apatía generadora de abstención y facilitaremos la participación entusiasta.

Después de tanta lucha y sangre, seguimos como un país primitivo en cuanto a participación ciudadana. Mil maneras hay para poner las cosas al igual que países con menos cultura democrática y que nos aventajan.

Vamos a salirnos del cajón y busquemos alternativas. Se puede establecer un período de votación con diversas formalidades y una fecha límite para hacerlo presencialmente. Que el que sienta el llamado de votar, tanto en un plebiscito o referéndum como en el día de las elecciones, tenga tiempo de antelación para hacerlo, ya sea en las Juntas Centrales Electorales o en colegios electorales consensuados, donde haya urnas certificadas que, al depositar la boleta, inmediatamente se verifique y se firme que el ciudadano ya está fuera del listado del padrón. Esto reduciría toda la parafernalia logística, también disminuyendo el uso de recursos y eliminando las 50 caras de los candidatos en 50 partidos diferentes.

Otro logro que debemos conservar es que las elecciones sean totalmente separadas: las presidenciales de las municipales y con un mínimo de dos años de espacio, que no es poco ni demasiado, para incluir las tomas de decisiones democráticas urgentes y necesarias. Garantizando que quien tenga garganta, vocación y prestigio sea el elegido, no el repartidor de merienda, sueños, ni el ahijado o apoyado que recibe el mayor presupuesto.

Más que compañeros, compatriotas o camaradas; somos dominicanos y debemos hacer de esto una verdad aquí y allá.

Si algo sabemos hacer los dominicanos es luchar por nuestros sueños y apoyar nuestros ideales. Cuando termina la serie regular, todos nos unimos con el compromiso de que brille nuestro país. Y lo hemos demostrado con creces. Los equipos contrarios mandan sus mejores refuerzos y respetan el compromiso por nuestra bandera para que el país siga adelante en la Serie del Caribe."

En ese instante, quería soltar el micrófono y celebrar con mi brindis, pero sentí en mi hombro la mano de Homero, quien, entre sollozos, no podía contener las lágrimas. Miré el escenario y parecía un año nuevo: todo el mundo abrazándose y mirándose a los ojos, comiendo uvas. Justo cuando Homero me quitó el micrófono y me pasó mi copa, un merengue estruendoso llenó mis oídos. ¡Oh, la realidad! ¡Qué golpe me pegó! Volví a mi sillón en el malecón, y una rubia que me parecía conocida, con una bocina Bluetooth, se había sentado en la silla de al lado, escuchando un merengue muy popular que decía: "¡Qué bueno 'ta este país!". No sé qué escena estaba mejor: si la gala, el mar Caribe o la rubia, pero como liceísta al fin le pregunté: "Hola, ¿tú no eres la americana de Brugal?" Ella respondió: "Yes, pero tú 'ta igualita y tú bailas, síii, merengue, mucho bueno." Pues ahora es que tú vas a saber, americana… Así, se descargó la bocina, y se bailó sin fin hasta que salió el sol a ritmo de "¡Qué bueno 'ta este país!".

Es hora de que cada dominicano se convierta en un actor protagónico en la construcción de un mejor país. Bailemos al ritmo del futuro, confiados, responsables, comprometidos y apasionados. Al final, todos somos uno.