El analista político J. C. Malone en su columna habitual en el Listín Diario,  advertía en torno a la extinción de los símbolos patrios en el logo oficial del Gobierno dominicano. La observación es muy pertinente por cuanto en el escenario nacional es tema de primer orden la insistencia de dotar de la nacionalidad dominicana de manera irregular a millares de habitantes del vecino país, esto poco a poco va evidenciando el interés de que antes la inviabilidad del territorio haitiano miles de ciudadanos de ese país sean habilitados como  dominicanos, para lograr derechos políticos y electorales en base a una absurda competencia poblacional en nuestro propio territorio. Un anhelo que atenta contra la nacionalidad dominicana. Sin dudas un proyecto tipo Kosovo en el Caribe.

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El logo anterior con la bandera y el presente que solo tiene el Palacio Nacional.

El presente Gobierno como parte de la rivalidad de los partidos tradicionales, al asumir las riendas del Estado extirpó del logo oficial la bandera dominicana. En su defecto asumiendo la efigie de la cúpula del Palacio Nacional, como símbolo gubernamental.

Esa hermosa estructura arquitectónica de Gobierno fue construida  en la “Era de Trujillo”, como símbolo de dominio sobre el pueblo, que veía solazarse al “emperador” en ese lugar.  Mientras el “jefe” se arrogaba tan grato placer,  más del 50% de las casas habitadas por la población tenían el piso de tierra y provocaban la uncinariasis (parásito que penetra al cuerpo humano por los pies) como una de las principales causas de morbimortalidad en ese aciago periodo.

Mantener la bandera dominicana en el logo gubernamental no le concede un bono de mayor responsabilidad en la defensa de la dominicanidad a las pasadas autoridades, tan tolerantes con la invasión pacífica haitiana como las autoridades presentes. Se aprobaron leyes que reglamentaban las migraciones, por la presión de sectores nacionales que reclamaban reforzar nuestra leyes migratorias en atención a las realidades geopolíticas de un pequeño país en una media isla.

Pienso que en el afán de diferenciarse las actuales autoridades incurrieron en este grave yerro, que sin sentido autocritico lamentablemente insisten en mantener.

Si algo había que extirpar del susodicho logo, lo constituye el Palacio Nacional  como símbolo de poder, visto desde ese punto de vista nos recuerda un pasado muy doloroso.

Con estos conceptos no pretendemos que el Palacio Nacional (al que tantas veces he asistido frente a sus verjas en piquetes) sea destruido. Esa obra de arquitectura portentosa pertenece a los dominicanos y debe continuar como sede del Poder Ejecutivo. No fue construida con dinero del tirano, pero su promoción debe ser sobria para que no se confunda el mensaje.

Es oportuno recordar la actitud de Lunacharski, el célebre comisario de educación y cultura soviético, cuando los bolcheviques tomaron el poder las masas pretendieron destruir los palacios de los zares y este protestó enérgicamente por este pretendido vandalismo y Lenin debió enviar la Guardia Roja a proteger esas edificaciones que pasaban ser propiedad del  pueblo soviético.

Bajo ningún concepto caeremos en el tremendismo de solicitar la demolición del Palacio Nacional porque fue construido en la “Era de Trujillo”, solo cuestionamos que consciente o de modo inconsciente se pretenda colocarlo como paradigma del Estado.

El símbolo que todos los dominicanos de verdad debemos aferrarnos es a nuestra bandera, incluso no permitiendo a extranjeros que ocupan buena parte de las aulas escolares dominicanas que la irrespeten, lo mismo que con el himno nacional.

No propugnamos por una cacería de brujas, pero sí debemos resguardar la nacionalidad dominicana dentro del ámbito establecido por la Constitución y las leyes.

Los Estados Unidos constituyen el país más poderoso con cerca de 341 millones de habitantes, y con su enorme maquinaria política-económica es muy difícil atentar contra su establishment, no obstante en el actual proceso electoral no solo Donald Trump, el candidato republicano, sino Kamala Harris la candidata demócrata, levantan entre sus principales objetivos el control migratorio. En esta isla compartida por dos países totalmente diferentes, los de este lado toda la vida hemos tenido que cargar con la amenaza potencial que desde el otro lado se prédica por la circunstancias de la isla llamarse Haití, les pertenece.

Esta tergiversación histórica se continua difundiendo en las escuelas de ese país, formando generaciones con este concepto. Sin aclarar que una cosa fue isla de Haití, cuando los primitivos habitantes de la isla y otro asunto es República de Haití a partir del 1 de enero de 1804, mientras esta parte de la isla continuaba como colonia francesa en atención al tratado de Basilea de 1795, donde España traspasó esta antigua colonia española a Francia.

Por lo tanto nunca hemos sido integrantes de la República de Haití, salvo los 22 años compulsivos que nos impuso Boyer, desperdiciando la última oportunidad de hacer un solo país en la isla como estableció Pedro Francisco Bonó, al negarse a promover un Estado federado.

Aquí desde que Duarte fundó la República se hizo en base a la unidad de las razas, las diferencias han sido políticas no raciales, para que ahora se intente imputarnos una lucha de tipo racial, con el agravante de que nuestra población puede quedar en minoría frente a la haitiana.

El último censo cuando se podían realizar esas mediciones estadísticas de aquel lado reportaba casi 12 millones de habitantes, mientras el censo dominicano de 2022 alcanza 11.2 millones de dominicanos. Por lo tanto esa lucha étnica contra la dominicanidad que se está planteando tiene fines estratégicos, arropar la población criolla y rendirnos so pretexto de no ser imputados de racistas, y pasar a ser dominados por otro país con idiosincrasia totalmente diferente, dentro de nuestra propia tierra como ocurre con los palestinos en la actualidad y los habitantes de Kosovo en un pasado reciente.

¡La bandera dominicana es el símbolo de la dominicanidad!

 ¡Que linda en el tope estás

Dominicana bandera!

¡Quién te viera, quien te viera

más arriba mucha más!

 Gastón F. Deligne