Con Gaza y Beirut en el corazón
“Lo que niegas te somete, lo que aceptas te transforma”. Esta célebre sentencia de Carl Jung, psiquiatra suizo y fundador de la Escuela de Psicología Analítica, resume una de las claves más profundas de su pensamiento. Jung, nacido en 1876 y fallecido en 1961, fue discípulo de Sigmund Freud, aunque sus teorías lo llevaron a trazar un camino propio, más allá de los límites del psicoanálisis tradicional.
Entre sus muchos aportes destaca la dualidad entre la conciencia y el inconsciente, que amplió con el concepto revolucionario del “inconsciente colectivo”, una dimensión compartida por todos los seres humanos que trasciende lo individual. Dentro de este vasto universo destaca el concepto de “la sombra”, uno de los aspectos más intrigantes y transformadores de su pensamiento.
La sombra podría considerarse el reflejo oscuro de nuestra psique. A lo largo de la historia la sombra ha sido imaginada de múltiples maneras: como un monstruo, un dragón, un personaje siniestro, una ballena blanca o incluso un extraterrestre. Representa aquello que tememos y rechazamos, lo que luchamos por mantener oculto en lo más profundo de nosotros mismos. En la literatura y el arte esta lucha entre la luz y la oscuridad, entre lo noble y lo destructivo, se ha convertido en una constante representación simbólica de nuestra batalla interna.
Según Jung, la sombra no solo habita en el individuo, sino que también se manifiesta colectivamente. En las culturas y los colectivos se traduce en fanatismo, violencia, caos y atracción por la destrucción. Estos impulsos oscuros, reprimidos y ocultos, se convierten en fuerzas poderosas que moldean el destino humano, especialmente cuando no se les reconoce.
El antropólogo y médico Melvin Konner, profesor de la Universidad de Emory, cuenta la historia de un hombre que, al visitar un zoológico, se detuvo frente a un cartel que decía: “El animal más peligroso de la tierra”. Al acercarse, descubrió que estaba frente a un espejo. Este episodio encapsula la capacidad del ser humano para la crueldad, no solo contra otras especies, sino también contra sus semejantes. Reconocer nuestra sombra, lejos de debilitarnos, nos permite contenerla. Negarla nos condena a vivir sometidos a ella, mientras que aceptarla y comprenderla nos libera.
La transformación a través del conocimiento de la sombra, el conocimiento de nuestra sombra tanto en sus dimensiones personales como colectivas es esencial para nuestra evolución. Tal como reza la antigua inscripción del oráculo de Delfos: “Conócete a ti mismo”. Esta máxima, milenaria y transformadora, es el punto de partida para iluminar nuestras zonas oscuras. Al hacerlo, nos convertimos en agentes de cambio, capaces de actuar desde un lugar de mayor conciencia, reduciendo la influencia inconsciente de esos aspectos que nos perturban.
Jung, pues, nos invita a explorar el vasto paisaje interior, donde la sombra es un componente inevitable y a la vez esencial de nuestra humanidad. Su legado nos recuerda que aceptar lo que somos, en todas nuestras facetas, es el primer paso hacia la transformación.