Mauricio Báez y Ramón Marrero Aristi.

Entre los comunistas más conocidos de aquella época había uno al que le decían Chito, Francisco Henríquez Vásquez, y había uno al que llamaban Periclito, Pericles Franco Ornes. Dos compañeros de ideales que se iniciaron a muy temprana edad en la lucha contra el gobierno de la bestia. La meta que perseguían, sin embargo, no contemplaba el simple derrocamiento del tirano sino la revolución social.

De Pericles Franco Ornes se dijo durante mucho tiempo que había ido a Chile a estudiar medicina y se había graduado de comunista. Lo cierto es que ya había contraído el virus en el país antes de salir al exilio y viajar a Chile, el primer exilio y el primer Chile. De hecho, Pericles era un comunista contagioso. Tenía un don, un magnetismo, un talento natural para atraer, organizar y dirigir, congregar simpatizantes en derredor, y se convertiría en un connotado dirigente en el escenario nacional y en el extranjero.

Tanto él como Francisco Henríquez se cuentan entre los principales fundadores de un movimiento clandestino surgido en 1942 que dio origen al Partido Democrático Revolucionario Dominicano (PDRD). Dice Roberto Cassá que en esta organización —que se definía imprudentemente socialista, marxista, leninista y estalinista—, ejercieron una función centralizadora, crearon y organizaron y también integraron y aglutinaron grupos dispersos de revolucionarios y antitrujistas. Fue el inicio del movimiento precursor de las luchas por el socialismo en la República Dominicana. Un movimiento que contó desde el principio con figuras de tan alto relieve como el dirigente obrero Freddy Valdez (uno de sus fundadores), amén de estudiantes e intelectuales.

Era en extremo difícil y arriesgado crecer y multiplicarse en un medio tan represivo y con un programa socialista tan avanzado y agresivo como el que enarbolaba el PDRD. Aún así llegó a tener cierta presencia en el ámbito nacional. Llegó a formar células, minúsculos organismos políticos en Santiago y en La Vega y en Barahona, pero se dejó sentir principalmente en la ciudad capital, que desde 1936 ya se llamaba Ciudad Trujillo.

Con el propósito de atraer más militantes y simpatizantes el PDRD creó dos frentes de carácter más abierto: la Juventud Revolucionaria (JR) y el Frente de Liberación Nacional (FLN). En la JR se congregaron los antitrujillistas sin distinción de credo político y protagonizaron, junto al PDRD, uno de los más sonados episodios de la fatídica era gloriosa. Generalmente hacían lo que se podía hacer bajo la dictadura: repartían volantes, hablaban y se reunían, ganaban adeptos, adquirieron fama como entusiastas agitadores, pero a la larga el entusiasmo los perdió. El exceso de entusiasmo.

En el mes de mayo de 1945 circuló la noticia de que los soviéticos y sus aliados habían aplastado a la Alemania nazi, que Hitler estaba muerto y que Mussolini estaba muerto y colgado por los pies junto a su amante Clara Petacci y otros fieles en una plaza de Milán, y entonces empezó a correr por el mundo un entusiasmo visceral. Los miembros de las organizaciones antitrujillistas quisieron ver a la bestia en ese espejo y emprendieron una muy agresiva y casi suicida campaña de denuestos contra el régimen: empezaron a repartir y a meter por debajo de las puertas de las casas volantes en los que pedían colgar a Trujillo por los pies igual que a Mussolini, aparecieron pancartas anunciando el fin de la era, reclamando la libertad de los presos políticos y el cese de los abusos y las matanzas de haitianos en la frontera, pedían elecciones libres, pintaban letreros antigobiernistas en las paredes…

Acciones tan temerarias produjeron una extraordinaria sacudida, toda una convulsión política en el país y en el gobierno, y no se quedarían, por supuesto, sin respuesta. Los aparatos de seguridad del Estado identificaron en poco tiempo a los responsables y se puso de inmediato en marcha un minucioso operativo, una feroz cacería que terminó con los huesos de numerosos militantes del PDRD y de la Juventud Revolucionaria en la cárcel, quizás más de un centenar de ellos. Muchos fueron puntualmente apaleados, torturados, martirizados, sometidos a la feroz rutina carcelaria del régimen. Otros no tuvieron tanta suerte y fueron ejecutados. Asesinados, desaparecidos.

Para salvar el pellejo, algunos de los principales dirigentes tuvieron que buscar asilo y lograron asilarse casi por puro milagro, con los esbirros de la bestia pisándoles los talones. Pericles Franco y los hermanos Juan y Félix Servio Ducoudray se asilaron en la embajada de Colombia. Chito Henríquez, junto a su padre Enriquillo Henríquez, recibieron asilo en la embajada de Venezuela. La bestia no les facilitó la salida del país, por supuesto. Los mantuvo durante un buen tiempo en un angustioso estado de incertidumbre, hasta que por fin cedió. Les permitió marchar al exilio y se marcharon. Pero no tardarían mucho tiempo en regresar.

El PDRD y la JR quedaron desarticulados, pero es posible que algunos militantes, sobre todo estudiantes, se negaron a aceptar la derrota y persistieran durante pocas semanas en la labor de agitación, hasta que finalmente la bestia estableció el orden, la pax romana. Lo cierto es que por primera vez la bestia había sido desafiada y enfrentada públicamente por un movimiento político intransigente que no le daría tregua durante varios años. No todo estaba pues bajo el control del régimen brutal. Un grupo de valientes, en un acto de heroísmo ciego, se había atrevido a ejercer la libertad de palabra y la volvería a ejercer de nuevo poco tiempo después, aunque el precio que pagaría sería oneroso.

Lamentablemente lo primero que hizo el PDRD al llegar al exilio en Cuba fue dividirse, escindirse, como acostumbran a hacer tan a menudo los partidos de izquierda, y de esa escisión surgió el Partido Socialista Popular (PSP), una copia al carbón del PSP cubano, con el cual mantuvo vínculos muy estrechos. Fue a través del PSP cubano que se negoció el acuerdo con el gobierno de la bestia (representado, como se ha dicho, por el escritor Ramón Marrero Aristi), un acuerdo mediante el cual se permitiría a los comunistas dominicanos regresar al país y ejercer públicamente sus labores proselitistas. Marrero era todo un personaje, un intelectual con sólida formación, del cual se sospechaba que alguna vez había nutrido simpatías por el marxismo y el socialismo y que terminaría siendo una de las tantas víctimas de la bestia.

Poco tiempo después de la firma del acuerdo muchos de los exilados y de los recientemente exilados empezaron a regresar. Los primeros ocho en llegar publicaron un manifiesto y el Partido Socialista Popular salió descaradamente a la luz.

Hacia falta estar un poco loco o quizás un poco más que loco para embarcarse en esa empresa, una extraordinaria firmeza de convicciones, una extraordinaria dosis de temeridad.
(Historia criminal del trujillato [103])

Bibliografía

Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator.

Gabriel Atilio, “Los comienzos de la lucha política de clases en la República Dominicana” (https://www.marxist.com/republica-dominicana-origenes-socialismo.htm).

Roberto Cassá, “Movimiento Obrero y Lucha Socialista en Republica Dominicana”. Bernardo Vega, “Un interludio de tolerancia”.