Trujillo no podía estar más furioso y desconcertado. El tal Braden —el insignificante subsecretario Spruille Braden—, le había negado a él, precisamente a él, un permiso para la compra de un cargamento de armas: se lo había negado al gobernante que con sobrada razón se proclamaba y proclamarían “El campeón del anticomunismo en América”. Al hombre que defendía los intereses del imperio como si fueran suyos, al que mantenía la paz y el orden en un país que pocos años atrás era un desorden institucionalizado, al preclaro gobernante que había terminado con el caos de la montonera y conducido a la república por la ruta del progreso. Al generalísimo y perínclito y padre de la patria nueva, a don Rafael Leónidas Trujillo Molina. Al prócero personaje cuyas iniciales eran sinónimo de Rectitud, Libertad, Trabajo y Moralidad.
El perínclito ardía de justa indignación. Con una injuria, una afrenta, pagaban sus buenos servicios, pero el perínclito se vengaría, sí, muy pronto vengaría la ofensa. Braden quería democracia, quería libertad, y la bestia le daría lo que quería y le daría un susto además, pondría a temblar al imperio. Le daría rienda suelta a los revoltosos, legalizaría incluso a los comunistas, les permitiría regresar del exilio, les pagaría el viaje si era necesario. Tantearía las relaciones diplomáticas con la Unión Soviética. Se inclinaría a la izquierda, de ser preciso, peligrosamente a la izquierda. Coquetearía con el comunismo ateo y disociador. Se aliaría con el diablo, se aliaría con todos los diablos comunistas si fuera necesario para vengarse del maldito Braden y el fatídico imperio.
Ya en esa época la bestia se estaba preparando para la reelección en 1947 y, para demostrar sus buenas intenciones, su firme determinación de democratizar el país permitiría la participación de partidos de oposición, la participación plural de diferentes organizaciones que a favor o en contra formarían parte del más amplio espectro electoral.
Para dar inicio al ejemplar proceso democrático, en 1945 el gobierno de la bestia solicitó a conocidas figuras políticas formar y refundar partidos de oposición. Entre todos los llamados y todos los elegidos ninguno fue tan entusiasta y tan ingenuo como Rafael Estrella Ureña. Algunos de los más serviles e incondicionales servidores de la bestia —en lo que Crassweller llama una parodia de indulgencia o pantomima liberal— formaron partidos y organizaciones políticas, incluso sin renunciar a la membrecía o membresía del partido oficial. Solo Estrella Ureña (a quien Trujillo había rescatado del exilio unos años antes con fines inconfesables) se tomó en serio la propuesta, renunció a un cargo judicial y se entregó de lleno a la organización de un partido y de inmediato empezaron a lloverle oprobios, lo sepultaron vivo en un cenagal de difamación e injuria. Lamentablemente, Estrella Ureña cayó enfermo al poco tiempo o lo enfermaron, lo sometieron a un procedimiento quirúrgico rutinario y falleció el 25 de mayo de 1945. Falleció al parecer de causas naturales, sospechosas causas naturales, con la inestimable ayuda de la bestia. El condolido mandatario declaró tres días de luto oficial y despidió el duelo con aparatosas honras fúnebres.
El sainete electoral siguió su curso. En 1946 el director del periódico “La opinión” fue invitado a publicar artículos contra el gobierno. Dice Crassweller que el director se resistió, se puso chivo en grado superlativo, entró en sospechas. Hay que imaginar que no le gustó la idea y que a lo peor pensaría que le estaban poniendo una trampa, una carnada o mejor dicho un gancho, como se decía en ese época, para probar su lealtad y agarrarlo asando batatas. De modo que pidió confirmación personal de parte de la bestia y la bestia le prometió que su vida, su libertad de acción estaban garantizadas y que el gobierno le daría, como en efecto le dio, seguridad y asesoría y financiamiento para que por fin aceptara la idea y dirigiera una campaña contra el gobierno orquestada por el gobierno. Cuando por fin el director se convenció o lo convencieron comenzaron a aparecer en “La opinión” unos cautelosos artículos contra la bestia y las honorables Fuerzas Armadas. Por desgracia, el director se tomó demasiado en serio lo de la libertad de prensa y publicó un carta de José Antonio Bonilla Atiles, vicerrector de la única universidad, en la que este explicaba sus razones para no firmar un manifiesto a favor de la reelección de la bestia en 1947 y ahí terminó todo, ahí fue Troya. Bonilla Atiles fue despedido de todos sus cargos, fue acosado, perseguido y finalmente obligado a tomar la ruta del exilio. La bestia compró o se apoderó de las acciones de “La Opinión” y sus dueños igualmente consideraron prudente abandonar el país al poco tiempo. “La Opinión” se convirtió entonces en un vocero del reeleccionismo y desapareció del mapa no mucho después.
En el mismo año de 1946 empezó lo que Crassweller llama otro aspecto de la mascarada, la mascarada liberal. Un doble juego entre Trujillo y los comunistas en el que uno trató de sacar provecho de los otros y viceversa. Trujillo saldría ganando por supuesto, pero lo cierto es que en un primer momento fue mucho mayor el provecho que sacaron los comunistas que el que sacó la bestia. De hecho, la situación llegó a descontrolarse, amenazó con salir de su cauce y la bestia tuvo que ponerle freno drásticamente.
Todo terminaría como terminaban las cosas con la bestia, con un baño de sangre y una violenta represión, pero mientras tanto se había construido una fachada para demostrarle al imperio y al mundo que en el país se estaba instalando una verdadera democracia a pesar de los peligros que representaba la democracia. El peligro comunista entre ellos. Y el de la clase obrera.
En esa época el gobierno aprobó o modificó leyes que regulaban los contratos de trabajo, se creó la Secretaría de Trabajo y Economía y se reorganizó la flamante Confederación de Trabajadores Dominicanos (CTD), que había sido fundada durante el breve gobierno de Estrella Ureña en 1929. Al frente de esta última puso a Panchito Prats Ramírez, uno de sus más fieles y reptantes cortesanos. Esa medida y todas las demás demostraban o querían demostrar la preocupación de la bestia por la situación de la clase obrera.
Asimismo se dio rienda suelta a la creación de sindicatos, o mejor dicho a la proliferación de un falso sindicalismo que promovía huelgas y actos de sabotaje y puso los pelos de punta a los propietarios y gerentes y accionistas de los ingenios azucareros que pertenecían a los gringos.
Por si todo esto fuera poco, el gobierno de la bestia intentó o fingió tratar de establecer relaciones diplomáticas con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Nada más alarmante, sin embargo que el peligroso doble juego entre la bestia y los comunistas. Los comunistas del Partido Socialista Popular, que se encontraban en Cuba en su mayoría.
Un emisario de la bestia, muy calificado, el escritor Ramón Marrero Aristi, firmó o estableció de alguna manera un acuerdo con la dirección de este partido. El acuerdo estipulaba entre otras cosas la liberación de los presos políticos, que eran muchos, y la legalización del PSP en la República Dominicana, aparte de las necesarias garantías para que esto fuera posible.
En agosto de 1946, acogiéndose a las garantías que nadie garantizaba, regresaron los primeros temerarios dirigentes:
Fredy Valdez, Roberto McCabe, Ramón Grullón, Mauricio Báez, Héctor Ramírez, Rafael Ovenedit, Luis Escoto, Antonio Soto.
(Historia criminal del trujillato [101])
Bibliografía:
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator.
Gabriel Atilio, “Los comienzos de la lucha política de clases en la República Dominicana” (https://www.marxist.com/republica-dominicana-origenes-socialismo.htm)