En las plataformas digitales, se habla de una “sociedad zombi”, donde la gente actúa automáticamente, saturada de información, sin tomar el tiempo para procesar críticamente los datos, las imágenes y las narrativas que consumen a diario. El zumbi es el antídoto del samurái.

En algunas subculturas online, se debate sobre la relevancia del samurái en el mundo contemporáneo, usándolo como metáfora para hablar de la ética personal, el minimalismo, y la lucha contra las distracciones de la vida moderna. Esto crea un samurái virtual que lucha, no en el campo de batalla, sino en un mundo digital y de alta velocidad.

Las redes sociales influyen significativamente en la construcción moderna de la imagen del “hombre samurái”, principalmente a través de la reinterpretación de elementos históricos y culturales bajo una perspectiva contemporánea. Aunque los samuráis desaparecieron formalmente con la modernización de Japón en el siglo XIX, su figura ha sido perpetuada y transformada por los medios, incluidas las redes sociales, en múltiples sentidos.

Zygmunt Bauman, uno de los intelectuales de la Sociología más relevantes del siglo XX, nos habla del mundo actual por su estado fluido y volátil. Es lo que denomina sociedad liquida. Dice que ésta es una sociedad en la que la incertidumbre por la vertiginosa rapidez de los cambios ha debilitado los vínculos humanos. Bauman sostiene que la modernidad liquida implica un proceso de individualización, que consiste en la liberación del individuo de las ataduras colectivas y la asunción de una mayor responsabilidad sobre su propia vida. Sin embargo, esta libertad también conlleva una mayor inseguridad, soledad y miedo.

Una amiga de infancia, psicóloga de profesión y muy católica, que leyó mi artículo anterior, cree que hay que volver a introducir la enseñanza cristiana en las escuelas, porque en el sistema educativo es evidente la pérdida de valores. Dice que hay otra arista asociada a esta crisis intelectual, hay también una crisis de valores. “Esa característica de encerrarse en sí mismo, esa especie de incapacidad para acercarse al prójimo, según le llaman los cristianos, es lo que provoca el aislamiento de los adolescentes”.

Betty Reyes, en el grupo el “Buen Pastor” en la Pastoral Juvenil, nos enseñó que el cristianismo sugiere “Amar al Prójimo como a ti mismo”; es decir, nos enseñó en el amor al prójimo, y a nosotros mismo.   Los revolucionarios, más allá de la religión, lo fomentamos a través de la idea de la solidaridad.  “Médicos y no bombas es lo que necesita la humanidad”, escuche decir a Fidel Castro, en un fragmento de discurso a través de las redes sociales.

“Sobre este tema hay un aspecto relacionado con compadecer a la gente que está en situaciones difíciles, darles solidaridad. Y hoy el individualismo, el narcisismo que crean las redes sociales en sus diferentes plataformas, el fenómeno de contemplarte permanentemente tiene que ver con la ética y los valores sobre los que se basan las conductas”.

Hay estudios que sugieren que el alto grado de depresión en la adolescencia y de intentos de suicidio en muchachas entre 15 y 18 años es porque en las redes sociales aparecían los modelos de belleza, las mujeres famosas, las actrices…y de pronto, si la muchacha no encajaba en esos prototipos caía en una crisis. Porque en esa etapa de la vida es muy importante la aceptación, y las redes sociales permanentemente te están sometiendo a un juicio.

Un adolescente publica una foto en las redes sociales y quiere ver cuántos Me Gusta tiene, cuánta gente la compartió. Y si los comentarios son despectivos, humillantes, se vuelve proclive a esta depresión y hasta llega al suicidio. He conocido varios casos, que han terminado en suicidio.

Hay casos recientes en Brasil, España, México y Estados Unidos de adolescente a los que los padres los han castigado quitándoles el celular móvil, y los han asesinado por arrancarles esa droga que les parecen esencial para la vida.

Hay que tener presente que estas comunidades digitales son muy numerosas y están integradas por personas que viven en los lugares más recónditos, pero todos están en tiempo real, opinando. Y haciéndolo como se opina en las redes sociales, que no es de manera analítica y razonada. Es opinando con ira, con colera, a veces con odio.

Hay que estar en las redes sociales, sin duda, y no podemos, en ningún momento, ni pensar en prohibir que nuestros jóvenes estén ahí. Pero, al mismo tiempo, debemos hacer lo posible porque estén en las redes sociales de una manera más responsable, que no repliquen una fake news (noticias falsas), que no se sumen a una campaña de descredito, que no se dejen conducir de un lado a otro, lo cual pasa en muchos lugares, porque se trata de una manipulación de la información y de las emociones.