El retorno a la aldea, donde todo le había sido tan familiar, empezó a ser desconcertante. A su paso iba Rip van Winkle encontrando personas y cosas desconocidas y hasta el paisaje había cambiado. Nada parecía ser igual. La borrachera, al parecer, había alterado su sentido de la realidad.
«Al acercarse a la villa encontró diferentes personas, todas desconocidas, lo que le sorprendió sobremanera, pues creía conocer a todos los habitantes de aquella parte del país. También la manera como iban vestidas se diferenciaba de aquella a la cual estaba acostumbrado. Todos le miraban con iguales demostraciones de sorpresa y, en cuanto le veían, se acariciaban la barbilla. La constante repetición de este ademán indujo a Rip a hacer lo mismo, y observó entonces con gran asombro suyo que tenía una barba de casi medio metro».
Ahora los chiquillos, que antes lo recibían con júbilo, eran otros chiquillos y se burlaban de él. Los amistosos perros también eran otros perros y le ladraban al pasar. Nadie parecía conocerlo.
«Finalmente, llegó a los suburbios de la villa. Una tropa de chiquillos desconocidos corría detrás de él gritando desaforadamente y burlándose de su barba. Los perros, ninguno de los cuales parecía conocerle, ladraban a su paso. La misma villa había cambiado: era más grande y más populosa. Encontró hileras de casas que nunca había visto; además habían desaparecido muchos lugares familiares. Las puertas tenían inscripciones de nombres desconocidos; se asomaban a las ventanas caras que nunca había visto; no podía reconocer nada. La cabeza le daba vueltas, y llegó al extremo de preguntarse si él o la villa estarían embrujados. Ciertamente este era su lugar natal, del cual había salido el día anterior. Allí estaban los Kaatskill; a una cierta distancia corría el plateado Hudson; cada colina y cada valle se encontraban precisamente donde debían estar. Rip estaba profundamente perplejo. «Esas copas de anoche -pensó- me han trastornado la cabeza”».
Lo que más le preocupaba, sin embargo, era el encuentro con su temida mujer, su vilipendiada esposa. Todo estaba tan cambiado que ni siquiera podía encontrar la casa y cuando por fin la encontró se llevó una sorpresa mayúscula.
«La casa estaba en ruinas: el techo se había desplomado; no quedaba puerta ni ventana en su sitio. Un perro famélico rondaba por allí. Como tenía un cierto parecido con Lobo, Rip le llamó por su nombre, pero el animal le mostró los dientes y siguió de largo. «¡Hasta mi mismo perro me ha olvidado!», dijo Rip con un suspiro.
»Entró en la casa, que, a decir verdad, la señora Van Winkle había mantenido siempre limpia y en orden. Estaba vacía y aparentemente abandonada. Una intensa desolación se apoderó de él. Llamó a gritos a su mujer y a sus hijos. Resonó su voz en los cuartos vacíos y después reinó otra vez un silencio completo».
De la casa salió hacia la taberna, pero la taberna ya no estaba y en su lugar había un hotel. Y donde había un árbol había ahora un mástil, un asta con una bandera salpicada de estrellas y barras. Además, la efigie de rey inglés Jorge III, señor de todas esas tierras, había sido cambiada por la de un general llamado Washington.
Más adelante encontraría un grupo de gente extraña que hablaba de cosas aún más extrañas para él. Pero igualmente extraña resultó para esa gente la aparición de Rip van Winkle. De inmediato lo rodearon, le preguntaron si era federal o demócrata y por quién iba a votar y otras cosas inteligibles para Rip, y además le preguntaron que «cómo se le ocurría venir a una elección portando armas…».
«-Ay, señores -dijo Rip algo asustado-. Yo soy hombre de paz, nacido en esta villa y fiel súbdito de nuestro señor, el rey Jorge, a quien Dios guarde.
»Los circunstantes estallaron en exclamaciones: «¡Un espía! ¡Un refugiado! ¡Fuera con él!» Con gran dificultad, aquel anciano caballero, que se daba tanto pisto, logró restablecer el orden. Con un fruncimiento de cejas, que indicaba una austeridad diez veces mayor, preguntó a aquel malhechor desconocido a qué había venido allí y qué buscaba. El pobre Rip aseguró humildemente que no tenía ninguna mala intención y que venía a buscar algunos de sus vecinos que acostumbraban frecuentar la taberna».
El problema es que ninguna de las personas que mencionó estaba viva y nadie podía corroborar su testimonio. Finalmente exclamó:
«-¿No conoce nadie aquí a Rip Van Winkle?
»-¡Oh!, ¡Rip Van Winkle! -exclamaron algunos-; claro, Rip Van Winkle está allí apoyado en un árbol.
«Rip miró y vio una reproducción exacta de sí mismo cuando se fue a las montañas. Por lo que se veía, seguía siendo tan haragán como siempre y su desastrado traje no había cambiado nada. El pobre Rip estaba completamente confundido. Dudaba de su propia identidad y no sabía si él era él o cualquier otra persona. En medio de su confusión, oyó que el anciano caballero le preguntaba su nombre.
«-¡Sólo Dios lo sabe! -exclamó sin saber ya qué pensar ni qué decir-. Yo no soy yo. Yo soy otro. Es decir, yo estoy allí. No, es otro que se ha metido en mis zapatos. Hasta anoche, yo era yo, pero me dormí en las montañas y me cambiaron hasta la escopeta. Quiero decir, todo ha cambiado. Yo he cambiado y no puedo decir quién soy ni cómo me llamo».
Todo parecía ir de mal en peor para Rip, que empezaba francamente a desesperar y a temer lo peor.
«En este momento crítico, una mujer que acababa de llegar se abrió paso a través de la muchedumbre, para poder observar a Rip. Tenía en los brazos un chiquillo de cara redonda, que, al verle, comenzó a gritar. «¡Vamos, Rip! -exclamó ella-, ¡tonto!, ese hombre no te va a hacer daño! El nombre del niño, el aspecto de la madre, el tono de su voz, todo despertó en Rip numerosos recuerdos.
»-¿Cómo se llama usted, buena mujer? -le preguntó.
»-Judit Gardenier.
»-¿Cómo se llamaba su padre?
»-Rip Van Winkle, ¡pobre hombre! Hace veinte años que desapareció en las montañas con su escopeta y desde entonces nadie ha sabido más de él. Su perro volvió solo a casa. No sabemos si se mató o si se lo llevaron los indios. Yo era entonces muy pequeña.
»A Rip le quedaba tan sólo una pregunta por hacer, la que formuló con voz temblorosa:
»-¿Dónde está ahora su madre?
-Murió hace muy poco tiempo. Sufrió un ataque a consecuencia de una discusión que tuvo con un vendedor ambulante que venía de Nueva Inglaterra».
Esa sería, a juicio del despiadado autor del relato, la única noticia reconfortante.
«El honrado Rip no pudo contenerse más tiempo. Abrazó a su hija y a su nieto.
»-Yo soy tu padre. ¿No conoce aquí nadie al viejo Rip Van Winkle?
»Todos se quedaron asombrados, hasta que una anciana salió de entre la multitud con paso tembloroso y, poniéndose la mano delante de los ojos, para ver mejor, exclamó: «¡Claro!, es Rip Van Winkle. ¡Es el mismo! Bienvenido, vecino. ¿Dónde has estado todos estos años?»
Rip van Winkle no lo sabía, entonces, ni tenía forma de saberlo, pero el sueño que pensó que había durado una noche fue mucho más largo.
El encuentro con los extraños seres de la montaña y la borrachera y el sueño de Rip van Winkle habían ocurrido en algún momento anterior a la guerra de independencia de las treces colonias norteamericanas y se había prolongado durante veinte años. Cuando despertó el mundo había cambiado por completo.
Lo que se quiera inferir sobre esta maravillosa fábula queda a opción del lector. Aparentemente es una alegoría política, quizás quiera decirnos que al holandés que se duerme se lo lleva la corriente, como de alguna manera sucedió a los holandeses. Pero también puede referirse al tipo de persona que vive sin darse cuenta. O puede ser una provocación, una idealización del hombre improductivo, tan contrario a los valores establecidos en aquella sociedad. En fin, es un texto abierto a innumerables interpretaciones.
Lo importante, como estructura literaria, es la forma en que el autor mueve los hilos de la trama y produce esa impresionante atmósfera de suspenso al final, las finas píncelas con que da vida al retrato de un vago y una mujer tan gruñona como vilipendiada, el extraordinario movimiento y vivacidad de los personajes y la creación de un mundo fantasioso, ficticio, que en ningún momento deja de parecer real. Quizás no es, como se afirma, el primer cuento de la literatura estadounidense, pero es el primer gran cuento, uno de los mejores. Un venerado objeto de culto.