Dicta la prudencia que todo gran estadista ha de reconocer en el firmamento los tintes dorados del ocaso y empezar el camino que lo lleve a disfrutar de los dulces vientos de la posteridad bajo su propia higuera, o en el caso tropical bajo su propio tamarindo. Compartiendo desde allí la sabiduría adquirida en el ejercicio del poder a las nuevas generaciones, que ávidas de guía buscarán el consejo de sus mayores para evitar cometer los mismos errores que estos cometieron en su quehacer profesional, moviendo así a la sociedad hacia un mejor mañana.
Pero la prudencia, como madre de todas las virtudes, solo puede florecer en aquellos corazones que a fuerza de trabajo y sacrificio han arado los surcos de la fortitud ética y moral a lo largo de toda una vida. Lo cual, aun cuando ha sido jefe de Estado en tres ocasiones, es difícil de esperar de quien nunca ha tenido que dignificar su vida a través del trabajo, pero que, de alguna manera, en sus propias palabras, nunca le ha faltado el dinero.
Es difícil esperar prudencia de un Gran Estadista que habla de una obra incompleta luego de haber ostentado el poder por tres ocasiones en un plazo de dieciséis años y que ha visto a su partido gobernar por veinte de los últimos veintiséis años. Pero tal vez es que su obra es como la roca de Sísifo, una gran faena de futilidad y repetición que está condenada a encontrarse siempre incompleta. Siempre a la espera de que él, que en su egocentrismo infinito se ve aún como un Titán destronado a punto de retornar a su trono divino, empuje la roca una vez más hacia la cima con la esperanza de que esta vez no caiga inevitablemente hacia el abismo, como lo ha hecho cada vez que ha abandonado el poder.
Porque es revelador de un Gran Estadista de tan larga data que luego de haber gobernado de manera personal por doce largos años y a través de su partido por un total de veinte, el único dato relevante que pueda ser rescatado de su obra inacabada es la consagración de la mediocridad como punto determinante de la ejecución de su tan grandilocuente discurso. Ha sido, sin la menor duda, el padre de la corrupción más despiadada que se ha cernido sobre las estructuras de poder de nuestra república y el catalizador de la propagación generalizada de lo que Alain Deneault llama el proletariado con dinero. Una clase socioeconómica dependiente y sometida por sus supuestos liberadores quienes de manera sistemática le denegaron el derecho más fundamental, el de la libertad de toma de decisiones que se desprende de la independencia económica.
Entonces llama a la atención y a la curiosidad, qué se puede hacer en cuatro años más que no se haya podido lograr en los primero doce o en los veinte colectivos. Además de continuar creando una clase media de papel que sea dependiente del Estado y que se encuentre subordinada a los deseos clientelares de generación de pobreza que han sido la norma en las gestiones del Gran Estadista y su otrora querido colaborador, hoy declarado contrincante.
O es acaso que el Gran Estadista en sus afanes por continuar emulando a los otros grandes estadistas que le precedieron, como Báez, Santana, Lilís y Trujillo, busca imponer su voluntad una vez más para ver si al redondear las dos décadas de gobernanza podrá finalmente dar por terminada su obra.
Aunque es poco probable que su hambre se dé por satisfecha, ya que es síntoma muy claro de ese gran vacío que yace en aquellos hombres que, a falta de una base de formación fundamentada en principios honorables y justos, han tenido que perseguir el poder como vía de imposición de su voluntad y entienden que el servicio público no es más que el camino para imponer en los ciudadanos desprevenidos la servidumbre pública.
Pero mientras su hijo jugaba polo, como el famoso hijo de aquel otro Gran Estadista, la sociedad se iba sumiendo en el sopor de la complacencia que surge del cansancio de ver las esperanzas una vez puestas en una liberación altamente cacareada por el promotor de una dictadura con apoyo popular, en un sistema de dependencia y opresión solo comparable con los peores momentos del clientelismo servil que arroparon a Europa durante diez siglos.
Señor Gran Estadista, yo sé que dentro de su cabal de sicofantes edulcorantes no puede encontrar a nadie que le escriba de manera veraz, indicándole que ya es hora de abandonar sus aspiraciones mesiánicas y dedicarse a una vida académica y política distinta. Que su momento histórico ya ha pasado y que a partir del 16 de agosto del 2020 se inició una nueva etapa en la República Dominicana, una en la cual los paradigmas de integración social, de dinamización de las fuerzas creativas latentes y de construcción de independencia económica han sido replanteados con la misión clara de proveerle a la sociedad las herramientas para que pueda lograr esta mencionada independencia.
En fin, sé que ninguno de los miembros de su manada le dirá nada de esto al momento que le llaman líder, mesías y cuantos epítetos altisonantes e hiperbólicos sus ansias de comer migajas los lleven a promulgar. Por eso le escribo yo hoy, Gran Estadista, para que en el futuro cuando la historia se torne de manera irreversible contra usted por haber abusado de la paciencia de las Moiras, no pueda decir que nunca tuvo quien le escribiera.