Ya se sienten en pleno los aires de fin de año y en pocas horas estaremos compartiendo la mesa y la copa, el júbilo, el vacío y la nostalgia mezclada con cierta euforia propia de la época.
La Navidad ahora deja sentir sus encantos, el olor de las frutas de época, las canciones y las promesas, la renovación de afectos y hasta el recuerdo de los amores perdidos. La Navidad ha sido siempre eso; aún durante la trágica pandemia no pasaron desapercibidas las celebraciones. Feliz Navidad y próspero año nuevo, dicen los comerciales en los medios de comunicación. No es que me extrañe por esto, sino que hasta hace pocos años las navidades empezaban por la radio. Si no lo cree, recuerde aquel anuncio extraordinario, como solo un profesional al estilo de Freddy Ortiz podía hacerlo
El dulce sonido de las campanitas del cristal de la alegría. Ese es el texto del viejo comercial de Anís Confites, campanita del cristal de la alegría, de Pedro Justo Carrión. En principios, cuando don René del Risco Aponte (padre de René del Risco Bermúdez) escribió el texto, éste terminaba así: Anís confite sabe a besos de mujer. Después, a medida que el negocio de la publicidad fue alimentándose de la ciencia y dejando atrás un poco la retórica del verso comercial, el anís confite empezó a venderse como un producto para hombre y mujer y fue de esa manera uso un nuevo lema: Campanitas del cristal de la alegría, símbolo de la Navidad dominicana.
Pero ya no es así y esa joya de comercial del que estoy refiriéndome tampoco suena porque desapareció la firma licorera Pedro Justo Carrión, su único heredero (tengo entendido que un hijo adoptivo) vendió la empresa por cheles con toda la línea de productos y dicen que dilapidó los recursos tocando fotuto, instrumento digamos que musical hecho de caracolas desde los taínos y que se toca produciendo una sensación igual a la de las caracolas. Pero de tan hermoso que es aquel viejo comercial navideño, debería sonar siempre.
Vienen estos recuerdos porque es costumbre que en mi casa se instale el arbolito de Navidad durante los días finales de octubre, y ahora lo contemplo, reflexiono y escribo en el balcón.
En este tiempo tan especial hay de todo y tiempo para todo. Desde la algarabía o chercha del aguinaldo hasta el propio momento de compartir, recordar, alegrarse, entristecerse, aislarse o meterse en la multitud. Regresan nombres y rostros, momentos de cuya eternidad dudábamos, remordimientos y cuestionamientos. Tiempos para llamar o visitar a esas personas que amamos, aunque les dedicamos poco tiempo.
Escribo, precisamente, mientras oigo, en el balcón de mis sueños y mis delirios, algunas de esas canciones tradicionales de la época. Luis Aguilé, autor de una emblemática joya, toca mis oídos con Ven a mi casa esta Navidad, Raphael y El tamborilero, o el ya clásico Feliz Navidad del no vidente José Feliciano, un hombre de buen talento, pero caracterizado por un temperamento personal agrio y difícil.
Con el arbolito montado y, de fondo, esa música que despierta tantos sentimientos dormidos, vamos camino a Nochebuena. Quedarán vacías algunas sillas, renacerán recuerdos, volveremos a abrazarnos y a darnos la mano conmovida, compartiendo, reitero, la copa y la mesa, antes y después del aguinaldo. Que Dios calme el llanto de los inconsolables y ponga en cada mesa el pan diario, e ilumine la con su sagrado inflijo nuestras vidas.