El Comandante Arturo Sanabia, quien estaba en la puerta que daba acceso por la galería a las oficinas del Presidente y que, al igual que su hermano el Capitán Ernesto Sanabia, se había puesto al servicio directo de Morales, entró al despacho de éste y le dijo: “ Presidente: ahí viene Luis Tejera con unos cincuenta hombres armados”.
Morales no se inmutó lo más mínimo. El usaba siempre el saco cerrado hasta el cuello. Se limitó a sacar del ojal el botón que daba a la cintura y exclamó: “Que pase”. Cáceres se puso de pie y dijo: “Mr. Dawson, no respondo de lo que pase”. (El General Cáceres explicó más luego esa frase en mi presencia al mismo Dawson, diciéndole que él creía que, a pesar de lo afirmado por éste, los americanos habían desembarcado y que en ese caso no respondería de lo que sucediera, porque él no iba a contener al pueblo ni a las tropas si les hacían fuego a los americanos).
Tanto Cáceres como Dawson salieron de la oficina de Morales y fueron al encuentro de Luis Tejera. Con Morales quedamos Arturo y Ernesto Sanabia y yo. Morales me requirió a que me fuera. Le contesté que yo permanecería ahí. Dirigiéndose luego a Arturo Sanabia y señalándole la puerta que daba a un departamento contiguo a la galería interior le dijo: “Sanabia: pásele el pestillo a esa puerta para que les cueste trabajo abrirla. A mí me harán picadillo; pero yo mato antes a Luis Tejera. Hasta hoy estará de guapito”· Al hablar así echó hacia adelante la funda del revólver.
Esa mañana se había recibido un telegrama del General Demetrio Rodríguez por la línea francesa, que decía más o menos: “Sé tu situación ahí, mándame cañonero independencia e iré con quinientos militares”. Morales, recordando esto, me dijo:“ Troncoso, ¿dónde está el telegrama de Demetrio? Rómpalo, porque si nos matan va a ser una prueba en contra mía”. Demetrio Rodríguez era Delegado del Gobierno en la Línea N.O. y aspirante a la Presidencia.
La comarca estaba en manos del jimenismo y Demetrio la gobernaba sin sujeción. Entre Morales y él no había ninguna clase de relaciones. Morales no creyó sincera su actitud. Rompí el telegrama y traté de mascarlo y tragarlo; pero al no poder lograr esto eché los restos de papel, llenos de saliva, debajo de una alfombra. Unos segundos después me dijo, hasta con buen humor: “Troncoso, ya no pasará nada; estas cosas son como ciertas enfermedades, que si no matan en el primer momento ya no hacen nada”.
De la parte de afuera venía mucha bulla. Oímos, sin embargo, claramente la voz de Cáceres cuando dijo: “General Tejera párese ahí” y después: “ General Tejera qué disparate es ese? Morales me dijo entonces: “Troncoso: vaya por la galería de la calle y vea si puede pasar al salón para que me diga cómo está la cosa”. Fui. El salón estaba completamente vacío. Continué hasta una puerta de persiana que comunicaba la galería del patio por la escalera que daba acceso al salón. Mirando por una celosía vi a Velásquez que se abrazaba a Luis Tejera y le gritaba al oído: “¿ Qué es eso Luis? Soy yo, Velásquez. Ya todo está arreglado. No hay ningún peligro”.
Al oír esto, Luis se desasió de Velásquez y tirando el sombrero al suelo exclamó: “Me c/…en Dios”. Cáceres le gritó entonces: “General Tejera: vaya a cubrir su puesto”. Mr. Dawson se empeñó en que Luis Tejera fuera al rio para convencerse de que no había tan desembarco. Pasado un rato, todos fueron para el muelle. Efectivamente, las fuerzas salidas del Olimpia estaban ya transbordadas al Scorpion.
El interés político de aquellos días quiso hacer aparecer esta conducta de Luis Tejera como si lo hubiera movido un arranque de patriotismo; pero no hubo tal cosa. El creyó que los americanos iban a desembarcar para apoyar a Morales y llevándose de un impulso salió a matar a éste, para que no le aprovechara. La prueba es que fue a palacio contra Morales, en vez de ponerles el frente a los presuntos invasores. (Digo que Tejera fue a matar a Morales, porque varios de los que le acompañaban referían que al salir de la Fortaleza, Tejera profirió: “vamos a acabar con Morales y los que están con él”).
En cambio se le quiso atribuir a Morales la combinación de un plan con el Secretario Sánchez y el Ministro Dawson para hacer bajar un destacamento del Cuerpo de Marina americano de los buques de guerra Olimpia y Yankee, surtos en el Placer de los Estudios, a fin de apoyarse en ellos. La conversación que yo oí esa mañana entre Morales y Sánchez, y que refiero arriba, demuestra que ni uno ni el otro sabían nada de lo que los americanos iban a hacer. Además, de haber estado en semejante combinación, no habrían ido a sus respectivos despachos, exponiéndose a las iras de los enemigos que los vigilaban y hasta los cercaban continuamente.
Volviendo a los sucesos del día 6:
Después de conversar con Morales, Don Juan Francisco Sánchez, quien se había ido para el despacho de Relaciones Exteriores, se puso allí a recoger los papeles particulares que tenía en su escritorio y a dar órdenes para poner el despacho en condiciones de entregarlo a su sucesor. Allí le sorprendió el serio incidente que acabo de relatarle. Salió apresuradamente.
Él no sabía de lo que se trataba; pero se enteró de que un grupo armado encabezado por Luis Tejera había invadido el Palacio, y tomando por una escalera de mampostería situada en el fondo del patio, se deslizó entre la multitud que se hallaba aglomerada en el patio y fue a asilarse en la legación americana.
El resto del día, como es de presumirse, se pasó en medio de una gran agitación. Morales, a pesar de todo, fue en la tarde a su despacho, acompañado de los dos Sanabia, el Capitán Alberto Hernández, el Capitán Federico Sarita y el Teniente Luis Castillo Marcano y Villalón. (No recuerdo el nombre de éste último. Era su sobrino). Los demás edecanes lo habían abandonado diciendo que no le podían seguir sirviendo a un traidor.
Desde adentro oíamos las voces de los que pasaban por las galerías interiores denostando a Morales.
Al día siguiente fue don Emiliano Tejera a Palacio y le dijo a Morales que era necesario retirar lo resuelto con respecto a que Sánchez fuera nombrado Encargado de Negocios en la Habana, pues “los muchachos de la Fuerza se oponían a eso”(1). Morales respondió que no se haría el nombramiento.
Al no aceptar Don José Gabriel García el nombramiento de Secretario de Estado de Relaciones Exteriores, quedó este puesto vacante. La recomendación del Doctor José Lamarche fue retirada. Cáceres y Velásquez se empeñaron mucho con Don Emiliano en que éste aceptase el puesto y, una vez vencida su resistencia, Morales, lo nombró Secretario de Relaciones Exteriores el día 18.
Con la presencia de Don Emiliano en el gabinete la situación mejoró un poco. El trataba a Morales con mucha consideración. Cáceres iba a ver al Presidente diariamente. La conversación entre ambos era siempre cordial. A pesar de esto, la desconfianza de los horacistas contra Morales aumentaba. Dos de los ministros, Don Manuel Lamarche García y Don Fco. Leonte Vásquez, vivían agitándolos continuamente contra Morales, y tildaban a Cáceres y a Don Emiliano de “pastelero”. Esto se lo iban a referir a Morales los pocos horacistas que se atrevían a acercársele.
Considerando la situación satisfactoria, Cáceres se volvió al Cibao. Cuando se despidió de Morales le dijo estas palabras: “Yo me voy. Espero que cualquier cosa que ocurra se podrá arreglar fácilmente. Yo les he dicho aquí a mis amigos que si te tocan un cabello que sea, vendré desde el Cibao contra ellos, pues estoy dispuesto a llevarme de encuentro a cualquiera que te haga daño. Ahora yo voy para Puerto Plata. Tú sabes que las autoridades de allí no son amigas mías. De manera que tú verás cómo me arreglas eso”.
Al otro día, Velásquez le propuso a Morales el nombramiento del General Manuel de Jesús Camacho como Comandante de Armas de Puerto Plata y Morales aceptó. Quien ocupaba ese puesto era el General Rufo Reyes, antiguo jimenista, que se había separado del jimenismo junto con Morales cuando los horacistas proclamaron a éste su candidato presidencial.
(Años después, siendo yo Secretario de Justicia e Instrucción Pública en el Gabinete del Presidente Cáceres, me dijo éste en una conversación en que habíamos estado recordando los sucesos de los últimos días del gobierno de Morales, que una mañana de diciembre de 1905 se le presentó en la casa de Don Juan Cruz Alfonseca, dónde él se hospedaba, su oficial Martín Cruz para decirle que no había podido cumplir su orden de matar a Morales ni tampoco Eduardo Contín, otro de sus oficiales, porque Morales al regresar a casa no había pasado por donde ellos habían estado esperándolo; que él ( Cáceres) lleno de asombro, y hasta espanto, le preguntó que quién le había transmitido esa orden, a lo cual respondió que un pariente suyo, agregando que en ese momento se encontraban reunidos varios individuos en la fortaleza, discutiendo lo que había que hacer con Morales; que inmediatamente fue a la fortaleza y encontró efectivamente allí a varios horacistas principales que trataban de proceder contra Morales en forma violenta, inclusive matándolo, si era necesario, y que les había advertido que no toleraría ningún atentado contra Morales porque él pasaría a la historia asumiendo por entero la responsabilidad de la muerte de Lilís; pero no la de Morales, sobre todo cuando cualquier crimen que se perpetra contra éste lo iba a aprovechar a él como Vicepresidente.
Yo ligué en mi memoria estas palabras de Cáceres a las que oí años atrás cuando fue a despedirse de Morales. Se las recordé; pero me dijo que él no se acordaba de haberle dicho eso a Morales.
Después de la ida de Cáceres la condición de Morales se hizo precarísima. Siguió asistiendo a las oficinas de palacio. La gente del pueblo lo miraba con admiración, por el valor que mostraba en medio de una situación tan erizada de peligros para él. En cambio sus adversarios cometían en su contra muchas bajezas. Le tenían rodeada la casa por los patios y techos vecinos. Hasta en las azoteas de enfrente había gente situada para espiar los menores movimientos de él y de su familia. Había hasta quienes le dirigían insultos desde la calle, cuando él estaba en el interior de la casa.
Hacia el 20 o 21 de diciembre, ya de Morales no quedaba ni sombra de Presidente. El único Ministro que iba a verlo era Andrés Julio Montolío, y de los empleados Julio Pou, que era Administrador General de Correos, y el Ingeniero Osvaldo B. Báez, Director General de Obras Públicas.
El 23 de diciembre circuló en la capital la noticia de que al General Miguel Ángel Ramírez, Comandante del Puerto de Puerto Plata, lo habían herido al irlo a coger preso por orden del General José Fermín Pérez, el Gobernador. Los horacistas creyeron que el autor de esto era Morales y públicamente se pusieron a decir que era necesario o matarlo o encarcelarlo.
En ese extremo las cosas Morales mando llamar al Ingeniero Báez y convino con éste la manera de sacarlo de la ciudad. Lo que hizo entre el 23 y el 24 lo ignoro. El 23 era sábado y no hubo oficina por la tarde.
Después de todo en la oficina no había nada que hacer, lo cual había dado lugar unos días antes a estas expresiones de buen humor de Morales: “Ni siquiera podemos estar espantando moscas, porque ni éstas se ocupan de mí”.
El domingo 24 a mediodía fui a su casa. Me dijo que esa noche se saldría de la ciudad, sin entrar en detalles. Al anochecer volví. Cuando yo subía las escaleras, éstas a oscuras, me di cuenta de que unas personas que empezaban a bajar volvieron para atrás; pero casi enseguida oí una voz que distinguí, era la de Alberto Hernández, quien dijo: “Es Troncoso”.
Avancé y en una semi-claridad que había en lo alto de la escalera vi a Morales, Alberto Hernández y Federico Sarita, vestidos los tres andrajosamente. Morales me dio un abrazo y muy emocionado exclamó: “Adiós, Troncoso”(Morales nunca me llamó por mi apodo).
De lo demás que pasó solamente sé lo que he oído referir.
Una coincidencia digna de anotarse: el cochero que, según me informó más tarde el Ingeniero Báez, había llevado a Morales hasta fuera de la ciudad, después de haberlo recibido en su coche en las inmediaciones del parque Duarte, se llamaba Luis Tejeda. Está vivo.
Su afectísimo amigo,
- de Jesús Troncoso de la Concha
Notas
(1).- “La Fuerza” era otro nombre con el que se denominaba entonces la fortaleza Ozama, sede de la comandancia militar de la ciudad. Nota del autor.