Tengo varios escritos pendientes, y este 2022 he aportado poco a Acento y a mi blog, “El regalo de Dolly”, donde desde hace varios años coloco la mayoría de mis artículos para luego discutirlos con mis estudiantes.
Y es que la guerra de Europa me desarticuló.
Como muchos de mis lectores saben, mi Ph.D. en ciencias biológicas lo obtuve en la Universidad Estatal de Kiev, y ver los edificios de dormitorios estudiantiles donde viví por casi cinco años bombardeados y semidestruidos por las tropas rusas me llenó de espanto e infinita tristeza e indignación.
Pero hay que seguir haciendo lo que uno cree que debe hacer. Aunque este trabajo tenga para mí un sabor agridulce.
Por un lado, siento una gran satisfacción de que mi blog sea por dos años consecutivos el número uno entre los blogs de salud de la República Dominicana (un total de 43 blogs en salud) y saber que lo leen, y aparentemente lo usan en clases, en otros países, hace sentirse bien.
Por otro lado, está la noticia del fallecimiento de uno de los más grandes biólogos del siglo XX y lo que va del XXI.
Edward Osborne Wilson, el gran E.O., por sus iniciales, falleció el 26 de diciembre del 2021. Pensaba que, por sus visitas al país, su interacción con varias de nuestras instituciones (aportó con su grupo de Harvard, microscopios y programas de cómputo para microfotografías) y haber recibido una medalla por nuestro presidente Mejía, alguna noticia pública saldría aquí, pero si salió, no la vi.
Ahora leo la revista Skeptical Inquirer de mayo-junio del presente 2022 y encuentro un artículo sobre él de su editor en jefe K. Fracier, quien se lamenta de no haberlo conocido y tres escritos invitados de Richard Dawkins, Sean B. Carroll y Steven Pinker, quienes, creo, no necesitan presentación. Estos últimos comentan sobre su interacción con E.O. Wilson, su admiración y respeto por él y algunas anécdotas.
En su infancia E.O. Wilson perdió un ojo en un accidente de pesca y además tenía una pérdida paulatina congénita de la audición. Le encantaban las aves, pero no podía escuchar bien sus cantos y se dedicó a estudiar hormigas y mariposas, convirtiéndose en un experto mundial en estos insectos.
Publicó cientos de artículos científicos y unos 16 libros, incluyendo “Teoría de la Biogeografía de Islas” (1967), que le otorgó el premio Crafoord, en 1990, de la Academia de Ciencias Suecas para aquellas áreas científicas no incluidas en los premios Nobel. Además, obtuvo dos premios Pulitzer (el único científico con dos), uno por “Sobre la Naturaleza Humana” en 1979 y el otro en 1991 por su masiva obra (732 págs.., casi 6 libras de peso y formato grande de libro de mesa) “Las Hormigas”.
Fundó como disciplina la sociobiología, el estudio de las sociedades animales, con su texto del mismo nombre en 1975, libro furiosamente atacado por biólogos y grupos marxistas de Harvard (su propio lugar de trabajo) y otros círculos científicos e intelectuales, ya que incluyó las sociedades humanas como otro tipo de sociedad animal. Es famosa la historia de la conferencia de la Asociación Americana para el Avance de las Ciencias, en 1978, donde un grupo de contrarios fanatizados interrumpió llamando a Wilson GENOCIDA y uno de ellos arrojó agua de un jarro que estaba sobre la mesa sobre su cabeza.
Recordé ese episodio cuando uno de nuestros actuales funcionarios utilizó esa palabra para referirse a la política dominicana respecto al caso haitiano con las decisiones de nuestras altas cortes, que creo en el 2013. Palabra muy pesada para usarse a la ligera y que requiere de mucho criterio para su empleo. En el caso de Wilson, la mayoría que interrumpió en la conferencia confundía el uso de la palabra gene para expresar que los humanos somos iguales en la constitución genética que el resto de la naturaleza y por ende identifican gran parte de lo que somos, con la palabra genocidio. Espero que no haya sido así, pero es muy parecido, el uso dado a esta palabra por el hoy funcionario.
Wilson se secó la cara, limpió sus espejuelos y presentó a seguidas una extraordinaria conferencia. Y su libro, “Sociobiología”, de varias ediciones, recibió una Edición Especial en su 25 aniversario.
Sus años finales (murió de 92 años) los dedicó a la defensa mundial de la biodiversidad y así las palabras “biofilia” y “consiliencia” deben en gran parte su uso ya común a sus obras.
En “Media Tierra” (2016), su último libro, propone a la humanidad que la mitad del globo terráqueo lo usemos para vivir los humanos y conservemos la otra mitad para la naturaleza. Lo dice claro en la página 211: “No podemos seguir dañando la biosfera” y más adelante: “Nos guste o no, preparados o no, somos la mente y los conductores del mundo de lo vivo”.
Recibió en vida cientos de reconocimientos y fue un científico humanista a carta cabal. Fue un personaje grandioso y un biólogo hasta el final. Una persona sencilla, amable, agradable, de hablar pausado y con una sonrisa constante.
Sip, debemos todos estar agradecidos por su ejemplo, por su vida, por sus aportes a la ciencia, por sus estudios y los de su grupo en República Dominicana. Muchos lo consideraron y consideran el Darwin del siglo XX.
Cuando actué como su traductor en el Palacio Nacional el día que recibió la medalla impuesta por nuestro gobierno, el Sr. presidente, con su muy particular sentido del humor, me dijo: “Albaine, dile al americano que aquí tenemos unas mujercitas con cocomordán, que suenan chua-chua cuando lo hacen”. Wilson, que prestaba atención al presidente, me dijo: “¿El presidente habla de aves que hacen chua chua?”. Le respondí: “Eso mismo, él es un amante del campo y de las aves”. Creo que logré salvarnos de que alguna hormiga dominicana recibiera como nombre científico “Camponotus cocomordanus” de las 268 especies de hormigas que hasta hoy se conocen aquí, según la Academia de Ciencias de California. ¡Y me alegro por eso!