Los dominicanos debemos agradecer a Jimmy Carter por lo que hizo por la democracia dominicana hace más de cuarenta años.
En 1978 Balaguer llevaba ya doce años en el poder y las últimas dos elecciones, las de 1970 y las de 1974, no habían sido democráticas y se esperaba con ansiedad la de 1978 en la que Antonio Guzmán sería el candidato del PRD. Ocho meses antes de estas Joaquín Balaguer fue a Washington invitado por Carter, junto con otros presidentes latinoamericanos, con motivo de la firma del Tratado que entregaba el Canal de Panamá a ese país. Por cierto, ese Tratado quiere revertirlo Donald Trump. Según reportaría la prensa, Carter le expresó públicamente a Balaguer su esperanza de que las elecciones serían conducidas “reconociendo el derecho de todos y su usted fuese candidato le deseaba buena suerte”. Balaguer también le contestó públicamente diciendo que bajo el registro electoral el fraude ya no era posible y agregó que todavía no había decidido sobre su candidatura. Terminada esa reunión Carter declaró a la prensa que Balaguer se había comprometido con elecciones libres y cuando eso apareció en la prensa dominicana portavoces del PRD expresaron que eso garantizaba que lo serían.
Pero un mes antes de las elecciones el vicecanciller norteamericano pidió a su embajada en Santo Domingo que continuase tomando las medidas adecuadas para que la posición norteamericana fuese conocida “particularmente ante los militares dominicanos”. Se le instruyó al embajador que cuando fuese apropiado debería aclararle a todo oficial militar dominicano, cuyas actitudes o intenciones pudiesen ser cuestionables, que cualquier acción para frustrar unas elecciones libres impactaría de forma adversa las relaciones bilaterales.
Precisamente tres días antes de las elecciones el almirante Francisco Javier Rivera Caminero expresó públicamente que era “balaguerista de la cabeza a los pies” y que este ganaría las elecciones. El día antes de estas el canciller norteamericano Cyrus Vance informó a su embajada en Santo Domingo que su departamento había recibido recientes reportes de inteligencia que indicaban que algunos elementos militares estaban considerando acciones inconstitucionales para evitar una posible victoria del PRD. Vance enfatizó que “el gobierno norteamericano tiene gran interés en elecciones libres y justas y en la transferencia ordenada y constitucional del poder si otro candidato que no fuese Balaguer resultase vencedor”. Se le instruyó al recién llegado embajador Robert Yost a que si captaba evidencias que los militares dominicanos estaban por frustrar las elecciones libres, debería “sin esperar instrucciones adicionales”, lograr reuniones inmediatas con el presidente Balaguer y con los altos oficiales de las Fuerzas Armadas dominicanas donde deberá enfatizar, tan fuerte como fuese posible, la gran preocupación del gobierno norteamericano por las informaciones relativas a las intenciones de los militares y recordar a Balaguer lo que había declarado ante el presidente Carter hacía ocho meses.
Pero los militares paralizaron el conteo de los votos la noche de las elecciones cuando se hizo evidente que Guzmán estaba arriba y los dominicanos tuvimos que contentarnos con ver hasta la madrugada una vieja película de Sarita Montiel.
A las tres de la tarde del día diecisiete el canciller Vance instruyó a Yost hacerle llegar a Balaguer un mensaje “urgente y personal” donde decía: “Quiero enfatizar que si se impidiese que las elecciones continúen libres y honestas, entonces inevitablemente eso tendría un efecto adverso en las relaciones cercanas de cooperación entre nuestros dos países”. Vance le informó a Yost que había tratado de contactar a Balaguer por teléfono, pero no había podido localizarlo. Yost había presentado sus credenciales apenas el día previo y optó por visitar a Balaguer en su residencia privada donde esperó varias horas sentado en un banco de madera utilizado regularmente por choferes del más bajo rango y sin haber visto al presidente tuvo que regresar a su embajada. Ese día el departamento de Estado informó a Carter que Balaguer y los militares dominicanos habían decidido, ante la victoria predecible de Guzmán, “recurrir a cualquier medio disponible fuese ese pretexto plausible o no”. Al recibir ese reporte Carter escribió al margen con su propia letra: “A CYRUS VANCE: DEBEMOS APOYAR LA VERDADERA DECISIÓN DE LOS VOTANTES. ACTÚE CON FUERZA Y DE FORMA PÚBLICA”.
Actuando bajo esas instrucciones los norteamericanos lograron que Balaguer se derrumbase “ante presiones intensas tanto domésticas como extranjeras” y ordenó a los militares que lo apoyaban “que cancelaran sus planes de alterar por vía fraudulenta los resultados de las elecciones nacionales”. El día de su juramentación aprovechando la presencia del alto militar norteamericano encargado del Comando Sur, Guzmán puso en retiro a varios militares balagueristas muy importantes.
En lo personal tengo dos recuerdos sobre Carter. Cuando dejó la presidencia vino al país para supervisar una de las elecciones dominicanas y me tocó organizarle un almuerzo con una media docena de dominicanos en un hotel de la capital. Al pedirse los tragos varios ordenaron cerveza y el mozo casi al salir con su pedido volvió la cara y preguntó: “¿Presidente?” La reacción inmediata de Carter fue mirarle y decirle: “¿Yes?”, pero ante las carcajadas se le explicó que el mozo lo que estaba preguntando cuál era la marca de cerveza que se estaba ordenando. Ya siendo yo embajador ante la Casa Blanca un día recibí una llamada de un asesor del ex presidente informándome que llegaría a Santo Domingo enviado por la Iglesia Adventista de Carter, de Plains, un pueblo de apenas 500 habitantes, un avión con donativos para grupos religiosos dominicanos y me pidió que se asegurase que Aduana no cobrase impuestos. Pero también me invitó personalmente a escuchar los sermones que cada domingo Carter daba en la pequeña iglesia de Plains. Me perdí de escucharlo.