Sobre la humanidad se ha tendido, cual tela de araña, la trampa perfecta. Es la conclusión a la que llego luego de sostener mis pensamientos en cavilaciones profundas y quizá no tan profundas.
Es todo mucho más sencillo si solamente nos enseñan que somos personas, seres humanos. Que todo lo que ocurre luego de esa condición inequívoca y común a todos, es propio de la naturaleza de la especie. Mostrarnos esto en cada escenario posible sería solamente un mero recordatorio, puesto que es una verdad que como almas y seres espirituales ya sabemos, aunque lo hayamos olvidado.
Sin embargo, lo anterior no conviene al interés de los poderes invisibles -y no tan invisibles- que regulan colectivos a nivel mundial. Sabernos, recordarnos y reconocernos seres humanos ahorraría mucha sangre, por irme a un extremo; ni la bien reputada tolerancia sería tan necesaria, pues nos bastaría con la comprensión y el respeto.
Divide y vencerás, frase atribuida al emperador Julio César.
Resulta más estratégico para los fines dividir y luego, en pos de la paz, el amor al prójimo – y más postulados-, llamar a la unión. Pero no a la unión que proviene de la convicción de que todos somos uno; que yo soy un otro de otros y esos otros son mi otro -círculo de unicidad-. Más bien es la paz que surge del respeto inculcado -no aprendido- a la diversidad; ese respeto hacia lo que el otro (mirada de división) ha elegido hacer con su vida; respeto por lo que el otro es, como si ese ejercicio del ser no fuera igual al que yo, como persona, también realizo. Un respeto de lejos.
La tolerancia y el respeto al que me refiero muchas veces sabe a "no me meto con esa gente"; "mientras no se mezclen conmigo, todo bien"; "ellos allá y yo aquí", y es el tipo de tolerancia más conveniente para la agenda porque hace un inciso en la división manteniéndola viva.
Junto con la división, o después, -quizá antes-, se establece la negación de derechos tan elementales como la propia vida. La salud, educación, libertad de credo, derecho a la identidad, de simplemente ser, y la lista es larga. Ante tal escenario, lo más decente es adherirse a cualquier lucha mientras sea una reivindicativa. En ese caldo se cocina y se cuela la más variada suerte de resultados. Luego, el sistema rueda y se alimenta solo, genera sus propias crisis y calmas. Rompe, quiebra y restablece. Y aquí es donde la trampa toma todo su cuerpo. Naturalmente, no pretendo, jamás, desconocer importantísimas conquistas logradas por colectivos vulnerados y marginados socialmente o desde el amparo de la Ley. La trampa no puede negar el curso del tiempo y su inevitable evolución.
Hoy día contamos con importantes organizaciones de lucha social, muchas de ellas estratégicamente colocadas y repartidas en el mundo como si fueran juego de jacks. Y entre ellas, cada uno de nosotros juega su papel. Algunos de forma directa y obvia, otros, entrampados en estrategias de ingeniería social de las más exquisitas. Casi todos ajenos a lo que realmente ocurre con problemas sociales graves que están diseñados para ser atendidos solo hasta su sostenibilidad, nunca hasta su erradicación.
Así lo anterior, todo grupo de personas muy parecidas entre ellas por característica, condición material o rasgo, "debe" y "tiene" que permanecer en su lugar, ser adecuados y correspondientes al entorno. Lo contrario supone un ejercicio de tolerancia de parte de los otros que son menos iguales, porque resulta que no, no somos iguales, es lo que nos han enseñado. Aunque la propaganda vocifere "que viva la igualdad", pero que viva de lejos si es una no tan igual a la mía.