El 16 de agosto recién pasado Luis Abinader produjo una alocución al país desde el Gran Teatro del Cibao, en Santiago. A diferencia de los discursos de rendición de cuentas del 27 de febrero, fue una presentación no pautada por el protocolo legal que regula las intervenciones del presidente.
La arenga del primer mandatario fue un tanto insólita por lo infrecuente de escoger esa fecha para presentar las memorias de su gestión. Al no coincidir con el año calendario, resulta una ocasión en la cual las estadísticas presentadas son difusas: La temporización de agosto de 2020 a agosto 2022 resulta estadísticamente trunca. Sencillamente, la pieza oratoria que nos disponemos a analizar, no corresponde a una vocación de estadista, sino a un afán proselitista.
En un escenario en el cual los partidos tradicionales eluden el espíritu y la letra de la ley electoral promoviendo sus candidaturas, el presidente quiso dejar claro que él es candidato a la presidencia del período 2024 al 2028. Buscando zanjar cualquier duda, quiso destacar dos años de “logros” para sustentar sus aspiraciones. La pieza fue hilvanada para presentar el propósito electoralista interlineado, como un metamensaje sugerido.
La estructura narrativa de la charla no tuvo nada de original. Si la hubiera leído un personaje con más seseo o con un hablar un tanto gangoso ningún ciudadano del país habría distinguido si en vez de Luis Abinader, se trataba de Leonel Fernández o Danilo Medina, según corresponda.
En nuestras disertaciones presidenciales de las últimas décadas los dispositivos utilizados para buscar la aprobación popular son reiterativos: “un poder ejecutivo que por primera vez está interesado en transformar la nación”. Este compromiso requiere “un jefe de gobierno que no descansa”. El contexto internacional se resalta como muy desfavorable, en el cual siempre se alude como ejemplo luminoso el exitoso desempeño de República Dominicana. “Les puedo asegurar que durante este periodo hemos sentado unas bases sólidas para que estas perturbaciones que está sufriendo la economía internacional nos afecten lo menos posible”.
La pieza oratoria de marras, en un esfuerzo comparativo con las demás naciones de la región recurre de forma reiterada en destacar el crecimiento del PIB, el auge inigualable del turismo y de las exportaciones de zonas francas.
Luego les toca el turno al rol del poder ejecutivo como proveedor de servicios. Siguiendo con el esquema cuantitativo con que se abordan los indicadores económicos, en la educación se hace énfasis en el presupuesto invertido, las escuelas construidas, entre otros. En salud se suele hacer alardes de datos fríos que distribuyen una humareda de éxitos para ocultar una realidad de insalubridad deleznable.
Un rol central en las jaculatorias del ejecutivo de turno es el relativo al alcance de los programas asistencialistas. Las “ayudas” a través de los programas de subsistencia en la pobreza como Tarjeta Solidaridad, Bono Gas, Supérate, así como cualquier otro producto de beneficencia social que se le ocurra a un creativo funcionario. Estos programas sociales se han legitimado como una forma de mitigar las externalidades que el libre mercado provoca entre la población. Dicho en otros términos, las exclusiones e inequidades que generan las políticas de acumulación son amortiguadas con dádivas institucionalizadas.
La fresa del pastel en la narrativa de los presidentes reeleccionistas del país, son las obras de infraestructura. En cuanto a la construcción, el espejismo se forja presentando una amalgama de promesas, planes, obras en ejecución, obras inauguradas inconclusas con algunas ya entregadas. El peso del cemento y la varilla como señal de progreso nadie se lo ha despintado a nuestros mandatarios. Un aporte por los siglos de los siglos de Chencho, el personaje del anuncio de Balaguer, a la gestión del poder ejecutivo en República Dominicana.
El orden de los temas puede variar. La ampliación de los números será mayor o menor dependiendo de la ocasión. Las palabras y los minutos se alargan o encogen dependiendo del momento político que se vive. Lo que no se altera es la narrativa, el falso optimismo, esa disposición de hacerle creer al pueblo que son sujetos, que es parte del proyecto nación. Hacernos sentir orgullosos de los éxitos que cosecha la Barrick Gold, el Grupo Punta Cana o la Cervecería Nacional Dominicana como si se trataran de atletas que han conquistado una medalla que a todos nos corresponde.
Visto este análisis comparativo es tiempo de reconocer que la apuesta de Luis Abinader transciende a su interés personal de continuar al mando del ejecutivo. El interés es más abarcador. Hablamos de la reelección de un modelo, no de la reelección de un presidente. El modelo que lleva 8 períodos consecutivos. Una gestión neoliberal con una narrativa, un monólogo y unos salmos que recitar para cada procesión.
Concluyo esta reflexión haciendo acuso de recibo a este engaño. Desde una posición política crítica me permito decirle al presidente, a los ex presidentes y a otras candidaturas que bajo el mismo sistema partidario buscan en su momento repetir esta letanía, que esa ficción está agotada. Que la sociedad dominicana del Siglo XXI exige una nueva conducción del Estado bajo otras premisas y sustentos.
En una próxima entrega delinearé algunos de los aspectos constitutivos que caracterizarán las crónicas de una nueva ejecutoria, nuevos proyectos y nuevas realizaciones acordes con los desafíos del presente. Una sintaxis renovada que describa la transformación de nuestro país, tanto a nivel productivo como institucional. Una prosa conteniendo un propósito común que se impulse desde el Estado para favorecer lo público, para democratizar los mercados, para institucionalizar la igualdad de oportunidades, para expandir la garantía de los derechos humanos como leit motive de la cultura estatal en nuestro país. Un proyecto que luce demasiado ambicioso, pero que a la luz de los versos de Federico García Lorca, describe la humildad de nuestras intenciones políticas:
Nuestro ideal no llega a las estrellas: es sereno, sencillo.
Quisiéramos hacer miel como abejas,
o tener dulce voz o fuerte grito,
o fácil caminar sobre las hierbas
o senos donde mamen nuestros hijos.