Tras la aprobación del Código Procesal Penal en el Senado, excluyendo las tres causales (después de 20 años manoseando y buscando las justificaciones para no aceptar las tres causales para la supresión del embarazo), finalmente la Cámara de diputados aprobó en primera lectura el Código Procesal Penal permitiendo así que las más aberrantes de las transgresiones sean festinadas y permitidas en nuestra sociedad.
Las reacciones no se han hecho esperar: desde diversos sectores de la sociedad, se han escrito editoriales, cartas, artículos, … Se han reseñado las reacciones de grupos de mujeres, de varias organizaciones de la sociedad, calificando todos de improcedente la decisión de aprobar un código ya observado por dos presidentes (en 2008 por Leonel Fernández y en 2015 por Danilo Medina). Esto deja claro que un 75% de la población es favorable a la aprobación de las 3 causales, ante la irresponsabilidad de partidos políticos que proponen una cosa en la oposición, y hacen otra cuando están en el poder.
He pasado esta madrugada llena de interrogantes, pensando en el Congreso que aprobó dicho código, en los hombres y mujeres que lo conforman, calificados de ultraconservadores, que votaron para que la pieza sustituya el actual código que data de la época napoleónica, con sus ajustes y modificaciones de leyes durante 200 años. Teniendo que preguntarme: ¿Dónde están los juristas del país, y cuál es la prisa de imponer una pieza de esta naturaleza con unos antecedentes tan cuestionados, que no responde a las actuales condiciones de la criminalidad?
Dios nos va a castigar porque seguimos sin aceptar que el papel más importante en esta sociedad lo desempeñan las mujeres, sin que ellas puedan decidir qué hacer con sus cuerpos.
La noticia nos ha producido náuseas y miedo, mucho miedo, porque estamos segura de que “Dios nos va a castigar”, por aprobar un código al servicio de la impunidad, criminalidad, discriminación. Este es un instrumento legal que legitima la agresión a la mujer, que permite que miles de ellas tengan que recurrir al aborto clandestino, muriendo muchas y quedando estériles, otras. Nos va a castigar por poner en riesgo la vida de mujeres que no pueden mantener embarazos de alto riesgo, so pena de perder la vida.
Dios nos va a castigar por permitir que los niños, productos del incesto, nazcan trayendo a la familia y la sociedad, la vergüenza y rechazo. Nos va a castigar al permitir que miles de niños lleguen al mundo, producto de violaciones de delincuentes diversos, trayendo esa genética a la sociedad. Nos va a castigar al permitir que millones de niños, producto de relaciones inesperadas, sean rechazados por padres irresponsables, eyaculadores precoces, sin tiempo de colocarse un preservativo.
Dios nos va a castigar por dejar que cientos de pastores de diversas iglesias cristianas, violen y enfermen su feligresía adulta e infantil con el SIDA. Nos va a castigar por olvidar las desventuras de la Iglesia Católica, que nos mandó de embajador pedocriminal al nuncio reverendísimo Jozef Wesolowski, para que viéramos de cerca la magnitud de la deformación del catolicismo en su alta jerarquía.
Dios nos va a castigar por permitir que ese Congreso conformado por gente calificada de “machistas, perversos, corruptos, violadores, narcotraficantes y farsantes” se salieran con la suya, ante la ingenuidad de una sociedad que no logra dimensionar las consecuencias de esos actos.
Dios nos va a castigar porque seguimos sin aceptar que el papel más importante en esta sociedad lo desempeñan las mujeres, sin que ellas puedan decidir qué hacer con sus cuerpos. Y el Estado no las protege de tanta gente ordinaria, poniendo su parecer en asuntos tan trascendentales para la construcción de una sociedad sana.
Dios nos va a castigar, porque ese código refleja el estado de deterioro y retroceso que ha alcanzado esta sociedad.
Que Dios tenga misericordia de nuestros desaciertos institucionales, nos libre de todos los que han contribuido a que esta pieza llegue hasta las cámaras, y perdone – si es que le queda tiempo – tanta ignominia y falsedad de una clase política en plena decadencia. Amén.