El racismo nos remite a una sensación de superioridad, desprecio, exclusión. Estamos ante una raza que mira a otra desde un pedestal. Pero cuando el negro mira al negro, ¿habrá sensación de superioridad?
El dominicano no es racista: es peor. La idea del "dominicano" es la de un ser blanco, católico, hombre. Pero resulta que este "buen dominicano" no es una de las dos primeras cosas. Más que estar enfrentado a un "otro", nos situamos frente al espejo y nuestra pecado original será el haber nacido en el mulataje.
A diferencia de un racista en Alemania, Georgia o Santiago de Chile, aquí no se trata de un judío, un negro o un indio. ¡Es peor! ¡Aquí se trata de uno mismísimo!
Desde que España nos abandonó ya a 20 años de la Colonia, tras los golpes infringidos por Sir Francis Drake en 1585 y las Devastaciones de Osorio en 1605-1606, tras este mulataje intenso que significó el relajamiento de la cultura española, el levantamiento y enfrentamiento con el Haití negro nos creó la ilusión de que nos enfrentábamos a algo extra-insular. Al hacer una sinonimia de lo negro y lo opresivo, negamos nuestra propia negritud.
Cobijados bajo la bandera del antihaitianismo, se colaron discursos racistas que prontamente fueron refrendados por la mayoría de nuestros intelectuales. Desde César Nicolás Penson hasta el Premio Nacional Juan Carlos Mieses, planos del discurso político, literario, cotidiano, nos crearon la imagen diabólica de lo haitiano. Lo que nos quedó del trujillato y el balaguerato ha sido la obligación de oír cada mediodía el Himno Nacional, con una asiduidad musulmánica.
Lo curioso es que si los abanderados del racismo histórico -desde los relatores del siglo XVII hasta Marino Vinicio Vincho- eran blancos, desde los últimos 30 años la antorcha de nuestro racismo finisecular ahora la portan ¡los negros!
Tal vez el intelectual que mejor ejemplifique este caso es el de Manuel Núñez. Ningún libro tan pérfido como "El ocaso de la nación dominicana". Tratando de refrendar al Oswald Splenger de "El ocaso de Occidente", el gladiador Núñez, él solo, desde los mismos años 70 comenzó una titánica batalla contra los "intelectuales de la UASD", tratando de arrasar con poesías, cuentos, figuras que olieran a "negros" o "izquierdistas". En su alocada y premiada carrera, Núñez consideró la poesía de Norberto James Rawlings no menos que stalinista, para no hablar de su degradación de la obra cuentística de René del Risco Bermúdez.
Núñez le tumbó el pulso a los "intelectuales de la UASD", porque aquel viejo Frente Popular -Carlos Dore, Rubén Silié, Wilfredo Lozano, Dagoberto Tejeda-, por más deseos e ideas que tuviesen, decidieron abandonar aquel barco universitario antes de que se acabara de hundir. En un abrir y cerrar de ojos, nos quedamos sin teoría. El 1989, con el barrimiento del campo socialista, acabó de tumbar las últimas matas que quedaban en el área de la crítica.
De todos modos, ni la izquierda ni el pensamiento marxista tuvieron un posicionamiento inteligente frente al racismo. Tras el tema del antihaitianismo, no pudieron realizar una cirugía ante el tema de nacionalidad y raza: si bien tuvimos todo el derecho de separarnos de Haití, tal separación ocurrió por un derecho de autodeterminación y no necesariamente porque los haitianos fuesen "inferiores" y nosotros "superiores". Los críticos de entonces decían en el país dominicano no había racismo, sino prejuicio. ¡Nunca el racismo fue parte de la agenda de la crítica local! Ni siquiera en literatura se entendió que Manuel del Cabral no era un poeta "negroide" o "negrista", sino todo lo contrario: que se hacía eco de los clises sobre lo haitiano y lo africano que nos habita.
Pero volvamos al tema anterior:
Equilibrista perfecto, apostador y ganador sempiterno, Núñez ha tenido su banco en todos los gobiernos dominicanos desde hace no recuerdo cuántos años, ocupando los puestos más diversos y extraños. Amante de los uniformes militares, se le ha visto por la frontera con unos trajes rangers verdeolivos, cuando no marchando por el mismo centro de El Conde o husmeando, con su felina mirada y sus buches de buen comensal, a ver si aparece un coro por Centro Cuesta.
Sobre Núñez una querida amiga comentó una vez: "si Peña Batlle supiera que revivió en un negro se removería en su tumba como un dembowsero en delirium tremens".
Me extiendo por este personaje porque le ha puesto cara a una serie de campañas y cacerías insólitas: pedir la cabeza de Juan Bolívar Díaz por "antidominicano" en el mismo Parque Independencia, para solo hablar de una exquisitez. ¡Y resulta que en este mismo Gobierno de Luis Abinader, Manuel Núñez es premiado con una Dirección esencial del Ministerio de Educación, mientras Juan Bolívar Díaz nos representa en España! Así va nuestra esquizofrenia tropical.
Si bien tenemos enfrente a este personaje, también podríamos hablar de otro, que poco o nada hizo por la negritud y que también corporizó los traumas del ser negro nacional: José Francisco Peña Gómez.
Surgido en los años del Black Power, amigo íntimo en su juventud del gran poeta Juan Sánchez Lamouth, el Dr. Peña Gómez nunca pudo congeniar con la idea de que ser negro no era ser culpable; nunca asumió ser hijo de haitianos ni superó los traumas que ese tema de los orígenes conllevaba en el país dominicano. Sin espacio en su agenda para el tema racial, Peña Gómez recibió todos los embates imaginables del balaguerato, toda la inmisericordia de su tiempo.
Frantz Fanon escribe en "Los condenados de la tierra" que el colonizado ama a la mujer del colonizador. Sería buenísimo volver a los textos del gran estudioso martiniqueño Fanon para pensar esos mecanismos íntimos en la mentalidad del colonizado.
Alentados por una rutinización del pensamiento crítico marxista, que todo lo apostaba al triunfo del socialismo, que poco pudo zafarse de los mantras de Martha Haenecker y su leyes del "materialismo histórico"; motivados por la ola de la Nueva Derecha, que como una ola arrasa en Hungría, Polonia hasta llegar a la Argentina, reconfirmados por el fundamentalismo cristiano, que asimila lo negro a lo africano y a lo diábólico, podemos asumir entonces que la variante dominicana del racismo tiene toda la cancha -y los hinchas- a su favor.
El antihaitianismo muta en Santo Domingo: se convierte en autodesprecio.
Sammy Sosa y Omega se miran al espejo y ya no quieren ser negros. Se tiñen la piel, se liman los pómulos, se recortan el bembe y la magia estará realizada. Las ranas se convierten en príncipes.
El autodesprecio está a la orden del día. Desde el "tu pelo no cabe en la foto" de la vieja y mítica ministra de Educación de cuyo nombre no quiero acordarme ahora, hasta las niñas alisándose el pelo desde los tres años, pasando por todo ese morenaje pasándose la tenaza los sábados en la mañana para que el lunes "todo esté bonito en el trabajo", vivimos en una sociedad donde la exclusión hace tiempo que se ha instalado el chip del ADN ciudadano.
Poco antes de la pandemia le pregunté a un amigo publicista sobre unos negros que aparecían en uno de los anuncios de una malta muy popular. Me parecían algo raro, por la "fineza" de sus rasgos. Porque ya lo sabrás, pequeño saltomontes: a veces se tiene un buen filtro para pescar a los "buenos -negros-dominicanos". Mi amigo el publicista me confesó: "Grabamos ese anuncio en Colombia, porque los negros allá son más finos que los dominicanos".
¡Arrecia, enviado!
¡Nos odiamos a nosotros mismos!