La economía dominicana ha estado en el centro de la atención con un aparente crecimiento sostenido de más del 5%. Sin embargo, en el primer semestre de 2023 se ha visto un marcado declive, con un crecimiento de apenas el 1.2, aunque a partir de julio ha empezado a mejorar. Detrás de estas cifras se esconde un tema crucial: la desigualdad económica y cómo este fenómeno afecta la percepción de la realidad económica.
Insisto hasta el cansancio en este tema porque para mí constituye el talón de Aquiles de nuestro desarrollo. A simple vista, las estadísticas económicas podrían sugerir que el impacto de una desaceleración económica afecta por igual a todas las clases sociales. Sin embargo, al analizar más de cerca, surge una imagen más compleja. Existe un segmento privilegiado compuesto por la clase alta y la clase media alta que parece estar relativamente inmune a los efectos negativos de la recesión. Este grupo continúa manteniendo su nivel de consumo, incluso en tiempos difíciles, lo que genera un marcado contraste con las luchas que enfrentan las clases menos pudientes.
El fenómeno de la desigualdad económica amplifica aún más el impacto diferencial de las fluctuaciones económicas. En momentos de crecimiento, las brechas entre los diversos estratos de la sociedad podrían pasar desapercibidas para muchos y crear un espejismo de bonanza. No obstante, cuando la economía se ralentiza, los estratos inferiores sienten un golpe mucho más fuerte debido a su falta de ingresos y de ahorros, por lo que la brecha existente se convierte en un abismo insalvable para aquellos que luchan por llegar a fin de mes.
Un factor clave en esta disparidad radica en la naturaleza del consumo. Los productos de lujo tienden a ser menos sensibles a los altibajos económicos. Las clases más acomodadas pueden continuar gastando en estos elementos sin sentir la misma presión financiera que sus contrapartes de ingresos más bajos. Los artículos de alto valor y las salidas frecuentes a restaurantes son un testimonio de cómo ciertos segmentos aún disfrutan niveles de confort incluso durante una desaceleración económica.
La falta de acceso a servicios básicos, como alimentos y otros bienes esenciales, se convierte en un desafío creciente para las personas de bajos ingresos, y mientras que un segmento de la sociedad se deleita con lujos, en las calles se escuchan las quejas de aquellos que luchan por acceder a alimentos y vivir con dignidad.
Las acciones gubernamentales también desempeñan un papel crucial en esta dinámica. La falta de políticas redistributivas sólidas puede agravar la desigualdad durante los tiempos de crisis. Los sectores menos favorecidos se ven afectados por decisiones económicas que pueden beneficiar a los estratos más altos, lo que crea un círculo vicioso de exclusión y desigualdad.
La desigualdad pone en evidencia el hecho de que las estadísticas económicas basadas en promedios pueden no contar toda la historia, aun en épocas de bonanza. Reconocer esta realidad es esencial para abogar por políticas inclusivas que aborden la brecha económica y promuevan una distribución más equitativa de los recursos, especialmente en los momentos más difíciles.
Como he señalado en otras oportunidades, disminuir la brecha de la desigualdad no es solo un acto de justicia, sino un gran negocio, pues el incremento del consumo que genera activa la producción y el empleo, produciendo un círculo virtuoso de desarrollo sostenible.
Debemos comprender la verdadera complejidad detrás de las cifras económicas y ver lo que ocurre en la economía real para poder implementar políticas públicas desarrollistas capaces de garantizar un futuro más equitativo y próspero para todos.