Ya andan circulando en medios y redes dominicanas los comentarios y reseñas promocionales de la película Sound of Freedom (Sonido de Libertad), centradas todas en el argumento de que “las élites” no quieren que la gente vea el filme y tratan por ello de bloquear su difusión. El mensaje propagandístico funciona de maravilla porque, como es bien sabido desde los tiempos de Adán y Eva, lo prohibido resulta infinitamente tentador. Para entender lo que los propagandistas de la película están haciendo, hay que conocer quiénes son esas “élites” que supuestamente intentan censurarla y cuáles son sus motivos para hacerlo. Y hay que preguntarse quiénes son estos activistas de derecha y de qué exactamente nos quieren convencer.
A primera vista, Sound of Freedom es una película de acción sobre el fenómeno del tráfico y la explotación sexual de niños y niñas, sin duda el crimen más vil y detestable que puede existir. Si no supiéramos más nada sobre la película, sobre sus protagonistas y realizadores, y sobre las teorías conspirativas que le sirven de contexto, la consideraríamos simplemente un buen thriller que además llama la atención y crea conciencia sobre un problema social horrible. Pero el asunto es que detrás de esta película se mueven muchas cosas, como bien saben los derechistas dominicanos que andan repitiendo el mensaje promocional del supuesto boicot a la película “que no quieren que veas”.
Llama la atención que estos mismos derechistas pareciera que recién descubren la explotación sexual de menores, porque la verdad es que no recuerdo haberlos visto tan preocupados por el tema desde que los movimientos feministas y las ONG de mujeres empezaron a denunciarlo allá por los años 80; tampoco los recuerdo condenando a viva voz las redes de explotación de menores que actualmente operan en todos los polos turísticos del país, en muchos casos con la complicidad de autoridades políticas y militares. Lo que sí recuerdo es que fue esa misma derecha la que se opuso en el Congreso a la prohibición del matrimonio infantil y la que, cuando se estaba discutiendo el desafortunado anteproyecto del Código de Familia, apoyó la propuesta de la Iglesia católica de que se fijara en 14 años la edad mínima para el matrimonio de las niñas, en correspondencia con lo que establece el Código de Derecho Canónico.
Para entender el contexto de la película hay que referirse a la más extraña de todas las teorías conspirativas contemporáneas, la de QAnon, surgida en los EEUU en el 2017 y que ha tenido un éxito sorprendente, al punto de que se estima que uno de cada cinco estadounidenses cree en sus postulados. La creencia central de QAnon es que existe una organización global de élites liberales que opera una red satánica de explotación sexual de niños, organización en la que estarían implicados altos mandos gubernamentales de los EEUU, líderes políticos, representantes empresariales y de medios, y casi todo Hollywood. Tras ser abusados sexualmente, estos niños y niñas serían asesinados a fin de drenar su sangre y extraer de ella el adrenocromo, una sustancia supuestamente rejuvenecedora que las élites entonces se inyectan.
Quienes no conocen a QAnon dirán que estoy alucinando o me lo estoy inventando, porque es difícil creer que tanta gente se deje engatusar por tantos disparates, pero lo cierto es que Qanon no solo tiene seguidores en los EEUU sino en muchos otros países (incluyendo, aparentemente, en la República Dominicana). La conspiración pedofílica de QAnon actualiza los libelos de sangre medievales que acusaban a los judíos de secuestrar y matar niños cristianos para hacer rituales religiosos con su sangre, y conecta con otras conspiraciones de la ultraderecha, como la del Nuevo Orden Global, dominado claro está por banqueros judios que mueven secretamente los hilos del poder político y económico. Como revelan las constantes referencias de los republicanos -entre ellos Donald Trump- a George Soros, los Protocolos de los Sabios de Zion gozan de renovada popularidad en estos círculos.
Ahora bien, ¿qué relación guarda QAnon con la película, al punto de que algunos la definen como un instrumento para reclutar adeptos al movimiento, aun cuando el filme en ningún momento menciona a QAnon por su nombre? Lo primero a considerar son los fuertes vínculos de los realizadores con la ultraderecha estadounidense, dominada por el fanatismo religioso y los delirios conspirativos. Eduardo Verástegui, el productor de la película, fue uno de los organizadores de la Conferencia CPAC en México el año pasado, es activista ultracatólico y fungió como asesor religioso de Donald Trump (en cuyo club de golf de Nueva Jersey habrá una exhibición honorífica de la película la semana que viene). Al igual que otros vinculados a la producción, Verástegui ha promocionado la película mediante comparecencias en medios de extrema derecha, como los podcasts de Agustín Laje y de Steve Bannon (y en estos días interrumpió su entrevista con Jorge Ramos, a quien acusó de ateo, para rezar por él en vivo).
Jim Caviezel, el protagonista de la película, hace años que promueve abiertamente a QAnon, insistiendo en el tema de las redes pedofílicas y argumentando que el adrenocromo posee cualidades “místicas” que lo hacen un rejuvenecedor efectivo. Caviezel también plantea que Biden no es el verdadero presidente de los EEUU sino una simple marioneta cuyos hilos los manejan titiriteros ocultos, y afirma que no consigue trabajo en Hollywood porque los grandes estudios están controlados por los “bancos centrales”. Se dice que la película ha sido un éxito de taquilla justamente porque la han promocionado a través de los circuitos mediáticos de la ultraderecha, cuyos seguidores no tienen dificultad alguna para interpretar la trama a través del prisma de las teorías conspirativas de QAnon.
Estos seguidores fanatizados se tragan sin masticar el cuento del supuesto boicot de las élites, aún cuando está claro que los promotores del mismo se cantan y se lloran: por un lado acusan a las grandes cadenas de salas de cine de boicotear la película, negándose a exhibirla, apagando el aire acondicionado en medio de la proyección, etc., mientras por el otro lado alardean de las miles de salas donde se exhibe y de los casi 100 millones de dólares ingresados por la película en menos de un mes. Ni las contradicciones internas de sus argumentos ni los desmentidos de las cadenas y del mismísimo presidente de Angel Studios, que distribuye la película, han puesto fin a la cantaleta del boicot, que tan buenos dividendos ha rendido como estrategia publicitaria.
Aunque hay mucho más que decir sobre la película y sobre la organización de la vida real en la que se basa (incluyendo sus experiencias surrealistas en la frontera dominico-haitiana) creo importante concluir con los planteamientos de especialistas en el tema de la explotación sexual de menores que temen que el gran éxito de la película termine perjudicando la causa de los menores traficados.
Al igual que QAnon, la película promueve la falsa creencia de que en los EEUU hay una epidemia gigantesca de niños secuestrados y que cada año se trafican cientos de miles de menores prepúberes que, como muestra el montaje inicial de la película, son capturados por desconocidos en las calles y otros espacios públicos. Sin duda estos casos ocurren y merecen toda nuestra atención, pero las cifras reales han sido manipuladas, al igual que las edades y circunstancias de la mayoría de las víctimas. Esto no sería problema si Sound of Freedom fuera un simple thriller sobre niños traficados, pero podría llegar a serlo si millones de personas en todo el mundo utilizan la película como referente, asumiendo ideas erradas sobre la verdadera naturaleza y características del fenómeno.
Según los expertos, la gran mayoría de menores estadounidenses traficados y sexualmente explotados no son niños sino adolescentes, el 67% de ellos entre los 15-17 años de edad, que conocen a sus traficantes y muchas veces confían en ellos. La mayoría viene de familias muy pobres, que no pueden mantenerlos adecuadamente, y un porcentaje importante son LGBT expulsados de sus hogares por padres intolerantes. Estas son realidades incómodas que mucha gente quisiera ignorar, prefiriendo creer los mitos de QAnon y su sensacionalización del fenómeno. Si el referente colectivo del menor traficado es un niño o niña de poca edad, entonces los adolescentes traficados no se van a reconocer como tales y no van a procurar ayuda. Lo mismo puede ocurrir con políticos, autoridades y jurados cuyo referente del menor traficado no guarde correspondencia con los casos de la vida real a los que se enfrentan. Esta es la razón por la que en el 2020 docenas de organizaciones que trabajan el problema del tráfico de menores firmaron una carta pública denunciando la manera en que QAnon falsifica la realidad de la explotación sexual de menores, potencialmente perjudicando a las propias víctimas.
Lo peor de todo es que el entramado de distorsión y manipulación descrito en este artículo no constituye un hecho aislado, sino el modus operandi habitual de una derecha religiosa fanatizada que entiende que el fin justifica cualquier medio. Por eso, la primera línea de defensa contra las mentiras de la ultraderecha es mantener una postura de permanente escepticismo ante sus discursos propagandísticos. Tenemos que informarnos bien y exigir que nos digan la verdad, algo que hace cada vez más falta en la República Dominicana.