Era la una de la tarde de un día de muchas diligencias. Mi padre y yo estábamos almorzando. En un punto de la conversación le pregunté por sus abuelos, si los había conocido. Respondió que no. Luego la conversación derivó en otros temas.
Iba de bocado en bocado con cierta lentitud, le reconocí cansado. En un momento mantuvo sus ojos cerrados y, para mi, fue como si dentro de sí llevara todo un universo de cosas, como de cierto fue. Hablamos de papá Pedro y el trabajo de seguridad que realizaba en dos turnos, de su vestimenta color caquis. También conversamos sobre mamá Inés y de una memoria que me produjo mucha pena y de la que nunca escuché hablar.
Una mañana, mientras mi padre despertaba de un sueño, empezó a vociferar que tenía hambre, era un niño, algo menos de 10 años de edad. Mamá Inés le increpó y ordenó que callara, que eso de gritar "tengo hambre" no se hacía. Lo dijo con mucho énfasis e insistencia. "Era una época muy difícil", comentó mi padre.
Palabras más, palabras menos, y estábamos hablando de la dictadura de Trujillo.
Mi abuela demandaba con sigilo que nadie en la casa, ni por chanza, descuido, o cualquier motivo, dijera lo que sea que pudiera tomarse como expresión contra el régimen del tirano. Gritar "tengo hambre" era un ejemplo de lo que no debía decirse. Y, como en muchos hogares, en un lugar visible de alguna pared de la sala colgaba un letrerito que decía "En esta casa manda Dios y TRUJILLO"
Cierto día un hermano de mi abuela desapareció. No dejó rastro y nunca se supo más de él. "Mamá se pegaba a la radio, con la cabeza gacha, a escuchar La Voz Dominicana. Iban cantando los nombres, uno por uno; fulano de tal, ¡muerto!, mengano de tal, ¡muerto!, y así, hasta que terminaba la lista. Ella hacía eso siempre, y mientras le salían las lágrimas. Siempre en silencio… el tema nunca se tocaba… ella nunca escuchó el nombre…" Decía mi padre.
No quise ahondar más en ese tema. No parecía ser el mejor momento, ni los ánimos estaban para ello. Yo solo sentí tristeza por mi abuela y por mi padre, que siendo niño tuvo que ser testigo de momentos tan espesos. Luego solo fue multiplicar por miles semejante clima para sentir malestar hacia aquellos que, en su ignorancia, andan convocando con la palabra a Trujillo como respuesta a problemas actuales.
Como en toda dictadura, hay historias que nunca se sabrán. Desaparecidos que no llegaron ni a estadísticas y que solo viven en relatos casuales de un almuerzo apenas planeado. Algo bastante penoso para un país que ha pasado por mucho y que no le dejan ser protagonista de una historia de lucha y reivindicación completa.
Y así lo afirmo porque el régimen de dictadura de Rafael Leonidas Trujillo no pudo haberse sostenido en el poder por tantos años sin el apoyo de sectores privados de gran influencia. Mismos poderes cuya remanente mantiene vigencia y continúa aplicando fuerza para que las conquistas del pueblo sigan justo así, a medio terminar. Y que nadie se llame a engaño.