Desde hace años siempre he escuchado la expresión dejar fluir, que se asocia con brotar, abundancia, correr, manar. Pienso que cuando aprendemos a dejar que aquellas cosas que se escapan de nuestro dominio fluyan se convierte en un principio de liberación y oportunidad de crecimiento.
Al leer los sinónimos, mi mente viajo por un instante a la grandeza universal que cada momento crea en las vidas de cada ser humano, especialmente cuando experimentamos situaciones de poco agrado o “negativas”; porque sin importar lo que ocurra, al dejar fluir, nos despojamos de todas las incertidumbres que están condicionadas por el sistema de creencias con el que fuimos educados.
Cuando soltamos y dejamos de hacer presión contra aquello que no se puede cambiar; aprendemos a abandonar al azar reconociendo que ninguna situación es permanente. Que como el famoso tango Volver, de Carlos Gardel: “sentir que es un soplo la vida, que veinte años no es nada, que febril la mirada errante en las sombras te busca y te nombra”.
Es aprendiendo con firmeza que cada ser vivo sobre este planeta tiene que ajustarse a las circunstancias, lo quiera o no. Porque estas suceden llamémosla ley de causa y efecto, intervención divina o torpeza humana.
Es aprender a Aceptar. ¿Pero qué sucede al soltar todo aquello que ata a algo o alguien? Es dejar que las cosas se muevan, sin perder de vista en que ese “inconveniente” nos brindara la oportunidad al conocimiento, porque justamente ahí está la clave hacia la madurez, dominando las emociones; aprendiendo de cada momento que nos permita captar señales.
Y que al aprender a identificar dichas señales, se está dando un primer paso hacia el abandono y la aceptación. Cada ser humano forma parte de un proceso llamado vida con cíclicos y episodios que les permiten aprender de cada situación.
Cuando se deja fluir, se aprende a no tomar el tiempo como una medida milimétrica de espacio/situación; sino como una línea que deja de tener coherencia, porque hemos alcanzado un nivel de conciencia elevada.
Sin embargo, la vida está llena de retos y situaciones que van moldeando nuestro carácter y en la medida que dejamos el pasado y el futuro, se confrontara con el presente como lo único cierto. Y es cuando se comienza a crecer.
Esto toma años par ser puesto en práctica; pero cuando lo aprendemos estamos más cerca de alcanzar la madurez de la conciencia.
Mientras las diferentes religiones impulsan al ser humano a trabajar para alcanzar la recompensa de la “vida eterna”; la labor real esta durante nuestro paso por la tierra porque es en esta vida que se experimenta el dolor en todas sus manifestaciones. Y esto ocurre al trabajar el miedo y a soltar el apego. Es allá cuando se pone en marcha la transformación que se necesita hacia la tranquilidad o paz mental.
Y que sin importar el pormenor, estaremos en un estado casi inanimado; de paz, plenitud ya que el nivel de conciencia cambio y, por lo tanto, nosotros también. Al dejar fluir nunca perderemos la capacidad de sorprendernos.
Deja fluir, desaférrate día tras día y habrás encontrado -entiendo- el camino a la liberación absoluta de todo lo que te perturba.
Experimenta lo que el día depara aceptando cada situación y asimilando el aprendizaje que vendrá con dicho estado. Buscar en cada situación la parte positiva y negativa como parte del desarrollo abriéndote al cambio y creciendo en él.