Todo lo que acontece fuera del hogar es espacio público. Podemos decir que es como el teatro y la escena. Imaginemos nuestra casa… allí los actores se comportan de manera natural y auténtica; o sea, como si estuvieran en el camerino. El escenario viene a ser todo lo que vivimos fuera de nuestro refugio.

Definitivamente, la sociedad se nos presenta como un gran espectáculo, con personajes, historias, diálogos, vestuarios, hasta maquillaje y efectos especiales. Nos creemos que todo el acontecer cotidiano que nos imponen es real.  Si nos detenemos, vemos cómo cada uno de nosotros se comporta de manera histriónica en el diario vivir. Las personalidades que creamos y adoptamos en cada una de nuestras actividades cotidianas, todas tienen características y demandas diferentes que las convierten en personajes ficticios.

Nuestro país hoy es el gran escenario simulado. La política representará el gran espectáculo cómico de cada cuatrienio. Los actores, aspirantes a los puestos de la administración pública, han comenzado su papel de artistas entretenimiento del pueblo. Por otro lado, podemos darnos cuenta de lo ridículo que se ve toda esta gente que, sin ser del mundo del espectáculo, está ejerciendo como tal. Parecería que juegan a serlo; aunque, en la mayoría de los casos, son perfectos desconocidos. Fingen una sonrisa sin sentido, que nos invita, igualmente, a reírnos de ellos sin cesar.

Entretanto, en los umbrales de la nueva puesta en escena electoral, seguimos perdiendo el país, cada día más. Los males ancestrales de la República Dominicana permanecen intocados, o sólo cambian para agravarse.

Los bajos niveles de la educación en el país son el resultado de políticas muy divorciadas de hacia quiénes deberían dirigirse los presupuestos, planes y objetivos, fundamento sobre el que ha de construirse el ciudadano de mañana. Los niveles de inseguridad ciudadana constituyen uno de los males que más ha desarrollado la democracia en los últimos treinta años. Los niveles de un sistema de salud adecuado y de garantía para el universo de la población nacional, cada cuatro años se aleja más de nuestro derecho ciudadano. Nuestros políticos, hombres y mujeres, en los últimos años, no han honrado su rol de funcionarios. El lucro y el oportunismo, males de la naturaleza humana, se interponen una vez que ocupan posiciones de poder.

El alto costo de la vida, la canasta familiar, los medicamentos, la electricidad, la comunicación, la escolaridad, y una lista larga de espera de que las acciones básicas y de derecho ciudadano sean mínimamente satisfechas. Ni hablar del problema agravado de la inmigración haitiana, cada vez más cerca la unificación. El pueblo no está riendo para nada.

Las oportunidades para vivir dignamente en el país y no morir de un infarto, son cada vez más escasas. Es mucho el desgaste físico, emocional y económico, para poder formar y llevar una familia a buen término. Si le agregamos los tapones, la toxicidad sonora, las falacias de los medios, las modas agendadas por los poderes élites para la descomposición, los antivalores promovidos como buenos y válidos, imponiendo lo feo, lo chabacano, lo grotesco, lo de mal gusto (como las nalgas gigantes, los senos anormales, las uñas postizas espantosas, el falso pelo). En fin, una larga lista de absurdos y esquemas pueriles que además de costosos, no tiene nada que ver con el dominicano, dominicana que fuimos.

Estamos ante un panorama alarmante, terrorífico y de gran magnitud. Arrastra a niveles marginales a una presunta marca país de la que mucho se habla, mientras que las autoridades hacen caso omiso a toda esta realidad que corroe nuestro perfil más allá de nuestras fronteras.

El gran escenario, con sus actores principales y secundarios, ya han empezado a protagonizar el drama cómico-político en la Republica Dominicana. Una gran alfombra roja acompañada de un corolario de solo caras propuestas que, en su mayoría, solo son conocidas en sus respectivas casas, por sus familiares, con una radiación ampliada en los gimnasios, supermercados, salones de belleza que frecuentan y, desde luego, también en las escuelas de los hijos.

La realidad es que estos candidatos, simulacros de actores, se nos presentan ante nuestros ojos quejosos y cansados de comedias, en todas las esquinas, calles, autopistas, redes sociales, buenoooo hasta en la sopa, como se dice en el argot popular. No somos tontos, sabemos lo que cuesta tanto derroche en un país como éste. Los mejores maquillajes, las mejores vestimentas, peinados, prendas, ademanes, fotógrafos, diseñadores gráficos, un sin fin de trucos y de efectos especiales, para que la falsedad pueda ser creíble y atraviese nuestra conciencia ya avejentada de tantas mentiras.

En este primer acto del drama, la contienda de la campaña electoral, parecería que se burlan de nosotros como pueblo; o que nos dan por convencidos de que, para ser conocidos y creíbles, solo hay que sortear una sonrisa de spa de centro odontológico, o un flow de modelo parecido a los de una marca de ropa, u ofertarnos una carita bien administrada con apariencia de buen cordero.

Definitivamente, la situación económica, social, fronteriza y política es para que los candidatos tengan un semblante de mucha preocupación y seriedad. Todo este preocupante panorama nacional que nos arropa, no es simpático ni da risa. Los carteles y las vallas son una propaganda tóxica solo para el ego de quien la paga, creyéndose que le vamos a creer.

Democracia, si así podemos seguir nombrando a nuestro sistema, porque poco a poco estamos perdiendo en su nombre, la patria de Duarte, Sánchez y Mella, que también es la nuestra. Cuidado con la risa porque podemos reinterpretarla de tal modo, que sea a nosotros a quienes nos dé por reír.

La tierra purguemos de tantos insanos. (J. P. Duarte)