Confieso que la Navidad me encanta, me fascina, me cautivan los simbolismos, los reencuentros familiares y entre amigos, las fiestas, los regalo. Todos los elementos que forman parte de la naturaleza gregaria del ser humano se amplifican en esta época. Pero, de manera especial, la Navidad me conecta con ese Jesús simple, pequeño, sobrio y humilde, en quien se resume la esperanza de cambio y transformación que anhelamos.
Los seres humanos tenemos una inclinación inherente a vivir en grupos, establecer relaciones sociales y colaborar con otros. Esta característica fundamental de nuestra especie tiene raíces biológicas, psicológicas y culturales. La necesidad de supervivencia, aceptación, socialización y sentido de pertenencia moldea nuestra naturaleza gregaria, y a su vez da origen a estructuras sociales como la familia. Es en la Navidad, quizás más que en cualquier otra época del año en el mundo occidental cristiano, cuando este gregarismo humano se fortalece.
Sin embargo, el sentido comunitario de la Navidad ha evolucionado con el tiempo, adaptándose a un contexto histórico marcado por la globalización y la hegemonía cultural de los países que dominan el mercado y la revolución tecnológica. A pesar de estos cambios, la Navidad sigue siendo una fuerza integradora en las estructuras sociales y culturales del mundo occidental cristiano.
Los cambios culturales, aunque a veces son violentos y disruptivos, también pueden darse de manera sigilosa y gradual. En este contexto, las últimas décadas han sido testigo de un cambio sutil pero significativo en los símbolos asociados con la Navidad. Este fenómeno refleja cómo la globalización, la secularización y la comercialización han transformado el significado y la celebración de esta festividad, especialmente en regiones como América Latina.
Carlos Marx anticipó la capacidad del capitalismo de convertir todo en mercancía, y la Navidad no ha sido la excepción. En el contexto cristiano, símbolos como el burro, que representa la humildad y la sencillez del nacimiento de Jesús, están siendo desplazados por figuras como el venado, influenciadas por la cultura anglosajona. Este cambio refleja un giro hacia un imaginario más comercial y "universal", desvinculado de las raíces rurales y espirituales de muchas comunidades latinoamericanas.
El pesebre, símbolo central del nacimiento de Jesús, ha cedido terreno al árbol de Navidad, una tradición germánica vinculada a rituales paganos del solsticio de invierno. Aunque visualmente atractivo, el árbol carece del profundo simbolismo religioso del pesebre y su adopción masiva en América Latina es otro ejemplo de la globalización cultural impulsada por el cine, la televisión y el comercio internacional.
Asimismo, el uso de la nieve en decoraciones navideñas en países tropicales evidencia una desconexión con la identidad cultural local. Este elemento, propio de las tradiciones invernales de Europa y América del Norte, ha sido adoptado en América Latina gracias a la hegemonía cultural y comercial de estos países, pese a no representar la realidad climática de la región.
Otro cambio significativo es el protagonismo de Santa Claus, una figura laica y comercial, que ha desplazado al Niño Jesús como símbolo central de la festividad. Santa Claus, con su carácter extravagante y surrealista, representa el consumo masivo y ha encontrado aceptación tanto en contextos cristianos y no cristianos, promoviendo un modelo de celebración desvinculado de los valores religiosos originales.
Santa Claus ha sido tan poderoso, como los países que lo patrocinan, que no sólo ha ido desplazando al Niño Jesús en los símbolos navideños, sino también a los Reyes Magos. Que en realidad no eran reyes, sino simplemente magos. La sustitución o desplazamiento de los Reyes Magos como símbolos centrales de la Epifanía en algunos contextos refleja un cambio significativo en el enfoque cultural y religioso de las festividades navideñas. Por ejemplo, en algunos lugares, la entrega de regalos se ha trasladado de los Reyes Magos al día de Navidad, asociándola directamente con Santa Claus.
Los Reyes Magos simbolizan la adoración de Cristo por parte de todas las naciones, ya que representan a los gentiles que reconocen a Jesús como el Salvador. Su visita resalta valores como la humildad, la generosidad y la universalidad del mensaje cristiano. Los Reyes Magos evocan un mensaje espiritual, mientras que Santa Claus está más ligado al consumo y a valores modernos como la magia y la diversión. Esto responde a una narrativa que se adapta mejor a un contexto secularizado y comercializado.
Paradójicamente, aunque estos cambios se fundamentan en la pluralidad y diversidad cultural, lo que fomentan es un proceso de homogeneización impulsado por la globalización y la secularización. Así, la Navidad se transforma en una celebración dominada por el consumo, donde los elementos visuales y materiales tienen más peso que los valores religiosos o culturales.
La sustitución de símbolos tradicionales no solo implica una pérdida de identidad cultural, sino que también ofrece una oportunidad para reflexionar sobre cómo equilibrar la conservación de las tradiciones locales con la influencia de la cultura globalizada. En América Latina, donde la Navidad tiene raíces profundamente religiosas y comunitarias, reinterpretar estos símbolos desde una perspectiva local podría contribuir a preservar su esencia.
No obstante, debemos ser conscientes de que procesos como la globalización, la economía de mercado y la secularización son irreversibles en esta etapa de la historia humana. En este contexto, encontrar un balance entre tradición y modernidad será clave para mantener viva la riqueza cultural de la Navidad.