Haciendo un ejercicio inútil de ciencia ficción, donde Charles Darwin tuviera la oportunidad de vivir una segunda estadía aquí en la Tierra, siento curiosidad por saber cómo este precursor de la teoría evolucionista, quien escindió las aguas entre lo terrenal y lo divino respecto al origen de los seres humanos, abordaría de nuevo su núcleo teórico de la selección natural en un mundo que se encamina vertiginosamente hacia una era donde la inteligencia artificial está poniendo patas arriba el orden biológico.
En lo que fragua la alquimia, me anticipo elucubrando que tal vez cuando llegue este sabio barbudo y observe el barullo en que nos hemos metido los humanos al "profanar" la selección natural, tome sus motetes, dé un portazo y se encamine de nuevo hacia un destino naive donde germine la vida en su estado primigenio, prístino, desprovisto de todo vestigio de huellas humanas, como le sucedió en las Islas Galápagos y en el resto del periplo que realizó por América del Sur a bordo del HMS Beagle.
Mientras tanto, los mortales que todavía habitamos en este “puntito azul pálido” llamado planeta Tierra, que con pesar y colmados de incertidumbres aún podemos sortear las celadas del último suspiro, nos encontramos expectantes, sitiados por profecías agoreras que vislumbran un final dantesco, en tanto que los excesivamente optimistas sueñan con revelaciones que les prometen alcanzar la inmortalidad. Como conjuro evasivo a esta encrucijada, ha surgido una legión de acérrimos creyentes que se han escabullido en una pantalla en busca de la tierra prometida y un final feliz, convirtiéndose en fantasmas digitales. Una mente sensata pensaría que si lo único que le da sentido a la vida es la muerte, entonces es esfuerzo vano la búsqueda de la inmortalidad.
En ocasiones veo pandillas de gatos callejeros que más que sentirse afortunados y orgullosos de tener "siete vidas", lo viven con la angustia y el dolor de Sísifo. La suerte es que para los felinos, aunque ellos no saben contar, son siete retornos y no el padecimiento insufrible del eterno retorno a que fue sometido Sísifo. Siendo más realista, me parece que "siete vidas" son muy pocas y la "vida eterna" un exceso de optimismo, por lo que me conformaría con vivir cada día, cada amanecer, cada suspiro como si fuera el milagro de la resurrección.