La disciplina, la ética moral y la consagración personal, son requerimientos de seriedad e indispensables en el cumplimiento del llamado a la empeñada vocación del sagrado ministerio cristiano.
Estos votos son tomados por el ordenado, quien jura comprometerse y adoptarlos con firme compromiso, para ser ministro de la palabra, predicador, evangelista, clérigo de los sagrados misterios sacramentales, servidor de todos, especialmente de los más necesitados.
Debido a ese formal compromiso, en este momento, todo ministro ordenado debe hacerse la siguiente pregunta: ¿Se cumple o se ha cumplido cabalmente con esa solemne promesa? ¿Cuántas almas ha traído para Cristo? ¿A cuántos sufrientes ha asistido durante el tiempo de su ordenación y ministerio evangelístico y cuidado pastoral?
Tanto en el Antiguo Testamento, como en los Santos Evangelios, las Epístolas (cartas) y otras fuentes de escrituras religiosas cristianas, existen numerables ejemplos de hombres y mujeres que fueron llamados, seleccionados y ordenados para profetizar, predicar, evangelizar, servir, y dar buen testimonio de vida virtuosa; ahora, estos son ejemplos para nosotros, debido a que promulgaron efectivamente la voluntad de Dios, proyectaron la semblanza de Jesucristo, e hicieron pautas para dar a conocer el Nuevo Camino del Evangelio Cristo Céntrico. Con su fidelidad, consagración y efectiva actividad, dieron constancia de estar inspirados por el poder del Espíritu Santo; y cumplieron con los mandatos del ministerio cristiano.
Para fines de ejemplo y aliento, se puede mencionar unos destacados que son luces que resplandecen por el cumplimiento de sus llamados o vocación, al santo ministerio cristiano: Los doce apóstoles, María, la madre de Jesús; María Magdalena, Salomé (la tía de Jesús, madre de Santiago (Jacobo) y Juan, hijos de Zebedeo), María y Marta (hermanas de Lázaro); San Pablo y sus compañeros: Bernabé, Marcos, Silvano, Timoteo, Lucas, Apolo, Tito; y entre otras mujeres, a Priscila y Dorcas.
Se debe tomar en cuenta, que la encomienda de Jesús a sus discípulos al momento de ascender hacia Su Padre Celestial, tiene vigencia ahora y siempre.
Todo cristiano bautizado y, especialmente, los que fueron llamados y ordenados como clérigos para ejercer el sagrado ministerio, están obligados a responder a su vocación y compromiso; por tanto,
– “Dios ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, a las gentes de todas las naciones, y háganlas mis discípulos; bautícenlas en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (Mateo 28:18-19)