Muchas personas entienden por simpatía lo mismo que por empatía, ya que la primera es una manifestación de la segunda. La Real Academia de la Lengua Española (RAE) define empatía como: “identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimo del otro”, es la capacidad de “conectar” con alguien, de sentir lo que siente, no quedarse en lo superficial, comprender sus vivencias internas. Eso es en realidad lo que se intenta lograr cuando dos personas se comunican, pero no se consigue cuando a quien habla le importa poco lo que el otro pueda comprender o cuando el que escucha no tiene interés en prestar atención.
Normalmente las personas empáticas, tienen un trato amable y los demás lo valoran y buscan compartir con ellas. Contribuyen a hacer agradables los ambientes en que se encuentran. Les resulta más fácil hacer nuevas amistades. Pueden preservar mejor sus relaciones de pareja, porque se integran mejor al otro. Todos sabemos el valor de la empatía, por lo que cuando buscamos empleos nos esforzamos en parecer empáticos, incluso si no lo somos, y hasta los que quieren aprovecharse de ti, intentan fingir que son empáticos contigo.
Aunque para la vida social nos conviene ser empáticos, podríamos tener deficiencias en esa cualidad, pero puede mejorarse. Una de nuestras principales tareas es superarnos cada día y eso no significa solamente acumular riquezas o poder, sino también desarrollar nuestras facultades personales. La empatía es uno de los elementos necesarios para que nuestra vida tenga sentido, por lo que vamos a revisar algunas pautas que nos ayuden a mejorarla.
La empatía se manifiesta de forma centrífuga, comienza desde tu ser y se va extendiendo a todos los demás. Lo que quiere decir que debemos empezar siendo empáticos con nosotros mismos. Debemos conocernos, entender como pensamos o sentimos e identificar correctamente nuestras emociones. Si no logras comprender tus procesos mentales menos podrías comprender los de los demás.
¿Crees que te conoces? Haz un inventario de lo que eres. Revisa tu historia. Cuando nos educan, suele haber tendencias a resaltar nuestras deficiencias, lo que no está del todo mal, siempre que seamos capaces de identificar también nuestras fortalezas. Cuando logramos reconocer nuestros valores, errores, debilidades, fortalezas, obstáculos y oportunidades, estamos listos para compartir verdaderamente con los demás.
Ciertamente la espiritualidad es un recurso muy valioso, excepto si nos lleva a menospreciar a las personas que no consideremos “tan especiales” como nosotros. Cuando la vida religiosa nos hace sentir superiores y nos lleva a odiar, aunque pertenezcamos activamente a alguna congregación, no existe un verdadero crecimiento espiritual. La verdadera experiencia espiritual nos pone en contacto con realidades de tan alto nivel, que no hay manera de que podamos sentirnos orgullosos e inevitablemente se descubre y refuerza la conexión con los demás. Si tu agrupación religiosa no produce eso, es simplemente un club social.
En el personaje principal del Cuento de Navidad (A Christmas Carol) de Dickens, se muestra claramente su vida antisocial, manteniendo una conducta evitativa dominada por el egoísmo y la avaricia, rechazando al espíritu navideño. Luego vemos que tiene una especie de experiencia mística que lo lleva a abrirse a los demás. Es evidente la mejoría en su calidad de vida, mostrando las diferencias al lograr compartir con otros. Aunque es un cuento, su parecido con la realidad no es coincidencia.
En algunos grupos, cada persona solamente se interesa en impresionar al otro con lo que es o lo que tiene, de manera que todos hablan, pero ninguno escucha. Esto es fruto de una pobre autoestima que anhela obtener valoración y no importa que tanta vida social tengan, siempre se sentirán muy solos.
Aprende a escuchar. Mira fijamente a quien te hable, dale tiempo para expresarse, no pienses solamente en lo que tú le dirás. Para comprender a quien te hable, activa todos tus sentidos, los cuales con la práctica se volverán cada vez más agudos. Apoya con tu sonrisa a quien intenta comunicarse contigo, además de escuchar sus palabras, analiza por qué las dice y siente qué es lo que realmente quiere decir, porque no siempre sus palabras coincidirán con lo que quiere decirte. Si al responder, tus palabras coinciden con lo que realmente quieres decir, tu comunicación podrían ser realmente asertiva.
Quien está a tu lado, al igual que tú, desea sentirse bien y nada le agradará más que saber que te importa su bienestar.
La persona empática, es más sana. Tiende a sonreírte, la sientes liviana, te calma, te da confianza, no te cansas de estar a su lado. Tiene defectos y debilidades, pero notas que eso mismo le permite comprenderte mejor. Contribuye a alivianar tus cargas y cree que tú harías lo mismo si te necesitara. Te puede acompañar si lloras o ríes e incluso, contribuye significativamente a tu salud física y mental.
Casi todos los problemas del planeta desaparecerían, si simplemente aumentara el grado de empatía entre los humanos.