En el libro del Génesis, reconocido por judíos y cristianos (y en parte por los musulmanes) se habla de que Dios creó a la humanidad a su imagen y semejanza. Desde entonces, rabinos, sacerdotes y filósofos han tratado de comprender lo que esto significa. En los siglos XIX, XX y XXI encontramos un interés por abordar otro lado de la ecuación: cómo la humanidad ha hecho a Dios a su imagen y semejanza, proveyéndolo de características antropomórficas. Ha sido común encontrar referencias a las veleidades del panteón greco-romano, lleno de celos, lujuria y cólera. Los no cristianos consideran el postulado de Cristo como Dios hecho hombre como la máxima apropiación posible del concepto de Dios.
Más original que crear a Dios a nuestra imagen y semejanza es una dimensión que se asoma por momentos en la iconografía cristiana: la capacidad de los humanos de representarnos exhibiendo empatía, conmiseración y hasta protección por el creador. Las primeras muestras de esta tendencia estarían en las imágenes de la Virgen y el niño. María es la humana que cuida al que ella cree será el salvador de la humanidad. Estas manifestaciones artísticas son rechazadas de plano por muchos cristianos al catalogarlas de idolatría. Sería una exageración prestarle tanta atención a esa mujer.
Además de todas las madonas, es posible encontrar representaciones de varones protegiendo al niño. Esa es la iconografía tradicional de San Antonio de Padua y es la historia asociada a San Cristóbal, el hombre que ayudaba a los transeúntes a cruzar un río para llegar a una iglesia y que en un momento sintió haber cargado al niño Jesús. Hay cuadros medievales que muestran a San José en esa actitud también, pero ha sido sobre todo el feminismo de los últimos años que nos ha facilitado encontrar visiones donde el carpintero cuida al niño.
Menos común que la idea de los varones ayudando al niño Dios es la representación de las ayudas a Jesús en su etapa adulta. Estas se registran en el calvario y comprenden a Simón de Cirene, el trabajador del campo que se ve obligado a cargar con la cruz durante unos momentos en el camino al Gólgota. Más adelante está el gesto de la Verónica, que no aparece en los evangelios y, finalmente, los de los guardias de la crucifixión. Interpretaciones antiguas se referían a la esponja con vinagre como una injuria adicional, pero también existen versiones modernas que explican ese comportamiento como una amabilidad. Se trataría de la oferta de posca, una bebida de la época. Lo mismo se ha escrito con respecto a la punzada en el costado, que podría ser vista como una manera de acabar la agonía de la asfixia de los colgados en la cruz. Un poco como si los soldados de entonces hubiesen practicado una especie de eutanasia. Todas estas son conceptualizaciones de acciones de cuido y protección allí donde se percibe la fragilidad de Jesús: la infancia o sus momentos de máximo dolor. Quizás la humanidad pueda seguir creciendo en maneras de visualizar la colaboración con el creador.
En la iconografía dominicana hay por lo menos dos representaciones que muestran a los humanos cuidando a quienes cuidan a Jesús. Una es un cuadro del pintor barcelonés Antonio Prats Ventós, donde los padres protegen al cuadro de la Virgen de la Altagracia como si se tratase de otro niño de la familia y la segunda es una fotografía del arquitecto y antropólogo Toño Arias, donde podemos apreciar a los integrantes de una procesión cuidando a la Virgen de la Altagracia. En vez de caminar “bajo el manto de la Virgen”, es el cuadro de la Natividad, que, en la lluvia, está bajo los paraguas de los devotos.