Ya el rostro no es suficiente. Mira que te miro, que te oigo, que me dices o no me dices.
Ahora se trata de la piel, del sexo, de la procedencia. Ahora hay que escanear las preferencias sexuales, integrar ese “porque ya en el mundo no se sabe si es “ella” o “él”.
Me canso de tanto andar a pies puntillas, de cometer el desacato de utilizar el femenino en lugar del masculino, el no saber enfocar mis frases porque cualquiera puede apuñalar la sensibilidad, horadar la buena razón social, cometer el delito de la generalización, el menosprecio o el desaguisado de acabar con unas minorías que de repente se conviertan en extremísimas mayorías.
El archivo que hemos heredado ciertamente que es colonial. Frente a la tradición clásica europea, que va de la Antigüedad hasta la postmodernidad, no podemos ofrecerle en paralelo ni la africana ni la asiática. Claro que de aquel Oriente proviene Budha, Mahoma, y otros profetas, pero no es lo mismo enfrentarte al ejército de los Spinoza, Kant, Nietzsche, que situar enfrente a Oyum Batalá y a Yemayá, para sólo citar a dos de los más excelsos. ¡Sí, heredamos a Occidente! Espero que eso no sea razón suficiente para tener que suicidarnos.
El mundo que se nos ofrece ahora tiene que ver con encasillamientos que rayan en el absurdo.
No es suficiente ser negro: hay que gritar que se es negro, y que tú, blanco, ¡oh horror!
Ante el racismo dominante en el que nos socializamos, que comienza en las “buenas” familias y se extiende por la escuela y hasta el último curul en el Congreso, el que seas negro no evita que igualmente puedas ser… el mejor racista. Ciertamente hay que plantarle clara a esa cultura de la exclusión en la que hemos crecido, pero igualmente no podemos importar toda la neurosis rectificacionista del Primer Mundo. En el caso dominicano, el primer punto en la agenda debería ser el de superar esa cultura del autodesprecio que tanto daña.
En Estados Unidos el Black Power y el “Black is beatiful” al final fue consumido por la mismísima industria. Lo que en principio fue reivindicación, lucha por la justicia social, ha devenido en lo que Luis Días llamaría “indios teñidos de blanco”. La belleza más blanca que negra de Beyoncé irradió con todos sus soles, a Dios gracias. Parece ser que sólo se será feliz de poder tener ojos verdes o azules. ¡Hasta una poeta-apóstol de la negritud amenaza en un poema de tirarte “los perros negros”, como si los perros blancos tuviesen menos garras que los otros.
Ahora hay que ponerse camisas con letreros, tatuarse rostros, frases, consignas, como si tu cuerpo al final fuese una pared/papel amarillo, y media humanidad no pudiera escapar de frente de batalla. ¿Ganar el respeto por el samurai que sale a la calle con la camiseta y las faldas de orden?
Ahora los que somos blancos o blanquitos debemos exhibir grados evidente de culpa. Y de ser hetero, el asunto se complica. Y si eres hombre, dominicano, y de la tercera edad, mejor sube al Pico Duarte y procura tirarte sin paracaídas.
No es fácil evitar tanto ambiente tóxico en una isla donde la modernidad se queda en el empaque. Peor si sales del país, el asunto se complica.
Tengo una amiga bien desfachatada, que al menos es consciente de su actitud. Su sinceridad la salva.
Mi adorada amiga es gorda, lesbiana, negra, con seis dedos en un pie, dominicana residente en algún lugar de Manhattan. La última vez le dije: “pero tú tienes todos los poderes”. Con una cara linda de esas de Ismael Rivera me respondió: “sí, claro, de algo hay que vivir”. Mi amiga me confesó, como si se sacara todas las culpas, que ya no oye a Janis Joplin, que prefiere a Nina Simone. Le comenté que si le faltara una mano completaría el set de todos todos los poderes. Me respondió, como si se tratara de un guion para Humphrey Bogart: “tampoco hay que exagerar”. No me quedó más remedio que darle un grandísimo abrazo.