La sociedad estadounidense va de un extremo al otro. Por un lado la ética y la moral se manifiestan bajo un confuso y estricto sistema de valores, incentivado -en parte- por el impacto de las redes sociales. La confusión es a tal punto que los medios que juegan un papel importante en esta dinámica han dado cabida a la ambigüedad como narrativa.
Se persigue es entretener, alterando el discurso para que el mensaje real no llegue. Aunque el fenómeno es a escala mundial, no es de extrañar que estemos siendo bombardeados por figuras del entretenimiento que buscan evitar que reflexionemos sobre los problemas económicos que atraviesa EE.UU.
En los Estados Unidos han quebrado cuatro entidades financieras en el primer semestre del año. Silvergate Bank, Signature Bank, First Republic y Silicon Valley Bank. Y así va esta nación, con el aumento en los precios de las viviendas, del combustible y una amplia gama de productos de primera necesidad.
Pero visto así, a nadie le importa nada, ya que estamos en una era que todo se sujeta a la interpretación personal, donde cualquiera crea una plataforma para distorsionar la realidad de las cosas y solo crear más confusión de la ya existente (“cada cabeza es un mundo”).
Vemos a vividores oportunistas enriqueciéndose con la pobreza mental de las personas. Ofreciendo “contenidos” irrelevantes, solo para alcanzar notoriedad. Esto opera en detrimento del ejercicio de la comunicación responsable y proactiva. Se pierde la capacidad de análisis de los temas que deben informar a las personas.
Mientras EE.UU y otros países intentan minimizar años de desorden institucional, el descontento social aumenta, es tan evidente. Y de esta situación no escapan los países pobres, los del llamado Tercer Mundo.
En fin, en todos los países, los políticos han perdido el liderazgo, la capacidad de guiar a la gente. Como si camináramos hacia un caso sin solución.
Desafortunadamente, las sociedades que no se ajusten a esta nueva realidad sucumbirán ante la inercia colectiva que genera la resistencia al cambio.