Este año se cumple el centésimo aniversario de publicación de “La vorágine”, novela del colombiano José Eustasio Rivera que vivió unos meses en la Amazonía colombiana y redactó esta obra que fue, para la época, una suerte de documental sobre las condiciones de vida de los trabajadores y las maneras en que se estaba impactando este precioso recurso natural. Esta obra literaria puede leerse como un primer hermoso Informe de Impacto Ambiental, documento frecuentemente requerido en nuestros días por las recomendaciones de mejores prácticas y la legislación de varios países.
En América Latina se han realizado coloquios, conversatorios y nuevas ediciones de este clásico de nuestra literatura. La Feria Internacional del Libro de Santo Domingo fue parte de este esfuerzo al convocar un panel donde participaron Jorge Franco (1960, Colombia) que estudió producción, publicidad, cine y literatura, área de actividad donde ha conocido éxitos de crítica, ventas y hasta de adaptación cinematográfica y Gerardo Roa (1975, República Dominicana) decano de la Facultad de Humanidades de la UASD, apasionado del lenguaje y de la filosofía con varios libros sobre esas materias. También estuvo invitado, pero debió declinar, Tony Raful (1951, República Dominicana), actual embajador dominicano ante Italia y, para los fines del conversatorio, sobre todo poeta y ensayista ganador del Premio Nacional de Literatura 2014. Yo fungí como moderadora y tuve el agrado de escuchar de primera mano cómo esta obra pervive en la formación de los jóvenes colombianos y cómo Gerardo Roa encuentra paralelismos entre este libro y los de denuncia publicados en Santo Domingo varios años después. Por ejemplo, el poema “Coral sombrío para invasores” de Miguel Alfonseca (1942-1994) que augura una muerte dolorosa para los invasores que atacan terrenos:
Porque son invasores.
Destrozan nuestros niños y aúllan las raíces del planeta.
Matan nuestras madres
y el mundo gime pateado en los ovarios.
Morirán sin la sana harina del labriego
cocida en el fuego saludable de los árboles.
Morirán sin los cánticos de la campiña,
sin la ronda amorosa de la escuela,
sin el jubileo de los pájaros en la ventana
cuando la edad sitúa el mundo lejos,
en el marco de madera tibia labrada con las manos.
Morirán sin el cedro, sin el olmo, sin el roble,
que escucharon el vagido de su nacimiento.
Porque son invasores
Otros ecos de esta novela en la creación literaria dominicana son ciertas estrofas de Franklin Mieses Burgos (1907-1976) en su poema “Elogio de la palma”
Largo dedo vertical extendido,
para el nupcial anillo de boda de los hongos,
o a lo mejor un dedo, y nada más que un dedo,
para rasguear las invisibles cuerdas
de la eterna guitarra que yace esculpida
en el fondo del alma solitaria
de todas las llanuras.
Influencia también presente en la “Oda al bosque” de Juan Carlos Mieses (1948)
¿Dónde nace la vida?
¿Dónde la magia que transforma los ropajes del fuego
en carne que palpita,
en sangre que se escurre,
en beso que renace,
en árbol que se yergue,
en pastizales que sueñan la pradera,
en un latir común
como savia de toda la foresta?
Los invito a releer “La vorágine” o a escucharla en audiolibro durante los tapones. Hay una versión a cargo de Joan Ascanio que es muy, muy buena. Ahí encontrarán edificantes descripciones y oraciones de gran belleza. A los colombianos les atrae mucho la frase inicial: “Antes que me hubiera apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la violencia”. Para mí, es más representativa esta: “El alma es como el tronco del árbol, que no guarda memoria de las floraciones pasadas sino de las heridas que le abrieron en la corteza.”. La Amazonía es compartida directamente por Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela, Bolivia, Guyana, Surinam y Guayana Francesa y de ella nos beneficiamos todos. Sin embargo, desde hace más de un siglo sufre una agresión brutal y una agonía de explotación. Transcurrido todo este tiempo desde la primera gran alerta del peligro de su destrucción, realizada a través de “La vorágine”, no hemos sabido concertar un plan internacional inteligente, adecuado y efectivo para protegerla como el gran tesoro planetario que es.