Casi cinco años después del inicio de la pandemia de la covid 19 continuamos sintiendo sus efectos de dos maneras muy concretas: la primera es que todavía hay personas que, sin mejoría visible, arrastran las peores manifestaciones del efecto de este virus, lo que se llama covid prolongado, y la segunda manera es que la mayoría de las economías mundiales reflejan los efectos de la reducción de operaciones durante varios meses consecutivos.  Disimuladas en forma de deuda pública (que se transforma en nuevos impuestos) o visibles en el cambio de la composición empresarial, las secuelas de los confinamientos están ahí.

El suceso nos hizo conscientes y nos hermanó con sociedades distantes en el tiempo y en el espacio: nos acercamos en espíritu a las pandemias de gripe a principios del siglo XX,  del cólera en Colombia y a todas las pestes de la Edad Media.

El escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez nos alertaba que, al igual todos esos meses atrás, la tentación de hacerse ilusiones con respecto a sus efectos benéficos (solidaridad, colaboración, paz) seguía estando presente y que quizás el mejor aprendizaje era no sucumbir a este espejismo.  En efecto, los resultados no fueron halagüeños, pero es posible dirigir la visión hacia las consecuencias positivas. En República Dominicana hubo una casi inmediata y fue la gran aceptación de la gestión del ministro de salud, traducida en su postulación como precandidato al Senado.   En un lapso más extendido en el tiempo, la colaboración internacional en materia de epidemiología implicó un mejor registro de todas las enfermedades en el país.

Este perfeccionamiento en la capacidad de medición también se registró en la elaboración de nuevos indicadores de riesgo de las actividades empresariales los cuales permitieron una mejor entrega de los préstamos por parte de las instituciones financieras.  Esos indicadores y la misma realidad nos fueron indicando cuáles fueron los sectores que tuvieron mejor desempeño: por supuesto, el sector salud y todo lo que ayuda al trabajo remoto, incluyendo los servicios de mensajería y los instrumentos de comunicación tecnológica.

Pero es que incluso de los peores resultados se pudo sacar un aprendizaje. Ahora sabemos que las llamadas actividades no esenciales, el ocio y la creación de arte no utilitario, no solo son un renglón de actividad comercial que permite tener empleada a mucha gente bailando, cantando, componiendo y entreteniéndonos, sino que también contribuyen a la salud mental de la ciudadanía. Es un asunto de gestión.

Al final, como en los cuerpos humanos mismos, los sectores sociales se beneficiaron o perjudicaron sobre la base de su capacidad de respuesta. Para que las catástrofes no nos arrastren con ellas, hay que mantenerse en salud financiera, mental, médica y profesional desde antes de que lleguen.