En mis primeros 50, el amor era algo que buscaba como el agua. Hoy, viviendo mi segunda mitad de vida, entendí que es algo que llega o se va y que se goza porque está ahí, encarnado en una persona. Pero, sobre todo, no es algo que debe conquistarse o que se deba esperar casi por retribución a uno, porque uno se ha consagrado a esa persona. Alguien te ama y tú amas a alguien, y punto, no hay que buscar más.
Con el tiempo mi idea de lealtad se transportó a un estado de ausencia casi absoluta del sentimiento más improductivo que se pueda poseer: los celos.
Me deleita ver la alegría de los demás. Valoro las penas y el llanto porque impiden que uno se vuelva loco.
He aprendido a maniobrar la envidia, sobre todo cuando se aleja de mí el riesgo de tener todo lo que desee para mí, y es que la ausencia de dinero se convierte en motor de creatividad. Cambias la idea de poseer por la idea de aportar.
Conservar la vida joven y fresca es un arte que se obtiene perdonando y olvidando.
Que la mejor forma de agradar es siendo veraz, puede que no te acepten, pero en el fondo lo que queda es la idea que se hace la gente de tus acciones francas y honestas.
Y lo más lindo que se llega a disfrutar es un estado de reconocimiento de lo que está bien y lo que está mal, y sobre todo de mostrarse conforme explícita y públicamente cada error que cometas: “tienes razón, yo estaba equivocado”, o “perdona, no fue mi intención, lo hice sin pensar”, o usar las palabras más agradables jamás inventadas: ‘gracias’, ‘por favor’, ‘hola’. Palabras que casi siempre se dicen apenas con una mirada, o un abrazo, o un aplauso.
Es un verdadero tesoro pasar de los 50, mirar hacia atrás y constatar que con el tiempo florecemos.
Sin embargo, también constatamos que es inútil tratar de superar manías, prejuicios, heridas, odios, remordimientos, si no hemos dedicado parte de nuestro tiempo diario a construir espacios para el amor.
Hoy sé que puede conseguirse con entrega, sin esperar nada a cambio, con la sola idea de servir.
Tal vez es un poco tarde para mucha gente que pasa de los 50, pero al menos subsiste la idea de que es posible arreglar algo de ese tiempo extra que es ya un regalo siempre que vayas construyendo con amor, no con interés.
Todo es posible mientras quede un hálito de vida.
(Nota: escrito y ahora corregido hace 20 años)