Yo nací y me crié en Baní entre el “barrio de Villamajega” y el “barrio de Los Lora”, en las cercanías del río y del Cucurucho de Peravia, primero en la casa de mis abuelitos paternos y después donde mis abuelitos maternos. La primera hacia límites con el sagrado solar donde nació el generalísimo Máximo Gómez, el banilejo más grande que ha dado Baní y, según el profesor Juan Bosch, en una dimensión internacionalista, “el hombre más grande que ha dado el país”.
Casi en la esquina de la calle Nuestra Sra. de Regla con Máximo Gómez, había una casa de madera con techo de zinc, la cual se conserva todavía, con una mata de jobo en el centro, rodeada de plantas hermosas. Allí estaba la escuelita de dos impresionantes maestras negras, María y Mariana, hijas de don Eusebio, un honrado zapatero, como mi abuelito, orgullo de la familia, del barrio y del pueblo.
Atravesando el solar del Generalísimo con una sillita en la cabeza, cuadernos y lápices en las manos, con pantalones cortos, partíamos de nuestra casa todos los días a esta escuelita. Allí aprendí a leer y a escribir y sobre todo a valorar a los seres humanos sin importar cual color exhibía su piel, sin mirar posiciones económicas o religiosas. Estas maestras me enseñaron a querer a los ancestros, a respetar a nuestros padres, amar a nuestro pueblo y a reverenciar a nuestro país.
Estas dos maestras me formaron con sus conocimientos, sus valores, su visión del mundo, sus conceptualizaciones de la vida, las expresiones del amor y del respeto, con un sublime nivel espiritual y humano. Me prepararon para la vida. Lo que he sido y lo que soy se los debo a estas dos maestras negras, poseedoras de las sonrisas más hermosas y las caras más tiernas del mundo, a las que recuerdo con cariño, con orgullo y satisfacción.
Mi padre, José Manuel Tejeda Valera, fue el primer maestro del poblado de Las Salinas en las cercanías de la Base Militar de las Calderas, sede de la Marina de Guerra, donde conocí las Dunas más impresionantes de este país, vecinas de la Bahía donde dice la leyenda que se refugió Cristóbal Colón salvándose de una tormenta. Mis primeros pasos, descalzo, fue en la arena con los pies, salpicados por el agua cristalina del mar Caribe, siempre desafiante.
Después de convivir entre Atabales, Son y Sarandunga en Villamajega, mi hogar se trasladó al “Barrio Alegré” donde mis abuelitos maternos, dueños de la Panadería “Yolanda”. De noche, al comenzar la faena de la elaboración del pan, estaba presente mientras los panaderos, cantaban, hacían cuentos, contaban historias, repetían adivinanzas, abrían un mundo nuevo para mí. Cuando tenían actividades familiares, bautizos, velaciones, nochevelas, etc. estaba invitado. Esto era desconocido para mí, el cual no veía en el parque o en la parte céntrica del pueblo donde vivían las personas pudientes. ¡Allí comenzó mi pasión por el folklore y la cultura popular!
Toña Santos, fue una maestra negra en el legendario Pueblo Abajo, que dejó huellas trascendentes que me han marcado para toda la vida y que han servido para amar a la patria y a todos los seres humanos.
En la parte oeste del pueblo de Baní, en el “Barrio del Mejoramiento Social”, obra de Trujillo, vivía una negra hermosa y tierna, con una sonrisa que nunca desaparecía, conocida como la profesora Luisa James, de los seres humanos que nunca se olvidan.
Sin ser mi profesora de aula hice amistad con ella y con mucha frecuencia la visitaba por las tardes. Era una mujer con una formación cultural, ética y moral como muy pocas en Bani. Tenía un sólido nivel intelectual, fuera de lo común, con una biblioteca secreta, “subversiva”, que aún me impresiona cada vez que la recuerdo.
Me gané su amistad y su confianza, a tal punto, que en la última fase de la dictadura me enseñó lo que no hacía con nadie por el peligro que esto implicaba, versos de “Compadre Mon” de Manuel del Cabral, poeta proscrito, prohibido, por la dictadura trujillista.
Esa confianza llegó a tal punto, que me dio como secreto, un libro prohibido por la dictadura, “Yo acuso”, de la banileja Carmita Landestoy, el cual sigo pensando que era el único ejemplar en Baní y quizás en el país en ese momento. Se arriesgó al límite, puso su vida en peligro para que yo superara el oscurantismo político.
Este libro denunciante, “subversivo”, antitrujillista, lo mantuve guardado en mi biblioteca personal como una reliquia sagrada de admiración con absoluto secreto de mis familiares y amigos. En reconocimiento a esta profesora de la luz, hermosa, heroica, hoy le hago justicia. El libro todavía está sin portada, porque así me lo regaló ella por precaución.
Hace un tiempo, el Ministerio de Cultura, por iniciativa del ministro José Rafael Lantigua, lanzó una edición de este libro, el cual fue fotocopiado en Estados Unidos, porque creían que nadie lo tenía en el país. Luego, el Archivo General de la Nación, lanzó otra edición.
Baní está en deuda con estas ilustres maestras, educadoras de generaciones, que nos prepararon para la vida, ser mejores seres humanos y mejores dominicanos. Heroicas profesoras, como Luisa James, asfixiada en un ambiente represivo de la dictadura, tomó como bandera de rebeldía una sonrisa desafiante, vencedora, basada en su conciencia y sus principios libertarios. ¡Tres maestras ilustres, presentes en la lucha contra el olvido!
A mi parecer, una calle, una escuela o un aula, que lleven honrosamente su nombre es lo menos que podemos hacer para honrar su memoria y luchar contra el olvido. ¡Gracias maestras de la ternura, del amor y de la vida!