El 8 de noviembre nació Florinda Soriano Muñoz en la comunidad de Villa Mella. Para sobrevivir se fue con su esposo para Yamasá a unas tierras abandonadas donde hacía más de 45 años que campesinos sin tierra la trabajaban. Con la impunidad de la dictadura ilustrada balaguerista un terrateniente quiso apoderarse de estas tierras, pero apareció doña Florinda y con una mocha en la mano frente a un tractor que destruía las cosechas proclamó: “Estas tierras son de nosotros, porque la tierra es de quién la trabaja”. Recibió dos tiros como respuesta, en un vil e impune asesinato, convirtiéndose en la mártir, en la líder de la lucha por el derecho a la tierra, al ofrendar su vida. Este asesinato estremeció al país. En este periódico, en el 2022, en la lucha contra el olvido, al cumplirse un aniversario más, escribimos lo siguiente:
“Florinda Soriano Muñoz, nació en la comunidad de Villa Mella, en el territorio de la hoy Provincia de Santo Domingo, el 8 de noviembre de 1921, en el momento en que tocaban los Congos, cantaban Salves y repicaban los Atabales, en honor del Espíritu Santo.
La pobreza le impidió asistir a la escuela. Conoció a Felipe, se casaron y buscando mejoría económica se fueron a vivir a la comunidad de Hato Viejo, Yamasá, donde se refugiaron, junto a varias familias, en una pequeña parcela de unas tierras abandonadas, que se convirtieron en tierras productivas, en un bien colectivo.
Estas tierras, más de ocho mil tareas, eran propiedad de un militar trujillista que llegó a ser jefe de las Fuerzas Armadas, las vendió y el nuevo propietario las dejó abandonadas, lo cual aprovecharon diversas familias para sobrevivir y cultivar la tierra por más de 50 años.
El esposo de doña Florinda fue asesinado en una trifulca en una gallera y recayó sobre ella la responsabilidad de trabajar duro, para cultivar la tierra y mantener a sus hijos, dentro de las precariedades existentes.
La tranquilidad se quebró cuando apareció amenazante Pablo Díaz Hernández, poderoso terrateniente, afirmando que él había comprado estas tierras y que, por lo tanto, más de trecientas familias tenían que abandonarlas de inmediato, sin considerar que la mayor parte estaba en producción. Esto fue una bomba, donde los campesinos reaccionaron con una total indignación, porque esto era un abuso descomunal, que atentaba contra su sobrevivencia, su tranquilidad y la paz en que vivían y trabajaban por décadas.
Era una época de represión brutal de la dictadura ilustrada balaguerista al servicio de los ricos y en contra de los campesinos y de manera especial de los que ellos denominaban “invasores”, violadores de la sagrada propiedad privada, aunque esta fuera robada o comprada con dinero ensangrentado.
La comunidad estaba opuesta, indignada, pero el terrateniente se sentía apoyado por el poder y por la impunidad que esto implicaba. En medio de todo esto, surgió el liderazgo de doña Florinda, una mujer carismática, militante de la Federación de Ligas Agrarias Cristianas (FEDELAC), una entidad sindical socialcristiana, de mucha vivencia en esa época y en este lugar, doña Florinda proclamaba con insistencia que “la tierra es de quién la cultiva, por eso esta tierra es mía”. Esta consigna se convirtió en bandera colectiva de lucha. ¡Ella habló por todos!
El terrateniente con la soberbia del abuso del poder, una mañana, antes de que saliera el sol, varios tractores comenzaron a destruir las cosechas, a desalambrar las empalizadas y a profanar la tierra. Impotentes, con una rabia contenida y una indignación total, los campesinos no creían lo que estaba ocurriendo: destruyendo sus esfuerzos, sus trabajos y sus sueños. Con una mocha en la mano, doña Florinda, salida de la nada, se paró amenazante frente a uno de los tractores y gritó con indignación y firmeza: ¡Para seguir adelante, tendrás que pasar sobre mi cadáver!
Un silencio total. El terrateniente y los tractoristas sabían que, si esto ocurría, tendrían que hacer una masacre, porque todos los campesinos y campesinas estaban dispuestos a luchar y a morir. Los tractores, dieron media vuelta y salieron de las tierras. Desde ese momento, dejó de ser doña Florinda y se convirtió en la líder campesina bautizada como “Mamá Tingó”, símbolo de coraje y de valentía, en la defensa de su tierra.
Según los informes, Pablo Díaz Hernández, el terrateniente, trató de comprar a Mamá Tingó y ella no transigió, pasaron entonces a intimidarla. Pero Mamá Tingó era insobornable. En su locura, el terrateniente decidió asesinarla. Para esta tarea, encomendó a un cobarde como él, un capataz a su servicio, que no merece mencionarse, porque su lugar es el zafacón de la historia. Para tan vil acción, este canalla le abrió la puerta al lugar donde Mamá Tingó tenía sus cerdos. Cuando ella salió a recogerlo, él la persiguió, escopeta en mano. Y ante los gestos de indignación de ella, él le pegó un tiro en el pecho y otro en la cabeza, muriendo al instante Mamá Tingó, quedando impune este asesino y su ideólogo por la complicidad balaguerista.
Como cobarde al fin, junto con los otros asesinos que lo acompañaban, huyeron para no volver jamás a ese lugar. La conmoción, la impotencia y la indignación se tornaron nacionales. Mamá Tingo, la campesina que murió en defensa de su tierra, se convirtió en un símbolo nacional, en una mártir-ejemplo, en una heroína de la patria.
Mamá Tingó era una auténtica campesina, tocaba los Atabales, cantaba Salves y bailaba los Congos. Se sentía orgullosa de ser campesina, de ser negra, de sus ancestros, llena de espiritualidad y ternura.
Yo conversé con ella varias veces, era una mujer carismática, hermosa, dedicada a su tierra y a criar a sus hijos, con una conciencia revolucionaria. Esta mártir por la lucha de la tierra, fue eternizada por la pluma de Yaqui Núñez del Risco, la voz del inmenso Johnny Ventura y la creatividad del Grupo Musical de Nueva Canción Convite.
Su lucha no fue en vano. Ante la indignación nacional, el terrateniente abandonó sus propósitos de apropiarse la tierra y el gobierno luego entregó los títulos de propiedad a los campesinos por los que murió Mamá Tingó.
Interpretando su pensamiento, el grupo Convite le dedicó una canción, cuya esencia ha quedado como banderas de lucha:
"Tenemos la salve
falta el arroz
en Yamasá, dijo Mamá Tingó
La tierra es del que la trabaja
en Yamasá, dijo Mamá Tingó…"