Con la aureola expandida desde el Cerro de la Barranquita, originada en un glorioso 3 de julio de 1916, cuando el patriotismo de 80 valientes maeños, comandados por el general Carlos Daniel, con un desigual equipamiento y organización militar, enfrentaron, armas en manos, a más de 800 marinos norteamericanos que hacía mes y medio que habían pisoteada la soberanía nacional, vino al mundo un niño, nacido para la gloria, que bautizaron con el nombre de Juan Miguel Román.
Juan Miguel se trasladó a Santiago de los Caballeros a vivir con su familia. Concluido el bachillerato fue a estudiar a la Universidad de Santo Domingo donde se graduó de abogado en 1957. Para graduarse, había que dedicarle la tesis a Trujillo. Juan Miguel, negado a esto se la dedicó a “Mamá Julia”, la madre del Jefe. Dos años después contrajo matrimonio el 21 de febrero con María Teresa, una hermosa españolita que lo había enloquecido desde el primer momento que la conoció.
Estudiando derecho en la UASD, conoció y comenzó una hermosa amistad con Manolo Tavarez Justo y Minerva Mirabal. Todo estaba acomodado existencialmente, hasta el impacto que le produjo la odisea protagonizada por los valientes patriotas que llegaron en la expedición del 14 de junio del 1959 en la búsqueda de la libertad del pueblo dominicano para librarse de la fatídica dictadura trujillista.
Juan Miguel quedó desbastado por este sacrificio y la inmolación de los patriotas expedicionarios, acontecimiento que lo marcó para toda la vida y que le señaló el camino de su destino.
Juan Miguel, como todos los jóvenes soñadores de la época, se enamoró de la epopeya gloriosa de la revolución cubana, el símbolo de la dignidad de los pueblos liberados. La revolución cubana era ilusión, sueño y poesía. La admiración por Fidel y por el Che era una tentación mesiánica de los jóvenes idealistas. Todos querían ser como ellos dos.
La revolución cubana señalaba que la guerrilla era el camino de la liberación. Señalaba los caminos de la libertad. Las montañas eran entonces una tentación y una obsesión. El sacrificio de los patriotas expedicionarios del 14 de junio del 59 empujaba a Juan Miguel para que esta inmolación no fuera en vano.
La persecución interna fue intensa por parte de las fuerzas represivas. Un grupo de jóvenes escogieron a la Embajada de Brasil para exiliarse. Juan Miguel y los demás sabían que en estas embajadas había calieses vestidos de civil para evitarlo. Fueron preparados y Juan Miguel, lo encañonó y entraron junto con él 17 compañeros y compañeras a la embajada brasileña. Juan Miguel aprovecho el exilio para entrenarse militarmente en Venezuela y en Cuba.
Regresó al país y un día se estremeció cuando se repetía en su oídos las palabras proféticas de Manolo Tavarez en una concentración en La Puerta del Conde en la ciudad de Santo Domingo cuando expresó con mucho énfasis: “Óiganlo señores de la reacción si imposibilitan la lucha pacífica del pueblo. El 14 de junio sabe muy bien donde están las escalpadas montañas de Quisqueya y a ellas iremos…siguiendo el ejemplo y para realizar la obra de los Héroes de junio del 59 y en ellas mantendremos encendidas las antorchas de la libertad, el espíritu de la revolución… ¡Porque no nos quedará, entonces, otra alternativa que la de libertad o muerte!”.
Y así sucedió. Las fuerzas más reaccionarias de la oligarquía, de la Iglesia católica y de la alta oficialidad militar, con políticos corruptos sepultureros de la historia y la complicidad del imperialismo, asesinaron el inicio de la democracia con un trágico golpe de Estado, donde desaparecieron los derechos humanos y se privilegió la represión y la corrupción. Manolo, el Comandante de la dignidad y el 14 de junio cumplieron su palabra y el 28 de septiembre del 63 subieron “a las escalpadas montañas de Quisqueya” con la respuesta de seis frentes guerrilleros para derrocar a un Consejo de Estado espurio y devolverle al pueblo su dignidad y su libertad.
El frente “Gregorio Luperón” en Puerto Plata estaba comandado por Juan Miguel Román, donde estaban, entre otros, Raúl Pérez Peña y Arnulfo Arias, quienes al igual que él, lograron sobrevivir. Juan Miguel caminó en las montañas de Puerto Plata hasta Santiago de los Caballeros, donde fue hecho prisionero de guerra. Fue deportado a Portugal y de allí recorrió varios países, afianzando cada vez más sus ideas y principios revolucionarios.
En enero de 1965, con un pasaporte italiano de un sacerdote católico, logró burlar la seguridad del aeropuerto dominicano y camuflado entró al país a una vida clandestina. Se escondió en Alma Rosa, en un local semi abandonado donde se imprimía en un mimeógrafo el periódico del 14 de junio. Su esposa esta junto a él con Marinita su hijita más pequeña los fines de semana. Era un esposo y un padre sumamente amoroso.
Después de asesinato de Manolo, Juan Miguel era una figura dominante y Jefe Militar del 14 de junio. Al estallar la revolución de abril del 65, era parte de la vanguardia revolucionaria, fusil en mano su figura crecía por su destreza, valentía y don de mando. El 19 de mayo del 65, una parte del alto mando constitucionalista decidió en un asalto militar recuperar el Palacio Nacional.
Un grupo de asalto constitucionalista comandado por el glorioso Coronel Rafael Fernández Domínguez, líder símbolo de la revolución, acampado de varios luchadores revolucionarios, entre los que se encontraba Euclides Morillo, Ilio Capocci y Juan Miguel Román, cayeron abatidos por las balas asesinas de militares de Wessin y del ejercito intervencionista imperialistas. En el intento del asalto, el Corones Rafael Fernández Domínguez fue herido y Juan Miguel fue en su auxilio y allí fue asesinado junto a sus compañeros. Allí cayeron esos patriotas que murieron para vivir en las estelas de la historia, en los umbrales de la gloria y en el corazón del pueblo.
Juan Miguel se convirtió en símbolo, en ejemplo a imitar, por eso el inmenso Coronel de Abril, Francisco Alberto Caamaño Deñó, en su honor, adoptó como identidad de guerra el nombre de “Román”. ¡Ese fue el inmenso patriota y revolucionario Juan Miguel Román!