En una época, en Barahona la sal coqueteaba con el azúcar en el camino de las salinas y del ingenio, al tiempo que tambores repicaban a lo lejos en el Gagá de San Miguel, mientas la flor de la caña era acariciada por una brisa llena de libertad en plena dictadura.
Allí, una mañana de primavera de 1933, asustado, abrió los ojos a la vida Aníbal de Peña, que por la música con que fue recibido tenía que ser músico o poeta o las dos cosas a la vez.
Aníbal nació en un hogar donde el silencio estaba prohibido, su padre y su abuelo eran músicos y sus hermanas cantoras. Por eso, a los cinco años no le pedía permiso a la trompeta ni al piano, para regocijo de los vecinos. La música era su camino.
Profesor de música por vocación y por pasión, su padre que saludaba todos los días al pentagrama fue designado director de la Banda Municipal de Música de Duvergé. Estaba realizado, soñando muy cerca de las galaxias. Aníbal, que lo adoraba, siendo joven, siguió su camino y fue profesor de música en Loma de Cabrera, Constanza, Dajabón y los Bajos de Haina. Donde quiera que llegaba, asomaba la pasión del maestro y la dimensión del artista. En la ciudad de Santo Domingo, se integró como instructor al Coro Nacional, al mismo tiempo que compartía horas de perfeccionamiento en técnicas vocales con el reputado maestro italiano residente en el país, Enrico Cogna Cabrati.
Cuando la televisión era toque de queda en el país, el maestro Rafael Solano abrió puertas a la música popular dominicana, promoviendo nuevas voces y nuevas figuras a través de “La Hora del Moro” por Rahintel, en un surgimiento de nuevas estrellas: Luchi Vicioso, Niní Caffaro, Julio César Defilló, Aída Lucía, Fernando Casado y Aníbal de Peña.
Aleida Iluminada Jiménez, enigmática y fascinante artista, estudiante de la carrera de Farmacia en la UASD, hechizó al tímido de Aníbal con unos ojos donde el amanecer era una tentación. El amor dijo presente y violines surcaron el firmamento donde danzaban luciérnagas mágicas y sonidos de una fantasía de colores.
A pesar de eso, la música era una pasión que no le permitía tomar vacaciones. Iluminada era su inspiración. Las compuertas de la producción artística de Aníbal dejaron fluir un río de hermosas canciones llenas de amor, ternura y nostalgias. De algunas, hemos podido recordar su nombre: “Muchachita de mi Pueblo”, “Vestida de Novia”, “Estoy Loco”, “Tú no tienes la Culpa”, “Déjame Beber”, “Virgen Negra” y “mi Debilidad”.
A pesar de ser un enamorado del amor, en el fondo de su corazón subyacía la patria, expresada en su canción “Patria Querida”. En 1969, después de haber representado con Luchi Vicioso al país en el Primer Festival de la Canción Latina del Nuevo Mundo, en México, participó en el Segundo Festival Nacional de la Canción, organizado por AMUCABA, donde presentó un poema sinfónico que exaltaba la figura legendaria del cacique Enriquillo, en el cual yo fui jurado.
A pesar de su ternura y sensibilidad artística, Aníbal venía también de una familia revolucionaria, de unos ancestros antitrujillistas. Su padre era amigo de Juan Bosch en La Vega y posteriormente su líder. Su hermano Washington de Peña era un revolucionario, al cual fue varias veces a la cárcel, llevado a la 40, donde fue torturado en la silla eléctrica.
Después del ajusticiamiento del tirano, Aníbal, como el padre y Washington ingresaron al Partido Revolucionario Dominicano. Con algunos artistas Aníbal fue a Puerto Rico a cantar para recolectar fondos para el partido. Incluso era el correo que le entregaba las recaudaciones directamente a Juan Bosch. Estando en Puerto Rico los exiliados organizaron un asalto al consulado dominicano para destituir a los funcionarios trujillistas. Aníbal fue uno de los participantes. Al no poder regresar al país, se exilió en New York.
Allí, continuó su labor revolucionaria. Fue designado delegado especial del PRD en Estados Unidos y cuando Juan Bosch asumió la Presidencia de la República, le pidió que aceptara el consulado dominicano de New York. Aníbal prefirió regresar al país.
Hizo una entrañable amistad con José Francisco Peña Gómez, el líder popular más grande en la historia dominicana, a tal punto que la vivienda de Aníbal era su escondite durante la revolución de abril del 65. Ambos habían sido responsables por la letra y la música del himno del PRD. Cuando el comandante Peña Taveras llamó a Peña Gómez para avisarle que había comenzado la revolución él estaba en la casa de Aníbal. Peña Gómez le pidió que lo llevara a Radio Televisión Dominicana para dirigirse al país. Al llegar estaba lleno de guardias del Ejercito Nacional. El carro fue detenido y el líder sacado del mismo. Ante el ardor de las pasiones, el Coronel Morillo López lo mando preso al cuartel que está al lado de la emisora para protegerlo.
La emisora oficial dela revolución tenía a la Radio Constitucionalista como la voz oficial. Los locutores tenían como exaltación una marcha de fondo que Aníbal se preguntaba “qué cómo era posible que nosotros estemos tocando eso ahí, una cosa extranjera, en una revolución tan nuestra y tan autentica. Yo voy a escribir algo”. Y en efecto, escribió el himno de la revolución.
El himno fue grabado en el estudio Fabiola, en el 3er piso del edificio del Conde esquina Espaillat, coordinado técnicamente por el ing. Fabio Inoa. Fue grabado originalmente por un coro de varios artistas, entre ellos, a Los Solmeños, Frank Lendor, Armando Recio, Nandy Rivas, sus Hnas., etc.
Aníbal era amigo de Héctor Aristy, lugarteniente de Caamaño, este lo oyó, lo cantó y se lo aprendió. Aprobado por Caamaño, se convirtió en el himno de la revolución.
Aníbal fue designado Teniente del Ejército Constitucionalista, jefe de la brigada responsable de hacer las zanjas antitanque en la ciudad. La patria estaba en sus entrañas y la revolución en su corazón. Aníbal no ha muerto, lo veo cantando junto al pueblo en las trincheras del honor. ¡Aníbal es el cantor del pueblo! ¡Autor del himno de la gloriosa Revolución de Abril del 65!
“A luchar soldados valientes
que llegó la revolución”…