Ángel Agustín María Carlos Faustino Marcano Alfonso del Sagrado Corazón de Jesús Lara y Aguirre del Pino, era el increíble y maratónico nombre de quien se conoce en el mundo artístico como Agustín Lara.
Creo que lo bautizaron así por prevención y por precaución, ya que dicen sus detractores que “nació tan feo que cuando esto ocurrió el médico le dijo a su madre: Esperemos cinco minutos. Si no respira es la apéndice”.
En efecto Agustín nunca fue un Adonis. Todo lo contrario. Fue considerado “feo entre los feos”. Siempre fue flaco, debilucho y como dicen en Baní, mi aldea, tenía una carita de semilla de cajuil, la cual fue desfigurada por una botella afilada de ron protagonizada por una prostituta despechada en un cabaret en México.
Aún así, Agustín Lara, junto con José Alfredo Jiménez compuso las más hermosas canciones mexicanas y de acuerdo con el etnomusicólogo cubano, ido a destiempo, Helio Orovio, a pesar de casi no tener voz ni ser un virtuoso académico se convirtió en “el más grande creador del bolero mexicano” y en el más trascendente compositor de ese género en el mundo.
Aunque algunos investigadores hablan de ser autor de más de 700 canciones, por lo descuidado que era en esto, solo están registradas 445, de las cuales hay 162 boleros, muchos de ellos convertidos en “clásicos”, como es el caso, entre otros, de Noche de Ronda, Oración Caribe, Veracruz, María Bonita, Santa, Palabras de Mujer y Piénsalo bien.
El 6 de noviembre de 1970, un bohemio que bebía y fumaba sin descanso, que dormía de día para cantar, beber y hacer el amor por las noches, romántico a la antigua, que vivía del amor y del desamor, murió fulminado de un ataque a un corazón atropellado, abusado y sobre usado.
Por disposición expresa del presidente de México en ese momento, fue inhumado en la Rotonda de los Hombres Ilustres del Panteón Dolores de la ciudad México. Su tumba es la más visitada hoy en día.
Cuando la poesía para las elites gobernantes era el preciosismo de una estética de sublimación, de una nostalgia del mundo griego idealizado, profanando esta visión trasnochada, emergen desafiantes las canciones de Agustín Lara en un México de frustración colectiva, donde las revoluciones se habían petrificado, quedando como símbolos de un pasado nostálgico.
María Félix, considerada la mujer más hermosa y codiciada de su época, en plenitud de su fama, fue atrapada por Agustín Lara. Fue su presa más cara, que aupó al límite su ego y su fama de bohemio, chulo y Don Juan.
A pesar de todo eso, María no cambió su vida de bohemio. Agustín siguió en sus andanzas, con un nuevo amor en cada amanecer. María se cansó y se fue. Lo dejó solo. Durante un tiempo quedó su ego desbastado. Pero el siempre resolvía un desamor, con mucho alcohol y con un nuevo amor.
Agustín Lara fue un rebelde que desafió las imposiciones ideológicas de las elites dominantes de su época, que enfrentó las regulaciones de minorías hipócritas del Poder y de una iglesia católica anacrónica y cómplice. Sus canciones son crónicas subversivas, profanadoras, de un mundo marginado que las elites gobernantes trataban de invisibilizar en nombre de una hipócrita y falsa moral desfasada. Agustín tuvo la osadía de llevar esta profanación, con la sublimización de la poesía a los salones, al cine, a la radio, revalorizando el arrabal, exaltando al cabaret y exponiendo la tragedia de la prostitución y la dimensión humana de las prostitutas, que para los “puritanos” eran solo un negocio, de una industria y una depravación moral personal.
Trascendió por su osadía, su calidad artística y su autenticidad. Agustín Lara, como dice Nery Sellera, es un “personaje irrepetible y a la vez un modelo de una época y de un sentir que aún hoy nos conmueve”, porque todos los caribeños hemos sido y somos, en este Caribe que nos une y en esta América inconclusa, un poco o mucho de Agustín Lara.
Una tarde cuando el sol se despedía, visité emocionado su tumba en ciudad México, cerré los ojos y escuché cuando Agustín comenzó a cantar:
“Acuérdate de Acapulco
de aquella noche
María bonita, María del alma”…