La inmigración socava el estado de bienestar, el mito 9 que derriba el sociólogo Hein de Hass en su libro How Migration Really Works, es la idea muy extendida y de amplio consenso político en toda Europa y EEUU de que la inmigración a gran escala (la ilegal en el caso de EEUU) es incompatible con el Estado de bienestar, la cual es difundida con mucha frecuencia en los medios y redes no sólo por “los políticos populistas y la prensa sensacionalista”, sino también por muchos economistas y líderes de opinión que han expresado su preocupación por lo que llaman las “generosas prestaciones sociales” –denominado efecto "imán del bienestar"- que reciben los inmigrantes, amenazando la viabilidad de los sistemas de seguridad social y bienestar.

Para refutar la falsedad de esta idea, de Hass da respuesta sustentada en evidencias a dos preguntas centrales: “¿Los inmigrantes hacen un uso desproporcionado de la asistencia social y los servicios públicos?” “¿Son, por tanto, una carga fiscal cada vez mayor para los contribuyentes nativos?”

De acuerdo al autor, si bien la idea o hipótesis de un efecto de "imán del bienestar" -propuesta originalmente por el economista laboral estadounidense George Borjas- ha sido objeto de intensa controversia entre los economistas, no hay evidencia convincente de la existencia de un efecto significativo. Los estudios sobre la migración dentro de los EE.UU. encontraron evidencia mixta y generalmente débil de la idea de que la migración interestatal inducida por el bienestar es un fenómeno generalizado.

Del mismo modo, Hein de Hass muestra evidencias de que los estudios que probaron esta hipótesis para la migración internacional encontraron resultados mixtos, con algunos estudios que hallaron un efecto de la generosidad del bienestar en los niveles de inmigración y otros no. Sin embargo, el efecto global es en general muy pequeño para sostener la hipótesis de que la inmigración socava la sostenibilidad fiscal de las prestaciones sociales. Por lo tanto, alerta que los temores en torno al abuso de los sistemas de bienestar por parte de los inmigrantes son en general “infundados o al menos exagerados”.

Algunos estudios han encontrado que el impacto fiscal general de la inmigración es positivo, mientras que otros encuentran efectos negativos. A menudo depende de cómo miremos los datos y de si estamos considerando los impactos a corto o largo plazo, y de si los hijos de los inmigrantes están incluidos en las estimaciones. El impacto fiscal también difiere según si estamos mirando el nivel nacional, regional o local. Los impactos fiscales de la inmigración dependen en gran medida de los niveles de cualificación, la participación laboral y el ciclo familiar de determinados grupos de inmigrantes.

Los hallazgos parecerían no estar en correspondencia con la intuición y el sentido común, toda vez que el bienestar ha estado bajo presión al mismo tiempo que la inmigración ha aumentado. Sin embargo, sentencia el autor que “como sucede tan a menudo con la migración, lo que parece ser un vínculo causal es de hecho una correlación espuria”. La hipótesis del imán de la asistencia social, de acuerdo a de Hass, no se verifica porque se basa en tres supuestos problemáticos: que (1) muchas personas emigran para vivir de las prestaciones, (2) el acceso a la asistencia es instantáneo y (3) la inmigración es gratuita.

Con respecto a lo primero, hay evidencia abrumadora de que la gran mayoría de las personas emigran para trabajar, estudiar o reunirse con miembros de la familia, no para vivir de la asistencia social. La naturaleza de los regímenes de asistencia social es, en el mejor de los casos, sólo un factor menor que afecta a las decisiones de los inmigrantes. En general, las personas no emigran para vivir de las prestaciones sociales, sino para conseguir trabajo, como lo demuestra la fuerte correlación entre la demanda de mano de obra y la inmigración.

Estudios comparativos recientes han confirmado los hallazgos encontrados en el primer decenio del 2000. Así, por ejemplo, la economista Ana Damas de Matos realizó en 2021 un análisis para la OCDE en el que comparaba el impacto fiscal de la inmigración en veinticinco países occidentales entre 2006 y 2018. Concluyó que el impacto fiscal de la inmigración sigue siendo pequeño, en niveles que van desde el -1% hasta el +1% del PIB. En el Reino Unido, España, Italia (y también Irlanda, Grecia y Portugal), el impacto fiscal de la inmigración fue positivo y superior al de los residentes nativos. En Estados Unidos, Alemania y Francia (y también en los Países Bajos, Austria y Dinamarca), no se encontraron grandes diferencias entre inmigrantes y nativos. En algunos otros países, como Canadá (y Suecia y Bélgica), el saldo fiscal de los inmigrantes fue más negativo en comparación con el de los nativos. Damas de Matos concluyó que la evidencia "pone en tela de juicio la relevancia de lo fiscal para evaluar la efectividad de las políticas migratorias".

En relación con la tesis de que los inmigrantes no calificados son contribuyentes netos negativos, Hein de Hass muestra que casi todos los estudios concluyen que, en promedio, la inmigración de trabajadores más calificados tiene un impacto más positivo en las finanzas públicas en comparación con la inmigración de trabajadores menos calificados. Sin embargo, eso no significa que la migración de trabajadores menos calificados drene los sistemas de bienestar. En comparación con la inmigración de trabajadores más calificados, el impacto fiscal neto de la inmigración de trabajadores menos calificados es generalmente menos positivo, pero no necesariamente negativo. En los EE. UU., el Reino Unido y el sur de Europa, el impacto fiscal neto de la inmigración de trabajadores menos calificados tiende a ser positivo. El impacto fiscal de la inmigración es más positivo en los países donde hay una mayor tolerancia para que los inmigrantes trabajen ilegalmente y, por lo tanto, paguen impuestos sin tener acceso a los beneficios. De hecho, en EEUU los millones de inmigrantes indocumentados que pagan impuestos tienden a ser los mayores contribuyentes netos a los estados, aunque no reciben beneficios de seguridad social.

 Precisa el autor que, si bien los altos niveles de desempleo y dependencia de la asistencia social entre algunos grupos de inmigrantes y refugiados son una razón válida para la preocupación, es una falacia lógica concluir de ello que la inmigración es, por lo tanto, una amenaza existencial para el estado de bienestar. La principal conclusión que se desprende de todas las evidencias estadísticas es que los impactos fiscales de la inmigración son insignificantes y casi irrelevantes. El impacto de la inmigración en el balance fiscal es minúsculo comparado con el tamaño total de los déficits fiscales. Por lo tanto, aconseja de Hass, no deberíamos considerar la inmigración como una fuente importante de déficit fiscal ni como una solución potencial para resolver esos déficits.

Con respecto al problema de la accesabilidad a viviendas que enfrentan actualmente muchos países las personas de estratos medios y bajos, una de las quejas más comunes contra la inmigración es que ha causado la crisis de la vivienda social en Europa, EEUU, Japón y otros países. Empero, apunta de Hass, la causa fundamental de la creciente falta de vivienda asequible en Occidente no está en la inmigración, sino en una marcada disminución en el stock de unidades de vivienda social y protegidas por alquiler debido a los cambios en las políticas de vivienda.

Finalmente, de Hass concluye que, no hay pruebas de que la inmigración socave la viabilidad del Estado de bienestar. Incluso hay motivos para invertir todo el argumento: en lugar de ser una amenaza para los Estados de bienestar, la inmigración de trabajadores extranjeros es vital para mantener los sistemas de atención sanitaria y proporcionar atención a los niños y a los ancianos, en particular en economías fuertemente liberalizadas como el Reino Unido y los Estados Unidos y en Estados de bienestar débiles como España e Italia.

Contrariamente a la idea de que los inmigrantes son "gorrones de la asistencia social", el principal costo fiscal a largo plazo de la inmigración no es la asistencia social, el desempleo o la atención médica, sino la educación de los niños. Y esas inversiones generalmente se recuperan una vez que los jóvenes comienzan a trabajar y a pagar impuestos. Esta es una de las principales razones por las que los estados financian la educación pública: para capacitar a la próxima generación de trabajadores productivos.

Deplora de Hass que se pierda por completo en los debates sobre el impacto económico de la inmigración que los trabajadores migrantes cumplen una función esencial en el mantenimiento de prestaciones sociales asequibles, no solo indirectamente a través de los impuestos que pagan, sino también más directamente a través del trabajo que realizan, e indirectamente, al permitir que los familiares de quienes necesitan atención tienen la libertad de trabajar y ganar dinero. Desafortunadamente, lo que fácilmente se pierde en las controversias sobre este tema es que el tamaño de los impactos fiscales, ya sean positivos o negativos, es en realidad muy pequeño.

Advierte que un enfoque unilateral sobre la contribución fiscal de la migración también puede ser engañoso, ya que ignora la importante contribución de los trabajadores migrantes a las ganancias, la productividad económica y, por lo tanto, los ingresos de los grupos ricos. En todo el mundo occidental, los inmigrantes han desempeñado puestos de trabajo cada vez más importantes en la prestación de servicios esenciales. Los inmigrantes han reforzado cada vez más los sistemas de atención que padecen una falta crónica de personal capacitado localmente, como son los casos de los servicios de salud –especialmente de los de auxiliares y enfermeras- y los de cuidado de niños y ancianos, sobre en todo en países con en una fase muy avanzada del proceso de envejecimiento de la población.

Llegado a este punto, es muy probable que un desprevenido, escéptico o parcializado lector cuestione, respecto a los argumentos y hallazgos antes expuestos de Hein de Hass, si el patrón de impacto económico de las inmigraciones en países desarrollados de Europa y el Norte que él documenta tiene algo en común con las inmigraciones haitianas en República Dominicana. En la siguiente entrega mostraré que la muy socorrida afirmación de que los inmigrantes haitianos son una carga económica para el Estado dominicano es falaz.