Circula por mi imaginación la postura de la autora en un espacio saturado de silencio, y sólo rodeada por el ruido del viento que producen los recuerdos acumulados, y que presurosos desean salir de su mente, al igual como las mariposas que emprenden sus vuelos airosamente cuando se les abre la ventana de la libertad. Es decir, en ese espacio ella se envuelve con un velo angelical donde sólo existen ella y sus recuerdos.

Esta correlación de hechos y situaciones, realizada con la amplitud de cobertura y precisión casi inaudita, solo podría narrarse con la existencia de un diario personal o, con una memoria prodigiosa como revela la autora de este libro.

Me llama la atención como ella muchas veces compara el presente de hoy que, quizás no pensó nunca que fuera tan diferente del futuro del ayer.

Por eso en la pág. 28 de su libro, nos deja entrever las discrepancias de su entorno pasado con este presente tan desigual y confuso, con meollos de poblaciones enteras mantenidas en la ignorancia y un doloroso nivel cultural.

Su franqueza en puntualizar que todo autor debe entregar sus escritos para ser revisados nos refleja esa humildad que esa mente prodigiosa y culta posee, y a la vez nos da pauta para que muchos que se atreven a incursionar en el campo literario mejoren su obra antes de publicarlas.

Porque una obra debe motivar al lector y mantenerlo atraído. De esa forma nos evitaríamos la proliferación de obras de poca calidad. Es aquí la grandeza de esta autora que nos mantiene fascinados con la belleza de imágenes y conceptos creativos, donde el arte de escribir luce sus mejores galas.

Ella, en medio de su narración minuciosamente expuesta, deja vislumbrar brumas, adversidades, momentos obscuros que se transformarán en huellas de tristeza que la marcarán para siempre.

Es que esos momentos amargos que habitaron un espacio de su vida se incrustarán sentimentalmente a su memoria, por eso coincido con lo expresado por ese gran escritor, José Alcántara Almánzar, quien, en el reverso de su libro, nos dice: “Este texto es un relato autobiográfico, de evocación y nostalgia, pero también el recorrido por una actualidad perturbadora”.

La autora describe con mucha propiedad la actitud de desasosiego vivida por ella y su amado Julio, actitud ésta que se convirtió en un actuar común no sólo aquí donde se libraba la batalla por la vuelta a la constitucionalidad en 1965, sino en todo el país, porque el miedo y la incertidumbre arropaba a la ciudadanía.

Cuando ella se aboca a narrar su vida inicial de matrimonio, envuelta en la sensualidad que campeaba por doquier entre ella y su pareja, me imaginé cómo se realizarían las bodas en el Olimpo, sobre todo, cuando los cuerpos desnudos de Zeus y Hera se entrelazaban para consumir su amor sin medida, o cuando Afrodita, la reina del amor y la belleza, empujada por Zeus, se unió a Hefestos el dios del fuego. Esa combinación entre belleza y fuego desencadenaría la más descarnada de las pasiones.

La afinidad en los gustos, diversiones y el amor por la vida que Lisette y Julio compartían, retrataban claramente el amor y la pasión que envolvía su existencia.

Desafortunadamente ese paradisíaco escenario se vio perturbado y enturbiado por la enfermedad del amado, que lo llevó al mundo del infinito, donde de ahí nadie regresa. Ese acontecimiento marchitó sus ilusiones de pareja que ayer estuvo envuelta en lo irresistible de lo hermoso de una unión feliz.

Esa muerte tan inesperada de Julio y las angustias por las pérdidas de sus padres, la martirizaron de tal forma que inclinaron su alma a diferentes actuaciones; algunas de ellas llevándola a escondrijos y pasadizos dañinos y esclavizantes; pero, cuando existen raíces profundas de moral en tu “yo”, aunque el árbol languidezca, surgirán gotas de rocío que le devolverán su entereza. Estas gotas de rocío fueron convertidas en apoyo familiar y de amigos, que siempre la sostuvieron, hasta el punto de que una de sus primas, luego de ver su transformación, exclamó de satisfacción y alegría, refiriéndose a ella: “la mujer que se encontró con su propio ser”.

Hay algo en su escrito que me llamó mucho la atención, y que ella lo enfatiza marcadamente como un comportamiento normal en una adolescente, y es su marcada curiosidad por desentrañar todo lo que veía y tocaba. Uno de esos fisgoneos fue el desenvolver una caja donde descubrió el daguerrotipo de su tío que estaba reposando en un lugar que ella no conocía. Esa ávida forma de averiguar lo desconocido me recuerda una de las frases de Descartes:” para investigar la verdad es preciso dudar en todo cuanto sea posible de todas las cosas”.

Hay una parte de su obra donde cambia de sus anécdotas personales y familiares para adentrarse en los mundos de grandes y famosos escritores que según sus propias palabras influyeron en su vida literaria. Entre ellos podemos mencionar a Toni Morrison, Víctor Hugo, Tolstoi, Voltaire, Dostoievski, Cervantes, y muchos más.

También siente gran admiración por la buena música y sus autores, los cuales llenaron una época que todavía no termina, entre los que se encuentran Frank Sinatra, Perry Como, Tony Bennett, y otros.

Es en Borges donde ella se emociona y se expresa con el alma llena de gozo y emoción, disfrutando de la riqueza que emana esa fuente inagotable de luz, conocimientos, y que según su pensar la afición de ideas retadoras para desarrollar su inteligencia y amor, produce el sabor dulce y agradable que la vida literaria nos ofrece.

Su admiración por él se elevó tanto que llegó a concebirlo, después de su muerte, con visión recuperada y perfecta al llegar a las fronteras del arcano encontrándose con sus amigos, y quizás algunos de sus críticos, quienes lo esperarían gozosos para disfrutar de sus ocurrencias y sabias expresiones.

Todos esos comentarios dolorosos de su vida producen tristeza, y ella lo expresa diciendo: “no puedo impedir la presencia de los olores del último hálito de vida que expiraron mis amados seres antes de morir”.

Estos sentimientos se acoplan con lo expresado por ese gran filósofo y poeta dominicano, José Mármol, en su artículo publicado en el periódico El Día, titulado “La Escritura como Acto de Dolor”, donde nos dice “Escribir duele porque nos vacía de un tirón, lo pensado y lo sentido”.

He aquí un paralelismo en el dolor expresados entre ambos magníficos escritores: Lisette Vega de Purcell y José Mármol.