"Imposible es solo una palabra que usan los hombres débiles para vivir fácilmente en el mundo que se les dio, sin atreverse a explorar el poder que tienen para cambiarlo". Muhammad Ali
Existen personas que nos quieren desde lo más profundo del alma. Son esas personas que apuestan por nosotros incluso en las situaciones más complicadas, cuando todo se pone en contra y nos encontramos de repente frente a una pared sin salida posible a la vista. Cuando todos los caminos están cerrados y el horizonte, visto desde lejos, es tan solo una neblina gris, encontrar ese tipo de duendes supone una bendición. Pero qué entendemos como tal salvo ese deseo, siempre favorable, que alguien invoca en tu nombre para que todo vaya bien en tu vida; ese romper una botella en el casco de tu barco para que lo hagas a la mar y logres vencer todo obstáculo y las aguas turbulentas que encuentres en tu viaje. Personalmente, tardé en darme cuenta de hasta donde un manto de amor y profundo cariño me cubría como protector escudo de hierro.
Yo tenía una prima, un ser especial de la que ya he relatado historias en otras ocasiones. Silvia me llevaba bastantes años; de hecho, podía haber sido hijo suyo y siempre se mostró tan bondadosa conmigo como si lo fuera. Cuando tiempo después ella marchó hacia los Estados Unidos seguí guardándole el mismo cariño. En estos últimos días su presencia ha tocado mi corazón con mucha insistencia a través de la lectura de varios relatos acerca de la vida de Muhammad Alí.
Silvia fue la primera persona que conocí que mostraba una ciega y leal devoción hacia ese boxeador de pesos pesados que mantuvo una vida tan digna y honesta -en un período donde no ceder ante las dobleces era mucho más difícil que subir al ring a pelear doce asaltos- que se convirtió en un referente ganándose la admiración de mucha gente. Cuando, aún hoy, leo cómo celebridades de la talla de Robert de Niro o Gabriel García Márquez eran capaces de rechazar cualquier compromiso previo, solo por el placer de compartir una cena con él, vuelvo a ser consciente del paradigma que eligió mi prima en su vida. Y ahora, en este preciso instante, permítanme que comparta con ustedes una confidencia. Yo, en mi ingenuidad infantil, asumía en aquel entonces que Ali y mi prima eran novios. Ya saben una especie de idilio clandestino que yo, su paladín e incondicional aliado, les guardaba en secreto.
Al principio de estos breves recuerdos hice referencia a la bendición como un anhelo que parte desde lo más profundo de una persona hacia otra. En mi caso sé que fui premiado desde niño por ella, porque si se puede definir tal regalo como un toque de ternura al nombrarte, Silvia desde muy temprano y hasta el final de sus días, me llamó Clay. Por Cassius Clay claro, el primer nombre del boxeador antes de convertirse al Islam y cambiarlo por el que a partir de ese momento sería conocido. Desde entonces, quién sabe si por mediación de mi duende personal tengo la sensación de que he sabido caer, levantarme y llegar, en cada pelea de mi vida, hasta el doceavo round.