Señor expresidente:
El 16 de agosto de 1996 yo tenía cuatro años de edad, casi cinco. Esa mañana su pecho era orlado con la banda presidencial que en el argot dominicano se conoce como la ñoña -sabrá Dios por qué. Su primer periodo de gobierno pasó inadvertido para mí -lo mismo ocurrió con su hijo, el talentoso Omar, que, al igual que yo, nació en 1991.
El 16 de agosto de 2004 yo tenía ya doce años de edad. La génesis de mi adolescencia coincidía con su retorno al poder.
El 16 de agosto de 2008 yo tenía 16 años de edad. Para entonces ya yo era un lector asiduo y comenzaba interesarme seriamente en el oficio de escritor, vocación que ha absorbido mi destino.
Sus tres periodos de gobierno discurrieron paralelos a mi formación escolar y a mi paso de la niñez a la adultez. Es bastante comprensible, entonces, la huella que usted ha dejado en mi generación. Crecimos viéndole todos los días en la televisión, estupefactos ante su grandilocuencia, patidifusos (palabra que usted usaría) ante su verbo fogoso, su pericia en las estadísticas macroeconómicas y su carisma. Mis profesores me comparaban con usted cuando hacía una buena exposición. Usted era la referencia antonomástica de la inteligencia y de la dicción inmaculada. Mi madre me cuenta, además, que en el 96 usted encandiló a muchas mujeres por su porte de juventud y por su labia y le dieron un voto romántico.
Déjeme ponerme más serio, ex presidente Fernández. Usted probablemente no me conozca, salvo si por su condición de bibliófilo ha tenido alguna referencia de mis libros. Le cuento que nos hemos saludado dos veces. Ambas ocasiones fueron en 2018. La primera en un evento cualquiera en FUNGLODE. La segunda tiene mucha importancia porque fue en un encuentro político en Higüey en la casa de alguien a quien luego me uniría en lazo amistoso, el doctor Manuel Nolasco. Yo era, a la sazón, dirigente del PLD y director provincial de Cultura de La Romana. Yo había ingresado al partido en gran parte por mi admiración hacia usted. Mi tierna edad no me había permitido estar en la política cuando usted era presidente. Cuando llegó mi hora y fui considerado para un cargo público en el gobierno del partido que usted presidía, se iniciaba una cacería de brujas en su contra. En el 2018 cuando fui a ese encuentro privado, tomarse una foto con usted como yo lo hice podía conducir a ser cancelado de la administración pública. Tomé ese riesgo porque siempre me gustó ser independiente de los dictados oficiales, y conservo esa fotografía como otras que tengo con presidentes dominicanos (H. Mejía y L. Abinader).
¿En qué momento, entonces, se produjo una abrupta desilusión en mí respecto a su figura? Yo creo, expresidente Fernández, que justamente cuando empecé a tomarme muy en serio la política nacional e internacional y a entender sus vericuetos a través del escrutinio desapasionado. Debo decirle que mi decepción no es solo de usted. También, del finado Hugo Chávez, de los Kirchner, de Ortega y de un gran concierto de populistas latinoamericanos. También me desilusioné, lo admito, al examinar mi propia biografía y los sufrimientos que padecí por carecer de oportunidades en un país que lo ha tenido todo para despegar y no lo ha hecho como debería. La culpa no es solo suya, sino de una larga tradición de mesianismos y tropiezos en nuestra vida republicana. Pero usted tiene una inmensa responsabilidad, doctor Fernández. A usted le tocó el paso de la antorcha en el 1996. Es raro –no sé dónde más haya ocurrido- que un presidente saliente tenga 89 años y el entrante 42, como ocurrió en la transición Balaguer-Fernández en 1996. Era una oportunidad dorada y hoy estoy convencido de que usted la arruinó. Cuando le veo hablando en los medios, pienso que solo la falta de memoria, el fanatismo y el interés personal podrían darle un voto de confianza. Usted representa un ciclo generacional que se agotó. Yo le deseo lo mejor, pero fuera del Palacio Nacional. Sinceramente. Una cosa es que no le apoye como político y otra es que usted represente -de una manera bizarra, sí- la superación personal a través del estudio, de la astucia y de la inteligencia emocional.
A usted le tocó ser el máximo representante de una generación que fracasó. Usted alardea de los avances de sus gobiernos en términos de infraestructuras y yo se los reconozco. Sé que muchos de sus opositores le niegan cualquier mérito, pero yo tengo criterio propio. Para eso me he formado. Le reconozco muchas transformaciones en el orden material en el país. El problema es que a usted le tocaba cambiar el destino de la República Dominicana. A usted le tocaba encabezar una revolución científica, cultural, espiritual, pedagógica, como pasó en Finlandia y Singapur. A usted le tocaba curar definitivamente el cáncer de la corrupción. A usted le tocaba resolver en doce años problemas estructurales, no coyunturales. Usted pasó por el gobierno sin una agenda a largo plazo. Y mucho menos la tiene ahora, a sus casi 70 años y solo deseoso de más gloria. A usted le tocaba eliminar el culto a la personalidad y el mesianismo que ha devorado la institucionalidad dominicana y usted lo ha propiciado como ningún político en los últimos 30 años. Usted tiene visos de narcisismo, expresidente, y por eso, mientras fui madurando como hombre y como conocedor de la historia, yo no tenía estómago para apoyarlo. Su cara es la única que refulge en el partido que usted fundó. Su cara era la única en la Casa Nacional del PLD, partido que usted presidió por 16 años y que habría presidido hasta su muerte si no hubiera pasado lo que es consabido por la opinión pública. El apetito de poder reflejado en su rostro aparenta ser lo que le da fuerza para despertarse cada día. A veces yo pienso incluso que usted, en el fondo, no desea ser presidente, que con ser sempiterno candidato se siente realizado y animado. El poder y los aplausos pueden ser una droga. ¿Hasta dónde llegará, cuando usted no esté, un partido que nació solo para usted ser candidato, sin ninguna otra idea fundacional? ¡Qué horror!
Doctor Fernández, para mí es surrealista que usted esté aspirando a presidente. Usted tiene 30 años en campaña sin descansar. Pero lo peor es que a veces oigo sus discursos y usted sigue diciendo lo mismo que en el 1996 y en el 2004, que los plátanos, los huevos y la carne están caros. Usted le habla a un votante que no tiene formación ni esperanza porque usted se las negó para seguir embaucándolo. Me pregunto cómo usted desarrolló una capacidad histriónica tan inaudita en un político dominicano, que le permite ir a Francia o a Suiza a hablar de los retos globales en nanotecnología, inteligencia artificial y robótica, y luego ir a Villa Hermosa, en La Romana, de donde yo soy, a repetir eslóganes vacíos apelando al estómago de los votantes que nunca tendrán los privilegios de los que usted goza tras su paso por el poder. ¡Insólito, doctor! Usted sabe hacia dónde se dirige el mundo, cuáles son los temas importantes, y sigue apostando a que la República Dominicana sea una parcela tercermundista, mentalmente insular, donde usted pueda reinar. Usted podría haberse dedicado a las artes escénicas. Y quizás, en el fondo, es lo que siempre ha estado haciendo en el folclórico escenario político dominicano.